El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la seguridad como la “cualidad de seguro” y define lo seguro como “libre y exento de todo peligro, daño o riesgo”. Si bien es fácil darse cuenta de que es imposible estar libre de todos los peligros existentes, podemos decir que los bienes materiales están seguros cuando no pueden ser sustraídos, destruidos o deteriorados.

Respecto a la seguridad de las personas, aparece un elemento añadido tremendamente importante, que es la “sensación de seguridad”; es tan importante que podríamos definir la seguridad en las personas como “la cualidad de estar y sentirse libres y exentos de todo peligro, daño o riesgo en un lugar determinado”. Así, el ser humano, cuando se siente ajeno a los riesgos, experimenta esa sensación de tranquilidad que conocemos como “sensación de seguridad”, antítesis de la “sensación de inseguridad”, que ha de afrontar cuando se siente desprotegido.

Los medios utilizados por el ser humano para obtener esa seguridad le otorgan barreras contra las posibles agresiones y le permiten evitar la vulneración de sus derechos. Todo ello pretende traducirse en obtención de libertad, pues aquel que se encuentra seguro actúa según su voluntad, es decir, libremente, mientras que el inseguro actúa condicionado los por los riesgos que le acechan.

En relación con esta percepción de la seguridad por parte de las personas, pueden darse tres situaciones:

  • Que la persona perciba un peligro inexistente.
  • Que la persona perciba un peligro realmente existente.
  • Que la persona no perciba un peligro realmente existente.

De forma general podemos decir que existen tres tipos de inseguridad. Todos ellos, de algún modo, acaban con esa sensación de seguridad que necesita el ser humano. Esos tres tipos son:

  • La inseguridad real u objetiva, que está basada en datos estadísticos y que se puede medir conociendo los datos de delitos y de población de un lugar determinado.
  • La inseguridad subjetiva, que es intrínseca a cada persona, está totalmente desligada de la anterior y que es la que, por ejemplo, hace que alguien se sienta inseguro en un lugar solitario a pesar de que jamás hayan ocurrido incidentes en aquel lugar.
  • La inseguridad inducida, que es la que percibe la persona como consecuencia de la información que recibe a través de los medios de comunicación social, de las redes sociales o de personas cercanas conocidas. Se genera por el miedo a convertirse en víctima. Esta inseguridad puede llevar a que la persona perciba peligros inexistentes o perciba de forma magnificada los realmente existentes.

La inseguridad inducida es utilizada frecuentemente con fines comerciales por parte de empresas de seguridad que, en su propaganda, transmiten mensajes en los que aparece alguien diciendo que han entrado en casa de su vecino o en los que se cuenta que alguien puede estar mirando un atardecer mientras pasa algo en su casa. La finalidad de estos anuncios es clara: inducir inseguridad en los televidentes para buscar que contraten los servicios de esa empresa; de este modo el individuo que ve el anuncio siente la posibilidad de ser víctima y contrata un sistema de seguridad sin plantearse, en muchas ocasiones, si existen datos realmente objetivos que justifiquen gastar dinero en ello.

El problema es que, como se ha mencionado, cuando el ser humano carece de seguridad, siente íntimamente esa pérdida de la libertad asociada a ella y se produce la paradoja de que es capaz de renunciar a ciertas libertades consideradas como secundarias para recuperar la libertad; en tal caso, curiosamente, se renuncia a la libertad en busca de libertad. Es lo que hace alguien cuya vida está amenazada, cuando contrata a un escolta para su protección y cambia sus hábitos diarios, pues renuncia a ciertas libertades y privacidades para conservar la vida. A veces, en casos extremos, ese deseo de mantener ciertas libertades básicas llega a generar, en quien teme perderlas, un pánico desproporcionado que puede llevarle a actuar irracionalmente o a justificar cosas que le parecerían injustificables si fuese capaz de recuperar el autocontrol.

No es nada nuevo el hecho de que los Estados utilicen también la inseguridad inducida para sus fines, especialmente cuando se trata de estados carentes de libertad. Lo que sí es realmente novedoso es que se utilice de forma tan masiva y generalizada como ha ocurrido con el coronavirus, logrando que la gente renuncie a su libertad de circulación, que delate a quienes se resistían a cumplir con obligaciones ilegales e ilegítimas, que permita ser inoculada con un medicamento aún no probado ni siquiera en animales, que acepte ser marcada con un documento que garantizaba su sumisión a los dictados de una autoridad cuestionada y cuestionable y que segregue a quienes no lo aceptaban. Y todo ello creyendo que se trataba de mecanismos útiles para conservar la vida. Además, con este método, se ha logrado que la masa, inmersa en una novedosa situación de pánico generalizado, haga frente a aquellos sujetos que han sido capaces de cuestionar la verdad oficial acudiendo a fuentes de información primarias, limitándose a tacharles de negacionistas o conspiranoicos sin entrar a razonar los datos objetivos que aportan estos sujetos que se resisten a ser manejados.

