¿Un ensayo general para la tiranía emergente? A propósito del experimento “Zimbardo”
El profesor Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social en la Universidad de Stanford en 1971. Conocía los experimentos de Asch, sobre la complacencia social. Asch comprobó la fuerza que ejerce el grupo en la toma de decisiones de las personas, ya que la mayoría suele imitar a la mayoría. Esto lo estamos viendo en estos días de arresto domiciliario donde la mayoría repite sin comprobar la necesidad del aislamiento social, la cuarentena de individuos sanos, la eutanasia necesaria de ancianos o el diagnóstico y tratamiento involuntario. Nadie tiene los datos, pero la mayoría repite una y otra vez lo que “dice” la mayoría.
Zimbardo conocía también los experimentos de Stanley Milgram sobre la obediencia a la autoridad. Milgram comprobó que el 80% de la población carece de recursos psicológicos y morales para resistirse a una orden o una instrucción de la autoridad y que poco importa el tipo de orden o de instrucción. El 80% de las personas obedecerán ciegamente las instrucciones de la autoridad, aunque las mismas impliquen el arresto domiciliario, la eutanasia, la violencia gratuita, o el asesinato. Lo estamos viendo estos días de confinamiento. Solo el 20% de las personas tienen la capacidad de ser críticos con el poder y desobedecer en distintos grados las instrucciones tiránicas.
Pero Zimbardo quiso llegar más allá. ¿Qué es lo que hace que una persona razonable se convierta en un monstruo y obedezca ciegamente las órdenes? Para investigar este tema, diseñó un experimento en la Universidad de Stanford y construyó en el sótano una cárcel. Puso un anuncio en el periódico para reclutar voluntarios. De forma aleatoria, la mitad harían de carceleros y la otra mitad de presos. Todos sabían que era un experimento y todos sabían que los habitantes de la cárcel -carceleros y presos- eran voluntarios en un experimento.
El experimento duraría 15 días en los que no habría ningún contacto con el exterior. Como premisa inicial, todos cobraron por su participación en el experimento por adelantado y todos habían pasado un reconocimiento médico antes de comenzar para comprobar que tenían una salud media, es decir, normal. Estaba prohibido ejercer violencia física -golpes, quemaduras, cortes-. El control de los reclusos se debía alcanzar imponiendo disciplina y normas, así como restricciones de derechos fundamentales y correcciones disciplinarias.
Los prisioneros se mostraron sumisos, dependientes, complacientes, depresivos y pasivos, tal y como ya habían observado Asch y Milgram. Los carceleros se mostraron malvados, sádicos, inflexibles y mezquinos, abusando de su posición hasta lo inimaginable. Todos asumieron sus roles y se comportaron como “creían que debían comportarse”. Alguno de los sujetos mostró signos de psicosis desde el segundo día. El experimento tuvo que suspenderse al sexto día, ya que se estaba perdiendo el control de la situación.
¿Qué es lo que pretenden con el confinamiento? Lejos de ser una medida sanitaria -las instrucciones sanitarias son mínimas, contradictorias y a veces sin sentido ni justificación-, las medidas son policiales y de absoluto control social. Se ha suspendido la libertad de prensa y la poca prensa “discrepante” responde a un esquema de “disidencia controlada”. Se ha suspendido la libertad de expresión con censura activa de canales de internet y con amenazas de sanción. Se han roto los vínculos y hábitos sociales: se ha aislado humana y psicológicamente a los ciudadanos, con arreglo a las siguientes categorías enunciadas en el experimento de Zimbardo:
– personal esencial o carceleros
– personal no esencial o presos
Para entender este experimento en el que estamos, hay que tener en cuenta tres factores:
¿Qué aportan los ciudadanos a esta situación? (piden control, piden protección, piden castigo)
¿Qué es lo que obtiene el sistema de los ciudadanos? (Justificación para tomar cualquier medida)
¿Cuál es el sistema que crea y mantiene esta situación? (la contradicción y el caos y el miedo)
Y una última pregunta ¿podría volver a ocurrir un “holocausto” a día de hoy (-eutanasia, vacunación forzada, microchipado involuntario, “ejecución” de “portadores”, de imbéciles o de inútiles-)?
