Meditaciones para esta cuaresma
Javier Barraycoa
Ponencia dictada en la Jornada: “La leyenda del Gran Inquisidor: bien y mal en el mundo”, Viernes 3 de mayo de 2013 – Universidad Abat Oliba CEU.
Artículo publicado por el autor en Anotaciones de Javier Barraycoa
Estructura y psicología de las tentaciones
“Nadie, si no es tentado, puede entrar en el Reino de los Cielos; de hecho, quita las tentaciones (dificultades), y nadie se salva” (Antonio el Grande).
“Los diabólicos no creen en el Diablo” (Giovanni Papini)
Introducción
En el relato de la Leyenda del Gran Inquisidor, de Fiódor Dostoyevski, enmarcado en Los hermanos Karamazov, es posiblemente uno de los textos narrativos más geniales jamás escritos. En él un Cristo que ha vuelto a la Tierra será juzgado y tentado por in Inquisidor. La lectura de este texto es obligado, aunque complejo y lleno de matices y dobles lecturas. No obstante, en esta ponencia se expondrá, a modo de introducción de esta Jornada, las tentaciones que sufre Cristo en el desierto, por parte del Diablo, y que quedan recogidas en tres de los evangelios. En Estas tentaciones se contiene toda la historia de la humanidad y de la Redención, a la par que se puede penetrar en la psicología del Diablo a la hora de tentar tanto a Cristo como a toda la humanidad.
Los tres evangelistas sinópticos nos relatan las tentaciones que el Diablo presentó a Cristo en el desierto[1]. San Marcos realiza una breve y genérica descripción de la estancia en el desierto siendo tentado, aunque no describe las tentaciones. Finaliza los versículos con una referencia a los ángeles que le servían y que convivía con las fieras. Respecto a los relatos de Mateo y Lucas son más específicos respecto a las tres tentaciones que sufrió Jesús, aunque les diferencia un ligero matiz[2]. Ambos ponen la tentación de convertir las piedras en pan como la primera de ellas. Pero en el Evangelio de san Mateo la segunda tentación se produce en el templo; en cambio, en el de san Lucas la segunda tentación se produce en lo alto de un monte contemplando los reinos de la tierra. Aunque algunos autores no dan importancia a esta discordancia, otros estiman oportuno aclarar este hecho pues nos puede proporcionar una analogía o jerarquía en el modo de operar del tentador[3].
Las tentaciones que sufre Cristo en el desierto, no sólo tienen un valor fundamental para el creyente, sino para cualquier hombre. El relato evangélico nos presenta de forma sinuosa, pero a la vez contundente, el encuentro entre el bien y el mal. El famoso maniqueísmo que rige buena parte de nuestra existencia, queda desmantelado ante este encuentro entre Cristo y el Diablo. ¿Cómo reconocer el bien, cómo rechazar el mal? Como veremos el mal sólo puede presentarse bajo apariencia de bien y si él bien, no puede subsistir. Las preguntas sobre el bien y el mal son aparentemente sencillas pero que en lo cotidiano de la existencia, saber responderlas puede determinar todo nuestro futuro.
Por eso, en un primer epígrafe, vamos a relatar la estructura de las tentaciones que subyace en los relatos evangélicos y vamos a intentar aplicarla a nuestra vida cotidiana. No negaremos que aunque arrancando de una “lectura” teológica, nuestra intención es llegar a una comprensión antropológica y psicológica del actuar humano respecto al bien y el mal. Aunque uno no sea creyente, no puede dejar de admirarse de cómo subyace una profunda lógica y un conocimiento de la psicología humana en los textos evangélicos. La tentaciones que presentaremos de Cristo, son análogas a las que se relatan en el paraíso y evidenciadas por cualquiera en nuestra experiencia vital, llamándolas tentaciones, deseos desordenados, pulsiones, o como desee nuestra corrección política.
