Una organización piramidal

Actualmente el centro de poder de Greenpeace está en Ámsterdam. A la oficina central están asociadas 24 filiales correspondientes a otros tantos países. La organización central cobra un 25% de los ingresos de las filiales en concepto de «royalties», simplemente por el uso de la “marca” Greenpeace. Así, prácticamente sin realizar actividades, Greenpeace internacional se ha convertido en un poderosísimo holding. Sólo en Alemania 700.000 socios dejan en sus arcas 36 millones de dólares anuales. Una cuarta parte de ese dinero es ingresado en la cuenta de la administración central. ¿Adónde van a parar esas ingentes cantidades de dinero?

Las cuentas de la organización ecológica no siempre han estado claras. En 1993, Stan Gray y Gord Perks, antiguos militantes y expertos en el desarrollo de las campañas de Greenpeace en Canadá, desvelaron a la prensa de Otawa cuál era destino del dinero procedente de las donaciones. La organización canadiense contaba con un presupuesto anual de 7 millones de dólares, de los cuales sólo el 5% se dedicaba a campañas por el medioambiente. El resto del dinero se “perdía” en gastos administrativos y en el mantenimiento de la organización. Tras estas declaraciones a la prensa, los dos militantes fueron fulminantemente expulsados de la organización.

Otro de los misterios contables de Greenpeace es el dinero destinado a la investigación. Desde 1988,  a partir del nombramiento del geólogo Jeremy Legget como Primer Director de Ciencia (en Inglaterra), Greenpeace destina grandes cantidades de dinero para financiar a científicos. Estos, como buenos jornaleros, emiten cada cierto tiempo apocalípticos informes sobre el mal estado del planeta. Los informes sirven para alimentar las campañas y éstas para alimentar los ingresos. Más que investigar, la organización ecologista “subcontrata” investigadores cuyos informes no necesariamente reúnen los requisitos de seriedad científica suficientes. A este respecto, han saltado algunos escándalos por manipulación. Por ejemplo, Greenpeace Australia envió un informe a los sindicatos de la construcción, madera y minería sobre los riesgos de contraer cáncer que implicaba trabajar con la industria del papel. Dicho informe se presentaba como un estudio elaborado por la Universidad de Exeter. Ello no era exactamente así. El Vicecanciller de la Universidad, el Dr. David Harrison, hubo de aclarar a la prensa que Greenpeace simplemente había alquilado un local en el «campus» y se había limitado a usar la dirección postal para remitir el informe. La Universidad, de hecho, no había realizado ningún informe ni podía responsabilizarse de él. La falta de escrúpulos para con el respeto a la verdad se ha hecho una norma común en la organización ecologista. Las campañas se centran en la exageración constante. Eslóganes como «Hemos asesinado ya al 94% de las ballenas», sin ningún fundamento científico, consiguen mover la compasión y la cartera de muchos burgueses decadentes deseosos de autocomplacerse.

La prestigiosa revista Forbes, en su número de noviembre de 1991, presentaba un completísimo informe sobre las irregularidades financieras de la organización ecologista. Uno de los testimonios más significativos es el de Franz Kotte, ex tesorero de Greenpeace, que denuncia la existencia de cuentas privadas de más de 20 millones de dólares, a las que sólo tienen acceso los máximos dirigentes. Curiosamente, Greenpeace no dedica fondos de su presupuesto a investigaciones sobre cómo eliminar la contaminación del planeta. Su «misión» -proclaman sus dirigentes- es denunciar la contaminación, no eliminarla. Los ingenuos colaboradores piensan que sus aportaciones están sirviendo para mejorar el estado del planeta. En realidad, esencialmente, financian la publicidad de la organización.  Más bien, muchos dudan de las buenas intenciones de la multinacional ecologista, a parte de ser un magnífico modus vivendi para unos cuantos.

Javier Barraycoa