Como en el experimento de Milgram, el modelado de la población es insidioso, poco a poco, aumentando por fases el nivel de control y de sadismo. Lo que ahora es impensable, poco a poco se convertirá en posible y más tarde se podrá hacer realidad. Hace tan solo cinco meses la existencia de eutanasia activa involuntaria en este país era impensable y se trabajaba en una ley que “regulase” la “eutanasia voluntaria compasiva”. Hoy vemos cómo a los mayores de 75 años se les niega tratamiento y se les aplica una inyección para terminar con su vida. Esa inyección no la inyecta un político, un carcelero o un sicario, sino profesionales sanitarios “de confianza”. Hasta hace muy poco, la izquierda abanderaba una oposición contra la Ley mordaza y el abuso de la policía. Pero hoy vemos que se aplaude la violencia gratuita de la policía y multas absurdas con imputación de delitos de desobediencia, juicios rápidos y medidas de arresto y reclusión. Hace unos meses se hablaba de la necesidad de mantener la independencia judicial y la separación de poderes, pero hoy es evidente que no existe ninguna de las dos cosas. Todo, poco a poco.
Milgram predijo en los años 70 que el 80% obedecería cualquier tipo de orden -incluso matar-. La cuestión es cómo se “construye” el escenario.
PRIMER PASO: Anular la responsabilidad.
De todas las barbaridades que se están perpetrando, nadie se va a hacer responsable, porque la toma de decisiones se hace de forma piramidal y en la cumbre están cargos políticos a los que ningún juez condenará. Se ha suspendido el parlamento, el funcionamiento judicial y las funciones del “Defensor” del Pueblo y del “Tribunal” Constitucional. Nadie es responsable y nadie va a resultar responsable de nada.
Estamos en medio de un experimento de “purga” y de sálvese quien pueda inyectando dos miedos muy intensos: el miedo a un supuesto virus y el miedo al Gobierno. La población no actúa por sadismo o por masoquismo sino por supervivencia. Unos creen que sobrevivirán más fácilmente siendo sádicos con sus convecinos y otros siendo sumisos. Todo ello lo enlazamos con la “teoría del riesgo moral” -de Adam Smith y Kenneth Arrow-, que dice que ante la falta de consecuencias de nuestros actos, tendemos a ser muy descuidados.
SEGUNDO PASO: Deshumanizar a las personas. Anonimizarlas. Cosificarlas.
Lo importante en la vida pasa a ser “la salud pública”, “el Estado”, “el interés general”, “la economía”, “el control de la población y la epidemia”. Las personas pasan a ser una mera pieza de un engranaje colectivo y no sujetos de derechos y obligaciones. Los “trabajadores esenciales” se revisten de protección “oficial” y son solo una pieza del engranaje -solo obedecen órdenes y cumplen con su obligación-, y las “personas no esenciales” desprovistas de todo derecho solo tienen que obedecer. Para marcar más los roles, se emiten infinidad de instrucciones confusas, contradictorias y humillantes. El carcelero se sentirá satisfecho cumpliendo y obligando a cumplir y el preso se sentirá seguro obedeciendo.Puedes ir al supermercado a comprar comida, pero no puedes comprar otras cosas -cazuelas, ropa, herramientas-. Puedes Ir a comprar tabaco -es de primera necesidad-, pero no puedes salir a fumar a la calle. Puedes encargar una pizza a domicilio, pero solo puedes comértela en casa.