2.- Las tentaciones de Cristo, síntesis de la historia de la humanidad
En breves párrafos y versículos, los tres evangelistas mencionados relatan una síntesis de la historia de la humanidad y de la naturaleza del hombre. Cristo en el desierto sufrió tres tentaciones muy específicas que desvelarán todos los deseos lícitos e ilícitos del hombre desde el principio de los tiempos y anuncia cómo terminará la historia en cuanto que combate entre el bien y el mal. Dostoievsky, en su relato, exalta este recóndito momento de la vida de Jesús, como uno de los más apasionantes de la historia de la humanidad.
El Gran Inquisidor, que va a poner a prueba nuevamente a Jesús, renovando esas tentaciones, elogia la inteligencia que fue capaz de plantearlas: “El Espíritu terrible e inteligente —añade, tras una larga pausa—, el Espíritu de la negación y de la nada, te habló en el desierto, y la Escrituras atestiguan que te `tentó´. No puede concebirse nada más profundo que lo que se te dijo en aquellas tres preguntas o, para emplear el lenguaje de la Escritura, en aquellas tres tentaciones´. ¡Si ha habido algún milagro auténtico, evidente, ha sido el de las tres tentaciones! ¡El hecho de que tales preguntas hayan podido brotar de unos labios, es ya, por sí solo, un milagro! Supongamos que hubieran sido borradas del libro, que hubiera que inventarlas, que forjárselas de nuevo. Supongamos que, con ese objeto, se reuniesen todos los sabios de la tierra, los hombres de Estado, los príncipes de la Iglesia, los filósofos, los poetas, y que se les dijese: Inventad tres preguntas que no sólo correspondan a la grandeza del momento, sino que contengan, en su triple interrogación, toda la historia de la Humanidad futura”.
Y el Gran Inquisidor prosigue: “¿crees que esa asamblea de todas las grandes inteligencias terrestres podría forjarse algo tan alto, tan formidable como las tres preguntas del inteligente y poderoso Espíritu? Esas tres preguntas, por sí solas, demuestran que quien te habló aquel día no era un espíritu humano, contingente, sino el Espíritu Eterno, Absoluto. Toda la historia ulterior de la Humanidad está predicha y condensada en ellas; son las tres formas en que se concretan todas las contradicciones de la historia de nuestra especie. Esto, entonces, aún no era evidente, el porvenir era aún desconocido; pero han pasado quince siglos y vemos que todo estaba previsto en la Triple Interrogación, que es nuestra historia. ¿Quién tenía razón, di? ¿Tú o quien te interrogó? …”.
Joseph Ratzinger, en su Jesús de Nazaret, editado siendo ya Papa, relaciona también las tentaciones de Jesús y su estancia en el desierto con la historia de la humanidad. Cristo, cuan nuevo Adán, permitirá el combate con el Diablo y le derrotará, conciliando finalmente la naturaleza quebrada por el pecado. Siguiendo la teología paulina, afirma que donde fracasó el primer hombre, Adán, Cristo va a triunfar. Cristo se presenta como tipo de Adán. Si con el pecado de Adán cayó toda la humanidad, Jesús quiere ahora demostrar que es posible la salvación para toda la humanidad que lo desee y esté dispuesta a resistir las tentaciones diabólicas.
Ratzinger, expone que “El descenso de Jesús a los infiernos del que habla el Credo, no sólo se realiza en su muerte, sino que siempre forma parte de su camino: debe acoger toda la historia desde sus comienzos –desde Adán- recorrerla y sufrirla hasta el fondo, para transformarla”[4]. Benedicto XVI remarca la idea de que este momento de la vida de Jesús mantiene un paralelismo no accidental con la figura de Adán: “vivía entre fieras salvajes” y “los ángeles le servían”, tal y como nos relata el evangelista Marcos al relatar las tentaciones en el desierto. Este breve relato puede interpretarse así: antes de la caída de Adán la naturaleza no estaba herida y tras el triunfo mesiánico de Jesús, con la venida de su reino se cumplirá lo que el profeta anuncia: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito”. Papini, señala que en Él se reconcilian lo celestial y lo animal; todo queda reconciliado: “el hombre es una bestia que ha de convertirse en Ángel”[5].