Como vemos, el poder ha sido capaz de adulterar la realidad para convertir nuestra inseguridad inducida en un mecanismo eficaz de control social. En este aspecto, el Covid ha sido un auténtico experimento en el que los gobiernos han probado con gran éxito su capacidad para someter a la sociedad, y el ensayo les ha salido vergonzosamente bien.

A ello debemos añadir que el encierro ha servido para que nuestra única ventana al exterior sea la televisión, controlada por los poderes públicos como auténtica inductora de inseguridad.

Como puede verse, esa inseguridad inducida utilizada por el Estado, ha producido en los ciudadanos cambios de conducta típicos de cualquier inseguridad, como son:

  • Timidez, confiando más en las opiniones ajenas que en las propias e intentado ocultar estas últimas cuando van en contra de la verdad oficial.
  • Sensación de impotencia ante una situación que parece superar nuestra posibilidad de respuesta, haciendo que depositemos irracionalmente nuestra confianza en manos ajenas (el Estado).
  • Pánico, provocando una búsqueda descontrolada e irracional de salidas a esa situación nueva. Por efecto del pánico se ha logrado, por ejemplo, que millones de personas se inyecten voluntariamente un medicamento no probado que utiliza una tecnología jamás utilizada, que se lo administren también a sus propios hijos y que fuercen a que se lo inoculen otras personas que no lo deseaban.
  • Paranoia, viendo en todos nuestros familiares, amigos y vecinos a un posible portador del mal o culpando de que una supuesta vacuna no funcione a quien no se la ha puesto.
  • Aislamiento social, para no estar en peligro, lo que nos ha llevado en ciertos momentos a encerrarnos, en otros a separarnos de nuestro entorno habitual para no ser contagiados y en otros a exigir un pasaporte específico a quien pretenda simplemente sentarse en la silla de al lado para tomar un café.

Es importante tomar medidas para protegerse de esa inseguridad inducida que, no dudemos, va a seguir siendo utilizada por los poderes públicos. Algunas de las posibles ideas para ello son:

  • Mantener la calma: Los nervios y el posible pánico nunca ayudan a encontrar soluciones eficaces a nada.
  • Ser racional: Es importante cuestionar las informaciones procedentes de los medios oficiales a través de la prensa y de las normas dictadas. Hay que descartar la obediencia ciega y acudir a fuentes primarias para obtener información pues, por ejemplo, muchas de las informaciones que se recibían por la prensa durante las peores épocas covidianas eran contradichas por la información oficial que publicaban en sus páginas web el Ministerio de Sanidad, la Organización Mundial de la Salud o la FDA americana.
  • Tener seguridad en sí mismo: Planteándose que las posibles soluciones al problema encontradas por cualquier persona, si se obtienen racionalmente, pueden ser tan buenas o mejores que las propuestas por los demás o por las autoridades públicas.
  • No aislarse: Es importante plantearse si merece la pena aislarse de sus seres queridos, si te interesa no ver a tus hijos para conservar la salud o si vale la pena perder a tus personas cercanas para conservar un teórico bienestar.
  • Establecer una red de apoyo: Es importante mantener contacto con personas que tengan la misma actitud positiva ante la vida. No debemos olvidar compartir honradamente con ellos las experiencias propias y plantearles nuestras dudas y problemas.
  • Desconfiar de los organismos públicos: Ya han demostrado sobradamente que, independientemente del partido que gobierne, sirven a otros intereses muy apartados de los de sus compatriotas.
  • Tener fe: La fe muestra la posible muerte como un simple tránsito, lo que ayuda a no sentir impotencia ni pánico, a no caer en la paranoia y a mantener la necesaria calma.

Es importante tener presente que los gobiernos ya han utilizado la inseguridad inducida para controlarnos y la van a seguir utilizando, aunque no sea de una forma tan directa y descarada. Así, ya empiezan a pretender que temamos la contaminación del aire y del agua, el calentamiento global y el cambio climático, la huella ecológica y toda una serie de inseguridades inducidas que nos van a orientar hacia la agenda 2030 pretendiendo hacernos suponer que es la única solución posible y aceptable. Esto es el principio, pero el ansia de poder no tiene fin, ya lo veremos y ¡que Dios nos asista!

 

C.R. Gómez

Criminólogo

C. R. Gómez