Todos los ciudadanos son sospechosos y posibles contaminantes, excepto el personal esencial. El personal esencial no puede contagiar a nadie.Las personas no pueden caminar juntas por la calle ni agruparse para charlar, salvo si eres personal esencial. Se suspenden fiestas y reuniones multitudinarias, salvo que sea en la puerta de un hospital y por personal esencial para autoaplaudirse. Hay que guardar una distancia mínima de seguridad de 1 metro, o de metro y medio, o de dos metros, salvo si estás en un supermercado donde las distancias son imposibles porque cada lineal tiene una anchura inferior a dos metros. Hay control de aforo en las tiendas pero no en los supermercados. Puedes usar el ascensor, aunque sea comunitario y nadie lo limpie entre uso y uso. Debes utilizar guantes y mascarilla aunque con ellos puedas transmitir la enfermedad a otros por el mal uso. Si toses en tu mano puedes transmitir virus con la mano. Si toses en el guante, estamos salvados. Con lavarse las manos, es suficiente para matar al virus, pero la ropa debe lavarse a 60º. El calzado es mejor dejarlo fuera de casa, en la puerta. Eso sí, las mascarillas y los guantes se pueden meter en casa y reutilizar hasta que se caigan de roña. El virus se muere con el sol y el calor, pero necesita ser fumigado por las calles con no se sabe qué, pero que solo mata al coronavirus y no mata nada más. Son fumigaciones selectivas…
Puedes ir a comprar y no guardar la distancia de seguridad ni la reducción de aforo en un supermercado, pero no puedes ir a un culto religioso, a un entierro o a una manifestación, aunque se cumplan normas de prudencia sanitaria. Si eres musulmán, sí puedes reunirte y celebrar tus fiestas. No se puede pasear, circular por el campo o por la playa. Si caminas solo por el monte, eres un peligro de salud pública. Si nadas en el mar, puedes suponer un riesgo para otros. Prevenir o tratar la enfermedad o síntomas con remedios caseros, naturales o con terapias alternativas no está entre tus posibilidades por razones de salud pública… No hay ningún tratamiento “aprobado” que puedas tomar. Alguien decide arbitrariamente qué actividades son esenciales y cuáles no. Puedes dormir con tu pareja pero no puedes salir a la calle con ella o viajar en el mismo vehículo. Las normas de confinamiento son las mismas para poblaciones pequeñas que para poblaciones grandes, para zonas de enfermedad masiva y para zonas donde casi no hay incidencia. Dentro del coche hay que guardar la distancia de seguridad, salvo si eres personal esencial…
No se puede viajar fuera de la provincia. Puedes moverte 200 km en provincias como Burgos, pero no puedes moverte casi 50 km en provincias como Vizcaya. Puedes tener contacto con más personas en 1Km en Madrid que en 50Km en Zamora. Tu hospital, comisaría o juzgado más cercano, puede estar en otra provincia, pero lo importante son los límites territoriales.
El confinamiento es igual para sintomáticos, asintomáticos y sanos. El confinamiento es igual para poblaciones de muy alto riesgo -ancianos- que para los de muy bajo riesgo -niños-. No es necesario hacer ninguna prueba clínica para diagnosticar a un paciente. Toda presunción es prueba en enfermedad o de lo contrario. La enfermedad está causada por un virus que no se ha aislado en origen y que no se identifica en cada caso. La enfermedad se transmite por el aire sin que se haya aislado el virus en ninguna de las gotas de “pfluge” que emitimos al hablar, respirar o toser. No hay ninguna evidencia científica real que demuestre que las mascarillas sirvan de algo.
Una nueva fórmula para acabar con la pandemia es la fumigación. Nadie explica qué es lo que se fumiga ni qué eficacia tiene ni qué efectos adversos puede tener para el medio ambiente o las personas. Hay que usar mascarilla y guantes, incluso aunque no exista evidencia de que sirvan de nada sino todo lo contrario. La mascarilla y los guantes se convierten en vectores de expansión de la enfermedad.
Se imposibilita todo ejercicio físico y paseo, cuando son medidas higiénicas que son positivamente beneficiosas. Va a haber un rebrote de la enfermedad, sin que exista ningún dato o experiencia para afirmar tal cosa. Los test que se están empleando ni son fiables ni específicos. El nivel de falsos positivos y falsos negativos, hace que los test no sirvan para nada.
La solución única es una vacuna aunque no hay ningún dato o experiencia de vacunas contra coronavirus en humanos. Sociedades filantrópicas opacas coordinan la creación e imposición de la vacuna, sin ningún tipo de supervisión control o transparencia. Es muy importante acabar con la pandemia aunque no se acerca ni de lejos a los 120.000 muertos por cáncer. El cáncer no motiva ni una sola medida de salud pública. Es muy importante acabar con las muertes pese a que en España mueren 59.000 personas por causas directas, indirectas, activas y pasivas del tabaco. El tabaco y otros tóxicos ambientales, no mueven ni una sola medida de salud pública.