Enseguida veremos que el desierto es metáfora y tipo de muchas realidades: los cuarenta años del desierto de Israel, la huida a Egipto de la Sagrada Familia por el desierto, etc. Es una metáfora de una experiencia por la que hemos pasar todos los viadores; es en el “desierto” donde seremos tentados. Y por tanto también es una metáfora de la historia de la humanidad. Por eso varios santos Padres lucubraron sobre la numerología de los cuarenta días y cuarenta noches que Cristo ayunó. Casi todos aquellos que lo interpretan recurren al mismo esquema: cuatro son los puntos cardinales que engloban la tierra y diez los mandamientos del Señor. Su multiplicación daría lugar a 40 que representan la historia de la humanidad[6].
San Gregorio Magno constata que las tres tentaciones que sufre Cristo son análogas a las sufridas en el Paraíso: “Pero si observamos el orden de la tentación, veremos con cuánta magnanimidad somos liberados de la tentación. El enemigo antiguo tentó al primer hombre por la gula, cuando le instó a que comiese de la fruta prohibida; y por la vanagloria, cuando le dijo: “Conoceréis el bien y el mal“. La avaricia, no sólo es propia del dinero, sino también de la elevación cuando se ambiciona con exceso los honores. Del mismo modo que rindió al primer hombre, sucumbió el demonio cuando tentó al segundo. Lo tienta por la gula, cuando dice: “Di que estas piedras se conviertan en pan”. Por la vanagloria, cuando dice: “Si eres hijo de Dios, arrójate”. Por la avaricia y la ambición, cuando le manifiesta todos los reinos del mundo: “Todo esto te daré”.[7]”
Igualmente todos los hombres pasarán por tentaciones semejantes, San Ambrosio sentencia: “Sabemos que el Diablo emplea tres armas para herir el alma del hombre: la gula, la vanagloria y la ambición. Empieza por aquella con que había ya vencido (esto es, a Adán). Aprendamos, pues, a evitar la gula, a evitar la sensualidad, porque es dardo del diablo. Pero ¿qué quiere decir con esta frase: “Si eres Hijo de Dios”, sino que sabía que el Hijo de Dios había de venir, mas no pensaba que vendría con esta enfermedad natural? Explora y tienta. Dice que le cree Dios, e intenta burlarse de un hombre”.
¿Qué diferencia las tentaciones de Cristo a las tentaciones que sufren los hombres? En principio ninguna ya que Cristo quiso ser tentado en cuanto que hombre. Por eso, el ayuno de Jesús es como el de Moisés (Éxodo, 34, 28) , y el de Elías (I Reyes, 19, 8)[8]. Es esos pasajes del Antiguo testamento se menciona un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches. Tradicionalmente el ayuno judío era durante el día y por la noche se podía comer. Algunos Santos Padres mencionan que Jesús pudo ayunar más, pero no quiso aparecer ante el Diablo como más extraordinario que Moisés y los Profetas o como el Hijo de Dios. Ante todo momento Cristo ocultó su divinidad a Satanás. Como veremos, en la primera tentación Cristo es provocado exteriormente como Adán (por un fruto o un bien material). Cristo, al no caer en la tentación, sólo podía continuar siendo tentado exteriormente con bienes o seducciones externas. Al Diablo no le estaba permitido penetrar en su conciencia. En cambio Adán, tras la caída, pudo ser tentado por principios internos; y con él todos los hombres podemos ser tentados tanto por principios externos como internos.
3.-Los lugares de las tentaciones y su significado
Los lugares de las tentaciones permiten toda una exégesis de la intención de los autores de los textos. En una tradición testimoniada desde el siglo VII, pero posiblemente muy anterior, Jesús fue arrebatado a un monte denominado “de la cuarentena” (Djebel Qarantal) y en cuya cima, denominada Dûq (o atalaya), hubo un fortín donde fue asesinado Simón, el último de los Macabeos[9]. Esta colina se halla en el valle del Jordán (donde Cristo fue bautizado por san Juan) y el monte cierra el valle que domina Jericó (está a una hora). Por tanto, y en coincidencia con la patrística, la tentación se produjo en un lugar entre Jericó y Jerusalén[10].
