En ese mismo año, el Sumo Pontífice escribía una dura encíclica contra el fascismo, llamada Non abbiamo bisognio (1931). A nadie se le puede escapar que el gran ideólogo de fascismo Giovanni Gentile, fue un filósofo neohegeliano, que escribió junto con Benito Mussolini La doctrina del fascismo. Las fuentes de inspiración de Gentile fueron pensadores como Hegel, Nietzsche y también Karl Marx. Además, Mussolini provenía políticamente del socialismo al que aunó un desproporcionado nacionalismo. De hecho, Gentile declaraba que “el fascismo es una forma de socialismo, de hecho, es su forma más viable”. Este movimiento se fue pergeñando desde 1919 y culminó al alcanzar el poder, en 1922, tras la Marcha sobre Roma. Ese mismo año era elegido Pío XI como sucesor de Benedicto XV. El Papa hubo de acometer grandes retos durante su pontificado. El principal era resolver la cuestión de a-legalidad en que se encontraba la Iglesia tras la reunificación (forzada) italiana. El Papa se había declarado asimismo como  “prisionero del Estado italiano” en el Vaticano, ante la ausencia de cualquier pacto diplomático que arreglara la situación creada por el proceso unificador llevado a cabo por  los Saboya.

El carácter anticatólico de Víctor Manuel III y del gobierno de Mussolini dificultaban las aspiraciones de la Iglesia de que el Vaticano fuera reconocido como un Estado soberano y alcanzar un Concordato con el Estado Italiano. Las tensiones existieron desde el principio entre el Estado fascista y la Iglesia católica, pues en ese momento eran las dos únicas fuerzas autónomas existentes en Italia. Pío XI se puede considerar el Papa de la Acción Católica, al culminar esta organización de las masas católicas al servicio de la jerarquía episcopal, cosa que ponía nervioso al movimiento fascista. Hubo tensiones durante una década, desde los conflictos entre los “scouts” católicos y los “balilla” italianos o las dificultades en las negociaciones sobre la soberanía del Vaticano. Cierto es que el nuevo Régimen restableció el crucifijo en las escuelas, y aprobó la enseñanza del catecismo, e incluso se dispensó al clero del servicio militar. En la Non abbiamo bisognio, Pío XI reconoce que hubo unas primeras esperanzas en el nuevo Régimen fascista: “El clero, el Episcopado y la Santa Sede no han dejado de apreciar la importancia de lo que se ha hecho en estos años en beneficio de la Religión” (§9). Pero también expresa que finalmente las tensiones fueron insostenibles: “¡cuántas brutalidades y violencias, que llegaron hasta los golpes y a la sangre; cuántas irreverencias de prensa, de palabras y de hechos, contra las cosas y contra las personas, incluso la Nuestra, han precedido, acompañado y seguido la ejecución de la inopinada medida de policía!” (§6).

Mussolini, aun así, sabía que la “cuestión romana” debía resolverse de alguna u otra forma. Entre 1925 y 1926 se iniciaron las primeras conversaciones que culminarían en 1929 con los pactos lateranenses, según los cuales Italia reconocía: “El Estado de la Ciudad del Vaticano”. A cambio la Iglesia reconocía la capitalidad italiana de Roma. Pío XI creía que este reconocimiento y el futuro concordato abriría las puertas para el tan ansiado reconocimiento de la confesionalidad del Estado Italiano. Pero la política de Mussolini, en paralelo, aspiraba a implantar un Estado totalitario donde el individuo dependiera del Estado y este tuviera un control total sobre la educación independientemente de la Iglesia. El 31 de enero de 1929, el gobierno italiano excluía de la enseñanza universitaria las asignaturas de religión. Y en las etapas primaria y secundaria de la escuela pública, la clase de religión quedaba reducida a una hora semanal.

La condena de la Encíclica en esto es determinante: “Una concepción que hace pertenecer al Estado las generaciones juveniles enteramente y sin excepción, desde la edad primera hasta la edad adulta, es inconciliable para un católico con la verdadera doctrina católica; y no es menos inconciliable con el derecho natural de la familia; para un católico es inconciliable con la doctrina católica el pretender que la Iglesia, el Papa, deban limitarse a las prácticas exteriores de la religión (la Misa y los Sacramentos) y todo lo restante de la educación pertenezca al Estado” (§27). Pero lo que realmente hizo estallar la situación y provocó la posición magisterial del Papa, fue: “la sorpresa penosa de ver perseguida y herida la Acción Católica allí, en el centro del apostolado jerárquico, donde tiene, más que en ninguna otra parte” (§3).

El Partido Popular Italiano ya había sido prohibido como el resto de partidos del abanico parlamentario. La Acción Católica -instrumento soñado por Pío XI para la reconquista espiritual del mundo moderno- estaba siendo constantemente obstaculizada por las autoridades fascistas, que prefirieron impulsar sus propias secciones infantiles, juveniles, adultas, de hombres y mujeres antes que las católicas. Finalmente, Mussolini disolvió las asociaciones juveniles católicas en 1931. Pío XI denunció públicamente esos ataques contra la Acción Católica italiana en la encíclica Dobbiamo intrattenerla el 25 de abril de ese año, un mes antes de que se hiciera oficial la de disolución de asociaciones juveniles católicas. El 26 de junio, vería la luz la Non abbiamo bisogno. Finalmente, para la conmemoración del décimo aniversario del Tratado de Letrán, Pío XI preparó una alocución titulada Nella luce, que debía leerse y divulgar públicamente el 11 de febrero de 1939. En ella, el Pontífice declaraba abiertamente la incompatibilidad entre fascismo y catolicismo, pero un día antes fallecía el Santo Padre.

 

Javier Barraycoa

 

El Magisterio eclesiástico contra las ideologías (I)

Javier Barraycoa