No existen medidas preventivas, porque lo importante es tratar la pandemia. No existen tratamientos eficaces ni se pueden probar. Todo tratamiento permitido está en manos del Gobierno. No hay alternativas. Los pacientes no pueden quedarse en casa y recibir cuidados domiciliarios. Tienen que ir al hospital. O no. Depende. En el hospital se les aísla de sus familiares por motivos de salud pública. Se suspenden los derechos al consentimiento informado. Se impone un sistema de eutanasia activa involuntario con un fundamento eugenésico. Se incineran los cadáveres sin razón científica y sin el consentimiento de los pacientes y familiares. No se hacen test ni comprobaciones ni autopsias a los fallecidos.
Se hacen experimentos involuntarios con distintas medicaciones sin seguir protocolos de investigación. Se publicita, estimula y permite la fabricación de respiradores por empresas sin experiencia a sabiendas de que pueden ser mortales. Mucha presión, poca presión o frecuencias desacompasadas pueden matar al paciente, pero eso no importa. Se publicita, estimula y permite la fabricación de mascarillas por empresas sin experiencia y con materiales diversos. Lo importante es que parezcan mascarillas y no que sirvan de barrera efectiva. Se liberan organismos genéticamente modificados para luchar contra la pandemia sin seguir las normas básicas y legales de seguridad.
El estado de alarma no supone eliminación de derechos fundamentales pero los anula. Se trata de un problema de salud pública pero en lugar de utilizar la Ley General de Salud Pública o la Ley Orgánica de Medidas Especiales en materia de Salud Pública se decreta un estado de alarma.
Los políticos que son incapaces de gobernar mediante consenso, que no son capaces de aprobar presupuestos desde verano de 2017, que han mentido y corrompido en todo tipo de negocios y que han parasitado la justicia, nos van a salvar. A pesar de que los partidos no se ponen de acuerdo en las cosas más básicas, todos han llegado al consenso de destruir el país como fórmula para combatir la pandemia, sin debate político de ningún tipo. Ningún partido muestra, debate o enmienda ni un solo documento oficial -si es que existe-. Los funcionarios que no han acabado con el cáncer, el sida, la gripe, las listas de espera o la corrupción farmacéutica, nos van a salvar.
Los internamientos involuntarios, coactivos, son irregulares y sumarísimos. Como medidas de salud pública se habla de diagnósticos involuntarios, de confinamiento de asintomáticos, de vacunación forzada, junto con medidas tan sorprendentes como ocupación de viviendas deshabitadas, requisado de bienes y materiales, nacionalización de empresas… Las medidas de confinamiento están funcionando, pero nadie explica por qué en países donde el confinamiento no es estricto o ni siquiera hay, no hay más contagios ni más muertes.
Se abandona a los ancianos y a las residencias y se investiga penalmente las muertes que ocurren fuera del hospital. No se investiga ninguna muerte dentro del hospital.
Hay que controlar la falsa información y los bulos a través de la censura y el acoso. Nadie acredita que la información oficial sea veraz. Los medios de comunicación son financiados por el Gobierno. Los medios que financia el gobierno muestran las incongruencias y noticias disonantes. Los medios divulgan noticias que tienden a atemorizar a la población con el virus y con el Gobierno. Empobrecer a un país hasta el límite (un 20% de deuda más en tres meses, -120% del PIB-), es la nueva fórmula para combatir las pandemias.
Nadie contabiliza las muertes “colaterales” que causa el estado de alarma por otras enfermedades no tratadas, por pérdida de oportunidad, por iatrogenia o por suicidio. Nadie contabiliza el daño moral y mental que causan las medidas policiales, crisis nerviosas e internamientos y tratamientos involuntarios psiquiátricos.…
Este cúmulo de patentes incongruencias son mostradas por los medios de comunicación sin ningún sonrojo consiguen dos efectos. El primero mantener la tensión entre miedo y esperanza, dos sentimientos ficticios y artificiales sustentados en las “evidencias” que se ven en la tele. Con esas emociones se tiende a infantilizar a la población y facilitar que asuman un rol concreto -persona esencial autoritaria, persona no esencial sumisa-. El segundo de los efectos es el de descubrir y humillar todo tipo de disidencia. Es difícil mantener la boca callada con tanta estupidez: te pillan, y eres un “terraplanista”, un “antivacunas”. Quieras o no, tendrás que cumplir con las normas estúpidas que imponemos. El mundo se divide entonces en cuatro grupos cosificados:
A) El de la población sumisa, obediente y complaciente.