No podemos obviar la parábola del buen samaritano, donde el protagonista baja de Jerusalén a Jericó. Ahora se trata del camino inverso: de Jericó a Jerusalén. Si bien en la parábola del buen samaritano representa el abajamiento de Jesús, el Verbo hecho carne, su paso de Jerusalén a Jericó (la ciudad mundana); ahora el Jesús histórico inicia el camino del hombre hacia su salvación, donde debe vencer las tentaciones. Desde el desierto Jesús será transportado a dos escenarios más, sea de forma física o de forma mística: el pináculo del Templo y una montaña elevada donde se le ofrece el poder, riquezas y dominio sobre los imperios.
Fabrice Hadjadj propone que: “Son el desierto, la montaña y el Templo, los tres lugares tradicionales de la revelación”[11]. Donde el diablo va a manifestarse es precisamente en los lugares propios de las epifanías o hierofanías divinas. El desiertolugar de penitencia, hogar de los profetas, refugio de san Juan Bautista. El Templo: el lugar donde habita el mismo Dios en el Sancta Sactorum y donde se realiza el sacrificio eterno a Yavé. Y entre las montañas baste recordar unas cuantas: el monte Carmelo, el monte Tabor, el Sinaí, el monte de la Ascensión, el mismo Gólgota.
Además cada uno de estos lugares define las funciones de Cristo: el desierto es propio de los profetas; el Templo es el lugar de la función sacerdotal y la Montaña desde la que puede dominar todos los reinos del mundo refiere a la función real: Cristo es profeta, sacerdote y rey.
.-El desierto. Jesús pasa de estar entre la multitud del Jordán, al ser bautizado, a la soledad del desierto (el verbo utilizado es “elevado” no arrojado). El desierto, como todo lugar puede ser un lugar de santificación o representar un lugar de perdición. Aun es costumbre en el mundo semita la expresión “ir al desierto” como expresión de ir a morir[12]. Papini, un famoso converso señala que el desierto es una bendición para las almas ricas: “La sociedad es un sacrificio tanto más meritorio cuanto más doloroso. La soledad, para los ricos del alma, es Premio y no Expiación”[13]. Igualmente, sigue describiendo: “No puede soportar la soledad el mediocre, el pequeño. El que no tiene nada que ofrecer. Quien tiene miedo de sí y de su vacío. El que vive de continuo en la soledad del propio espíritu, desolado desierto interior donde no crecen sino las hierbas venenosas de los parajes incultos. El inquieto, el aburrido, el acobardado, cuando no puede olvidarse en los demás, aturdirse en las palabras ajenas, engañarse en la vida ficticia de los que se engañan en él al mismo tiempo que él en ellos; el que no sabe vivir sin mezclarse, átomo pasivo, a los arroyos que vierten todas las mañanas las cloacas de la ciudad”[14]. San Juan Crisóstomo comenta con acierto que el desierto, siendo un lugar solitario, es un lugar propicio para la tentación: “Cuanto mayor es la soledad más tienta el diablo. Por ello tentó a la primera mujer cuando estuvo sola, sin su marido. De donde se le dio ocasión al demonio para que tentase. Por ello fue conducido al desierto”[15].
