En su libro Homo videns, G. Sartori nos advierte del empobrecimiento intelectual que representa que millones de personas se limiten a ver la televisión como básico -a veces, exclusivo- alimento intelectual.
¿Por qué es un empobrecimiento? A diferencia de los pueblos primitivos, en los que primaban palabras concretas más que el lenguaje abstracto, y de ahí las dificultades para el desarrollo científico, ahora nos encontramos con millones de personas cada vez más incapacitadas para el pensamiento conceptual, para el lenguaje abstracto.
¿A qué se debe? Entre otras cosas a las fuentes utilizadas para comprender el mundo y a sí mismos. Es decir, ver televisión y utilizar Twiter y Facebook como principales instrumentos de reflexión. Por supuesto, este peligro no se da en personas que además de utilizar estos medios y ver televisión, leen buenos libros. Y si, encima, tienen amigos que también leen buenos libros, su riqueza intelectual aumenta considerablemente. Hay, por supuesto, gradaciones en esta imaginaria escalera que va de lo más simple a lo más complejo.
Pongamos un ejemplo. La palabra justicia es conocida por todo el mundo. Ahora preguntemos qué se entiende por justicia. Estoy convencido de que habrá variedad de respuestas, pero me atrevo a sugerir que «hacer cosas justas» sería una respuesta cuantitativamente importante. O bien, que los jueces dicten sentencias justas. ¿Hay algo malo en ello? No. El problema es otro.
Si atendemos a las frecuentes e influyentes tertulias televisivas, podemos darnos cuenta de que cuando se habla de política -y se habla mucho, tal vez demasiado- se habla de lo que ha dicho, o hecho, algún político. Los tertulianos suelen interrumpirse y nadie se adentra en cuestiones complicadas porque -se supone- son aburridas. Hay que ser ameno y divertido. Y breve.
Yo creo que las tertulias televisivas son un buen ejemplo de esta -más o menos lenta- disminución de la capacidad de comprensión de los ciudadanos. Las tertulias televisivas -aunque no sólo ellas- deberían tener por objetivo no solamente entretener sino, además, ayudar a comprender mejor los problemas que afectan al ciudadano. Es posible que tuvieran menos audiencia y esto podría ser mortal para el programa. Si es así, tal vez nos merezcamos que nuestra capacidad de comprensión sea, de cada vez, menor.
En cualquier caso, las tertulias televisivas deberían hacer este esfuerzo. Los tertulianos no están en la tertulia para su propio divertimento. Tienen una responsabilidad social y política. La que dije: ayudar a que los ciudadanos entiendan mejor los problemas que les afectan. Si la gente no quiere -lo que está por ver- peor para ellos. Se ha intentado.
Pero este problema debe ponerse en contacto con el sistema educativo, porque los videntes han sido alumnos de las escuelas, institutos y universidades. Comprobamos que las humanidades ocupan, de cada vez, menos espacio en los estudios. Resulta que mucha gente dice que no son «prácticos» y esto es suficiente para condenarlos, como el programa televisivo que tiene poca audiencia. Estudiar y comprender -por supuesto, hasta cierto punto- el conocimiento heredado, debería ser una labor fundamental para formar a los jóvenes estudiantes. Pero no parece ser así. Y esto es grave. Porque si los jóvenes estudiantes no han sido enseñados a pensar conceptualmente, difícilmente, se adentrarán en este mundo más complejo. Y serán más fácilmente manipulables.
Volvamos a las palabras justicia/injusticia. La aproximación a la palabra justicia por parte de mucha gente, tiene que ver con casos de corrupción. También con subidas de precios. O condenas judiciales que se consideran leves para los supuestos hechos, lo que las haría injustas. Estas y otras aproximaciones a la justicia suponen, aunque no se sepa, alguna teoría de la justicia.
Es decir, cualquier opinión sobre si algo es justo o injusto, tiene que ver con alguna teoría de la justicia que le sirve de base y fundamento. No se trata de que todos los ciudadanos sean especialistas en, por ejemplo, teorías de la justicia. Se trata de que sepan, que sus opiniones están fundamentadas en algo que, en general, no conocen. ¿Y qué sucederá si conocen los fundamentos teóricos de sus opiniones concretas sobre lo que es justo? Pues que habrán conseguido una mayor comprensión del problema. Y también una mejor comprensión -no necesariamente acuerdo- del que piensa diferente. Porque entenderán la teoría de la justicia que fundamenta la opinión del otro y la suya.
¿Y eso, da dinero? No. Se trata de saber si los políticos quieren que tengamos una sociedad más inteligente, o no. Y si lo quieren hay que hacer algo. Por ejemplo, modificaciones en los planes educativos, dando más importancia a las humanidades. Con lo que volvemos -la Historia se repite- al conocido problema de los «especialistas», de los «técnicos bárbaros». Durante la II República, Ortega dijo, en La rebelión de las masas: «Al especializarlo, la civilización le ha hecho hermético y satisfecho dentro de su limitación; pero esta misma sensación íntima de dominio y valía le llevará a querer predominar fuera de su especialidad. De donde resulta que aun en este caso, que representa un máximum de hombre cualificado -especialismo- y, por lo tanto, lo más opuesto al hombre-masa, el resultado es que se comportará sin cualificación y como hombre-masa en casi todas las esferas de vida».
Vivir en sociedades democráticas exige un mayor esfuerzo intelectual que vivir en dictaduras. En estas últimas basta con obedecer. En cambio, las democracias no pueden ser mejores que los demócratas que la componen y configuran. Cuanto más superficial sea la comprensión de los problemas que nos afectan- la LOGSE/LOE y algunos medios de difusión progres han sido nefastos-, peores serán las soluciones. Y más fácilmente serán engañados los ciudadanos por demagogos sin escrúpulos. Aunque no lo crean. El autoengaño está presente en nuestras vidas y ataca a todos, pero embauca más fácilmente a los menos preparados. ¿Los videntes?
Recordemos que una de las características de la democracia, según R. Dhal, es la «comprensión ilustrada» de los problemas políticos que afectan a los ciudadanos y sus previsibles consecuencias.
¿Los votontos del ‘puto amo’?
Sebastián Urbina