B) El de la población esencial, autoritaria, balconazi, agresiva.
C) El de la población disidente silenciosa, prudente, …cobarde.
D) El de los payasos – mártires de los que todo el mundo se ríe y a los que todo el mundo insulta. Los payasos sirven para que el escarnio neutralice cualquier respuesta de otros grupos mediante “castigos ejemplares”.
TERCER PASO: Procesos sociales para pasar a la acción.
La anonimización del grupo de personas esenciales se cumple con la máscara. Con la máscara, hay ocho veces más posibilidades de cumplir con instrucciones atroces o incluso de matar. Pero… ¿qué es lo que hace que las personas esenciales se deslicen por el tobogán del abuso?
1. Actuar sin pensar. Se ha cercenado el espíritu crítico moral y la posibilidad de diálogo y discrepancia. Se ha instalado un sistema jerárquico de gestión donde no existen equipos de trabajo ni debate ni personalización. Se trata de una carencia moral que nace del relativismo moral del materialismo y del utilitarismo. “qué daño puede hacer”.
2. Se deshumaniza a los otros. Se cosifica al ser humano como un elemento más de la sociedad, sin valor individual: “es un covid, es un asintomático”.
3. Anonimización de uno mismo: “soy un mandado”.
4. Difusión de la responsabilidad: “las decisiones las toman desde arriba, lo ordena el Ministro, lo manda el Juez”.
5. Obediencia ciega a la autoridad: “es la Ley”, “las normas son para cumplirlas”.
6. Conformismo social: “si todos obedecemos y hacemos lo mismo, nadie puede hacer nada distinto, Soy uno más, somos mayoría”.
7. Banalización del mal. Tolerancia pasiva ante la maldad. Inacción, indiferencia: “si lo que se hace fuese un crimen, no ocurriría”.
CUARTO PASO: dar poder a la gente sin controlar ni exigir responsabilidad.
Se ha centralizado la gestión y la responsabilidad. Con ello se persigue que las personas esenciales, actúen impunemente generando descontento, crispación, caos y terror. Todo lo anterior hace que piense que lo que realmente están generando es una situación en la que se produce un Estado absolutamente totalitario a través del miedo, la violencia y la ruina económica. La población entra en un “estado agéntico”. El estado agéntico es una especie de trance cognitivo por el cual no podemos escapar de nuestro propio rol. La disonancia entre la realidad y el autoengaño, se resuelve tomando partido por el último y abrazando a la autoridad.
Se habla ya de una “nueva normalidad”, una “post-democracia”, una nueva “transición” política, la segunda y definitiva, indudablemente hacia un Estado confesionalmente socialista.
Acaba de brotar el germen de un nuevo totalitarismo, cuidadosamente regado y abonado durante décadas en las que la semilla del estatismo ha infectado la sanidad, la educación, la ciencia, los medios de comunicación y la cultura, la justicia y las instituciones supervisoras o de control, la industria (alimentos, medicinas,…) y los suministros básicos (electricidad, gas, agua, combustible, internet, telefonía,…), la banca y los seguros, las ideologías y las creencias religiosas.
Todas las áreas anteriores de actividad están absolutamente controladas por el Gobierno a través de regulaciones y subvenciones y funcionan al margen de todo tipo de transparencia y control. Se supone que la operatoria inmediata en todas estas áreas está en manos de técnicos competentes, pero en muchos casos no se trata sino de una superchería cientifista, pues en el fondo se pretende hacer pasar por rigurosamente científico lo que no es sino una versión más o menos formalizada de ideologías como el género. El objetivo último que se persigue no es sino la construcción de una sociedad tecnocrática totalitaria y para ello la creación de un escenario de caos resulta siempre el catalizador imprescindible. Casualmente, o quizá no, para quien conozca la historia de las revoluciones, “Ordo ab chao” es la divisa principal del grado 33º del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
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