Para inaugurar el milenio, la ONU emitió en enero de 2000 un informe sobre la situación demográfica en Europa en el que, con el objetivo de que la UE pudiera sobrevivir económicamente, recomendó a los gobiernos europeos la importación de 159 millones de inmigrantes en las dos primeras décadas del nuevo siglo. Pocos días tardó la Comisión Europea en obedecer y comenzar a preparar la llegada de nuevos pobladores afroasiáticos. El gobierno de Aznar también dio un taconazo y comenzó a hacer la vista gorda ante la creciente marea de pateras. La voluntad gubernamental de incumplir la ley y pemitir la violación de las fronteras quedó clara cuando Jaime Mayor Oreja declaró que su función como ministro del Interior no iba a consistir en perseguir a los inmigrantes ilegales.

Quince años más tarde, en 2015, George Soros, uno de los más destacados magnates de ésos a los que nadie eligió pero que deciden la política de los Estados, escribió un influyente artículo titulado Éste es mi plan para resolver el caos de los refugiados. En él proclamó que «la Unión Europea tiene que aceptar al menos un millón de refugiados cada año», a los cuales ha de dar 15.000 euros durante dos años para sus gastos de alojamiento, sanidad y educación. Además, Soros propuso que la autoridad sobre asuntos inmigratorios debería recaer en una instancia superior a los Estados miembros para evitar que éstos sigan decidiendo sobre ello. Finalmente señaló al presidente de Hungría, Viktor Orbán, como el principal obstáculo para la realización de su plan. Lógicamente, Orbán no tardó en denunciar el menosprecio que ello implicaba hacia las decisiones democráticas de los ciudadanos y la amenaza a la soberanía de las naciones europeas.

Otros partidos europeos comparten la visión de Orbán sobre la importancia crucial de la preservación de la soberanía de las naciones frente al incesante acoso de las entidades globalistas como las fundaciones presididas por Soros, el Club Bilderberg, el Foro de Davos, la Unión Europea y la ONU. Su agrupación, Patriotas por Europa, constituye la tercera fuerza en el Parlamento Europeo, formada por ochenta y cuatro diputados austriacos, belgas, checos, daneses, franceses, griegos, húngaros, italianos, letones, holandeses, portugueses y los españoles de VOX.

Hablando de Orbán, los medios mayoritarios de izquierda y derecha no desaprovecharon la oportunidad de arremeter contra VOX utilizando la casualidad de que el mismo día en el que se anunció su inclusión en el grupo Patriotas por Europa, el presidente húngaro se reunía con Putin para tratar de la guerra de Ucrania. Conclusión: VOX se alinea con Putin. Lógica implacable. Además del detalle irrelevante de que Orbán se había reunido el día anterior con Zelenski. Pero eso no salió en los medios ni fue recordado por los opinadores del régimen.

Pero regresando a Patriotas por Europa, si en su manifiesto fundacional se subraya la voluntad de los partidos miembros de preservar la identidad europea, de fortalecer la soberanía de los Estados y de luchar contra la inmigración ilegal, a nadie debería sorprender la decisión del partido de Abascal de romper sus acuerdos regionales y municipales con el PP, partido tan globalista, tan partidario de la disminución de las soberanías nacionales y tan sumiso a las políticas inmigratorias dictadas desde arriba como el PSOE. Lo sorprendente es que no lo hubiese hecho antes. E incluso que hubiese conseguido llegar a algún acuerdo para cogobernar con él.

Evidentemente, el deseo de sus votantes de vencer a Pedro Sánchez tuvo un peso muy considerable, pero habría sido un grave error considerarlo el único factor que tener en cuenta. Al fin y al cabo, el repuesto del PSOE de Sánchez es el PP de Feijoo, con lo que está garantizado que no cambiará nada sustancial.

Como es lógico, muchos votantes de VOX están desorientados porque ven alejarse la posibilidad de sumar votos contra el PSOE, pero el paso del tiempo y la debida explicación, si lo permite la tenaza desinformativa de los medios bipartidistas, probablemente acabe evidenciando la sensatez de la decisión de los de Abascal.

El futuro de España y de Europa depende de la fortaleza de los pocos que todavía defienden sus existencias. Cualquier otra consideración sobra. Lo esencial no se puede negociar. La partida sobre su supervivencia no se está jugando en el tablero de la sustitución de Sánchez o de la corrupción del PSOE. Ni siquiera en los gravísimos de la desarticulación del Estado de derecho y la agravada amenaza separatista.

El ser o no ser de España y de Europa depende de la catastrófica inmigración y la no menos catastrófica natalidad. Todo lo demás son bobadas.

 

Jesús Laínz

Jesús Laínz