Ya en 1931, había visto la luz la Quadragesimo anno en la que rememorando la Rerum novarum, se denunciaba que uno de los efectos del liberalismo era el socialismo. El contexto de esta encíclica era inequívoco: el régimen estalinista estaba manifestando su fase más cruda de terror revolucionario. Sin embargo, la Divini Redemptoris aparece en medio del conflicto civil en España. Mientras que muchos católicos de prestigio como Maritain, querían ver nuestra guerra civil como un conflicto entre democracia y fascismo, Pío XI era consciente que lo que se dirimía en nuestras tierras era el futuro de Europa entre la Civilización y la Barbarie. Si el 14 marzo de 1937 se publicaba la Mit brennender sorge, cinco días después, en la festividad de San José, el 19 de marzo del 37, veía la luz la Encíclica que condenaba por excelencia el comunismo; y el domingo 28 de ese mismo mes, firmaba la encíclica Firmissimam constantiam condenando la persecución a los católicos mejicanos. Eran tiempos duros que habían sido antecedidos doctrinal y políticamente durante el siglo XIX. La propia Divini Redemptoris nos recuerda que estas condenas habían sido reiteradas en otros muchos otros documentos: en 1846, Pío IX denunciaba y avisaba del comunismo en la Qui pluribus con estas palabras: “(sobre el) llamado comunismo; doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana”. León XIII, en la encíclica Quod Apostolici numeris, lo definía como “mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte”.

No hace falta decir que en los años pre y pos conciliares esta la Divini Redemptoris fue más que molesta y estuvo condenada al ostracismo. Paradójicamente, quizá sea uno de los documentos magisteriales con los que con más ímpetu se condena un error. Las palabras de Pío XI retumban con una fuerza inusitada para caracterizar el comunismo: “Satánico azote” (§7); “sistema lleno de errores y sofismas, contrario a la razón y a la Revelación divina” (§14); “crudeza repugnante e inhumana de los principios y métodos del comunismo bolchevique”, “error intrínseco” (§15); intrínsecamente perverso (§60); “propaganda realmente diabólica” (§17); “monstruosidad del comunismo” (§83); “epidemia del comunismo” (§85); que lucha de manera “fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino” (§22)  y un largo serial de epítetos condenatorios.

No sólo en la Quadragesimo anno Pío XI se había preocupado del comunismo. Muchas otras encíclicas habían denunciado el error: la Miserentissimus Redemptor (1928), la Caritate Christi (1932), la Acerba Animi (1932) o la Dilectissima Nobis (1933). Sin embargo, la Divina redemptoris debía ser la condena irrefutable y definitiva de los errores del comunismo, de ahí que atienda no sólo a los fundamentos filosóficos de esta falsa doctrina, sino también a todos los aspectos sociales que el comunismo pretende destruir. Un ejemplo de ello es la preocupación por la desnaturalización del lugar de la mujer en la familia: “Al negar a la vida humana todo carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte naturalmente el matrimonio y la familia en una institución meramente civil y convencional, nacida de un determinado sistema económico; niega la existencia de un vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté por encima de la voluntad de los individuos y de la colectividad, y, consiguientemente, niega también su perpetua indisolubilidad. En particular, para el comunismo no existe vínculo alguno que ligue a la mujer con su familia y con su casa. Al proclamar el principio de la total emancipación de la mujer, la separa de la vida doméstica y del cuidado de los hijos para arrastrarla a la vida pública y a la producción colectiva en las mismas condiciones que el hombre, poniendo en manos de la colectividad el cuidado del hogar y de la prole” (§11).

Curiosamente, este mal descrito no deja de ser el mismo que el de las actuales sociedades capitalistas. Esta reflexión viene a colación porque, nuevamente, el magisterio insiste en que el comunismo es el efecto y el liberalismo la causa: “estas masas obreras estaban ya preparadas para ello por el miserable abandono religioso y moral a que las había reducido en la teoría y en la práctica la economía liberal […] ¿Puede resultar extraño que en un mundo tan hondamente descristianizado se desborde el oleaje del error comunista […] no habría socialismo ni comunismo si los gobernantes de los pueblos no hubieran despreciado las enseñanzas y las maternales advertencias de la Iglesia; pero los gobiernos prefirieron construir sobre las bases del liberalismo y del laicismo otras estructuras sociales … [en definitiva] El liberalismo ha preparado el camino al comunismo” (§16).

Pío XI, en otros documentos, apelaba a que “hoy se necesita de unos tales robustos soldados de Cristo, que luchen con todas sus fuerzas”. Y sorprendió a propios y extraños al concluir la Encíclica con un “ponemos la actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la égida del poderoso Patrono de la Iglesia, San José”, pues “a San José fue confiado el Infante divino cuando Herodes envió a sus sicarios para matarlo”. Pues bien, en estos momentos históricos que nos ha tocado vivir, fruto de las influencias de estas grandes ideologías condenadas por el magisterio, el combate es más intenso que nunca. La Iglesia necesita de esos “soldados de Cristo” confiados a San José, Patriarca de la Iglesia Universal y remedio contra los ataques a la familia, el orden natural y la autoridad política supeditada al bien común y a la salvación de las almas. Pedimos al lector que lea y relea estas encíclicas, y tantas otras, pues son un faro de luz perenne ante tanta tiniebla que acechan nuestras sociedades y almas.

 

Javier Barraycoa

El Magisterio eclesiástico contra las ideologías (I)

El Magisterio eclesiástico contra las ideologías (II)

El Magisterio eclesiástico contra las ideologías (III)

Javier Barraycoa