Por el Prof. Javier Barraycoa

 

La culpabilización social

Si la corrección política se diseñó para alcanzar la igualdad, algunos denuncian que lo único que consigue es manifestar las diferencias sociales. Igualar significa evidenciar al que es diferente. Luchar contra la discriminación puede acabar generando nuevas formas discriminatorias. Así, la clase política ha institucionalizado el principio de discriminación positiva. Un ejemplo de su aplicación lo encontramos en la Universidad de Berkeley donde se constató que sólo un 4 por ciento de la población negra que solicitaban una plaza en dicha universidad lograban superar las pruebas. Con tal de conseguir la igualdad de oportunidades, Berkeley cambió las normas de admisión. De los 8.000 puntos que se exigían en las pruebas a un estudiante blanco, un estudiante de raza negra sólo necesitaba 4.800 y un asiático 7.000. Esta discriminación positiva ha servido para dar argumentos a aquellos que defienden la supremacía de unas razas sobre otras, o bien para que los estudiantes blancos se sientan profundamente discriminados. Una prolongación de la discriminación positiva la encontramos en el mundo laboral. En Estados Unidos se han desarrollado varias leyes para aplicar la discriminación positiva. Ante la igualdad de condiciones entre varios aspirantes a un trabajo, el empresario, en algunos Estados, está obligado a contratar al que sea mujer, o al perteneciente a una minoría étnica. En otro orden de ejemplos encontramos una discriminación positiva hacia aquellas formas de relación que no sea el matrimonio. En muchas grandes empresas cuando, en una comida o cena se invitaban a las mujeres de los ejecutivos, éstos recibían su tarjeta con el texto: “Se le invita a Vd. y su esposa”. Ante el miedo que se pudiera discriminar a los que convivían sin estar casados, se sustituyó el texto por “Se le invita a Vd. y a su compañera”. Pero ante el pánico a que se discriminara a los homosexuales, el texto ha sido cambiado por “Se le invita a Vd. y su pareja”.

Poco a poco, la corrección política va ocupando todos los espacios sociales y transformándose sutilmente en formas de legislación que no logran otra cosa que culpabilizar a ciertos sectores sociales. En nombre de la igualdad de derechos de los no fumadores se ha creado una legislación que cerca a los fumadores en escasos reductos espaciales. El derecho a no ser acosado sexualmente en el trabajo ha llevado a que la legislación en California considere acoso sexual mirar más de 20 segundos seguidos a alguien en el trabajo. En Estados Unidos la cantidad de denuncias por acoso sexual se ha triplicado en los últimos años, pasando de cinco mil, en 1994, a 16 mil en el 2000. Este incremento de casos no se debe tanto a que cada vez haya más acosadores, sino porque aumenta la estricta normativa que define “nuevas formas de acoso”. Esta dictadura de la ley, como afirma Ehrenberg, “tiene como consecuencia que el individuo soporte responsabilidades cada vez más pesadas, que se agote psicológicamente en autocontroles permanentes”.

Esta psicología de la autocensura y de la configuración de grupos sociales negativizados corresponde indudablemente a la cultura protestante. No es de extrañar que la corrección política haya arraigado en la sociedad norteamericana y desde ahí se haya extendido a todo el mundo. Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo ya intenta analizar el capitalismo como efecto secundario de una ética fruto del dogma de la predestinación. Las sociedades protestantes han mantenido en sus estructuras psíquicas la necesidad de configurar grupos de escogidos y grupos de condenados. Esta cultura forjada en el puritanismo más atroz sigue buscando signos sociales de los predestinados. En un ámbito ya secularizado, los defensores de la corrección política representan a los nuevos apóstoles que determinan quién se ajusta al perfil del “escogido” y quién está fuera de esta ciudadanía perfecta. El higienismo físico y mental es la nueva versión secularizada del puritanismo predestinacionista protestante. La igualdad buscada por la corrección política acaba en formas de categorización, diferenciación y, por último, discriminación.

La corrección política también puede entenderse como un intento de una elite social de imponer su “estilo” de vida al resto de la sociedad. El modelo de ciudadano propuesto por la corrección política no corresponde al hombre medio de la sociedad norteamenicana. Esta disociación entre las elites y la sociedad ha sido ampliamente estudiada por Christopher Lasch en su obra La rebelión de las elites. De ella extractamos un párrafo muy sintético y significativo: “Las masas no sólo han perdido todo interés por la revolución; se puede demostrar que sus instintos políticos son más conservadores que los de sus autonombrados portavoces y supuestos liberadores. Después de todo, son las clases obrera y media-baja las que favorecen la limitación del aborto, se aferran a la familia con dos padres como fuente de estabilidad en un mundo turbulento, se resisten a experimentar con estilos de vida alternativos y tienen reservas sobre la acción afirmativa y otras empresas de ingeniería social a gran escala … Mientras los jóvenes profesionales se someten a un arduo programa de ejercicio físico y control dietético destinado a mantener a raya la muerte –a mantenerse en un estado de juventud permanente, eternamente atractiva y casadera-, la gente corriente, por el contrario, acepta la decadencia del cuerpo como algo contra lo cual es más o menos inútil luchar … (a) los liberales de clase media-alta, incapaces de comprender la importancia de las diferencias … les cuesta entender por qué su concepción higiénica de la vida no suscita un entusiasmo universal. Han puesto en marcha una cruzada para volver más sana la sociedad americana: para crear un ambiente sin humo, para censurarlo todo … Cuando encuentran resistencia frente a estas iniciativas, muestran el odio venenoso que se esconde tras la cara sonriente de la benevolencia de la clase media-alta … En el calor de la discusión, les es imposible ocultar desprecio por los que se niegan testarudamente a ver la luz; por los que sencillamente no se enteran, según la jerga autosatisfecha de la rectitud política”.

 

Javier Barraycoa