Los peores ladrones son los ladrones del tiempo. Y cada vez abundan más, desde los amigotes pesados, cuya compañía es un lastre, hasta las televisiones públicas y privadas, e internet. Y no solamente roban el tiempo de que disponemos; también atontan, pues nos impiden pensar, estando en silencio, que es como mejor se medita.

Quienes me conocen saben que soy hablador, quizá demasiado, pues quien habla mucho normalmente no escucha, y se aprende más escuchando que parloteando, pero es evidente que la vida es corta, y no se puede desperdiciar hablando de necedades, criticando y murmurando a las espaldas de los demás, como tanto se hace en esta España nuestra.

Pasada ya la barrera del medio siglo, uno es consciente de la brevedad de la vida, comienza a ser avaricioso de su tiempo, posiblemente la única riqueza verdadera que poseemos. Y empieza a administrarlo mejor, guardándoselo para sí mismo y los seres queridos, entre los cuales la familia ostenta el primer lugar, seguida de algunos -muy pocos- amigos de verdad. Y se empieza a pasar de los conocidos, compañeros y chismosos en general, que tanto abundan…

Por supuesto, quienes somos creyentes y profesamos alguna religión -en mi caso la católica-, dedicamos más tiempo a ir a Misa, rezar, leer la Biblia, y procurar estar en paz con Dios y con los hombres, conscientes de que algún día tendremos que rendir cuentas, y que debemos llevar las alforjas bien provistas de amor y solidaridad con los demás.

Como decía Marco Aurelio: “Pasa la vida sin violencias en medio del mayor júbilo, aunque todos clamen contra ti las maldiciones que quieran, aunque las fieras despedacen los pobres miembros de esta masa pastosa que te circunda y sustenta. Porque, ¿qué impide que, en medio de todo eso, tu inteligencia se conserve en calma, tenga un juicio verdadero de lo que acontece en torno tuyo y esté dispuesta a hacer uso de lo que está a tu alcance? De manera que tu juicio pueda decir a lo que acaezca: “Tú eres eso en esencia, aunque te muestres distinto en apariencia”. Y tu uso pueda decir a lo que suceda: “Te buscaba. Pues para mí el presente es siempre materia de virtud racional, social y, en suma, materia de arte humano o divino”. Porque todo lo que acontece se hace familiar a Dios o al hombre, y ni es nuevo ni es difícil de manejar, sino conocido y fácil de manejar” (Meditaciones, VII, 68).

 

Ramiro Grau Morancho

Académico, jurista y escritor

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Ramiro Grau Morancho