El Pináculo del Templo.- Una vieja tradición judía afirmaba que el Mesías se aparecería en el Pináculo del templo, el techo del santuario y desde ahí proclamaría: “Pobres, el tiempo de vuestra libertad ha llegado”[16. El Diablo parece proporcionar a Jesús el cumplimiento de una “profecía”; le facilita su mesianismo. El pináculo del templo era el ángulo donde se unían el pórtico de Salomón, con el pórtico real. Desde esa impresionante altura se domina el valle del Cedrón y el huerto de los olivos, Getsemaní. Desde ahí el Diablo le pedirá que se arroje al vacío para que los ángeles le recojan y así poder mostrar su gloria y poder. El pináculo del templo era también un lugar donde se reunían o paseaban los doctores interpretando la ley. Otros datos significativos, que nos ayudarán a comprender mejor la tentación es que desde ese pináculo no se podía ver el Gólgota, pues queda exactamente detrás del templo, visto desde ese lugar. Por último, por aportar un dato más, según cuenta el historiador judío Flavio Josefo y otros cristianos como Eusebio de Cesarea, desde ahí fue arrojado Santiago apóstol. El Diablo había pedido que Jesús se arrojase y significativamente ahí encontraría el martirio Santiago Apóstol. Era costumbre a los judíos arrojar desde el pináculo a los herejes. El pináculo era, en boca de Remigio Vilariño, “el asiento de los doctores”, en ella se entablará una discusión teológica entre Cristo y el Diablo. Aunque Cristo esa dialéctica ya la había ganado prácticamente de niño ante los doctores cuando se pierde en el Templo. Por el contrario, ante ellos mismos, en la pasión callará.
.-La Montaña. Como hemos señalado la montaña es el lugar de la hierofanía. En el Sinaí Dios da la Ley a Moisés, en la Montaña se proclamarán las bienaventuranzas y se transfigurará antes sus apóstoles y, no menos importante, en el monte se multiplicarán los panes y los peces. En todas las religiones las montañas han representado el asiento de los dioses (el Olimpo, por ejemplo). El Pseudo-Crisóstomo señala que la montaña de la tentación, en contraposición a lo divino, lo más elevado: “La subida al monte es la marcha hacia las riquezas y la gloria de este mundo, como que desciende de la soberbia del corazón. Cuando quieras hacerte rico, lo cual equivale a subir al monte, empiezas a pensar en adquirir las riquezas y los honores y entonces el Príncipe de este mundo te manifiesta la gloria de su reino”[17].
Por último, para acabar este epígrafe, haremos unas consideraciones sobre estos tres lugares que muestran unos puntos en común:
.-En los tres lugares hay una representación eucarística: el maná del desierto; los panes consagrados del Templo y la multiplicación de los panes en la Montaña, que antes hemos mencionado.
.-El Diablo, en lo físico va elevando a Jesucristo, mientras que en lo espiritual le quiere hacer caer en las tentaciones: Si –según cuentan los evangelios- el Espíritu lo lleva al desierto, el diablo lo eleva a lo alto del templo y, por fin lo transporta a una alta montaña. En una glosa de la Catena Aurea se puede leer: “El diablo siempre eleva a las alturas por medio de la jactancia, para luego poder precipitar mejor” y prosigue: “Y lo colocó en la cumbre del templo”.
-.El demonio tentará a Jesús para descubrir si es o no el Mesías[18]. En el trasfondo de las tentaciones, especialmente de las dos primeras se trata de sustituir el mesianismo crístico y su redención por un pseudomesianismo. En la tercera tentación, radicalmente se pide al propio Cristo que apostasíe como si fuera un simple hombre y se “condene”.
4.- La Primera tentación o primer falso mesianismo.
El Gran Inquisidor, en el texto de Dostoievsky, se dirige a Cristo: “Pasarán siglos y la Humanidad proclamará, por boca de sus sabios, que no hay crímenes y, por consiguiente, no hay pecado; que solo hay hambrientos. `Dales pan si quieres que sean virtuosos´”. La referencia a la tentación del Desierto en el que Satanás pide a Jesús que convierta las piedras en panes, es evidente. El gran obispo Fulton J. Sheen, decía: “La primera tentación de nuestro Señor fue la de convertirse en una especie de reformador social y dar pan a las multitudes del desierto que no pudieran encontrar en él más que piedras”[19]. Un mejoramiento material, sin una regeneración espiritual. Por eso, esa tentación, recogida en San Mateo, la expresa el Diablo con las famosas palabras: “«Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en panes» (Mt 4, 3).
Si Cristo convirtiera sin más las piedras y panes hasta los perros le seguirían. Pero el hombre, simplemente saciado por Jesús materialmente, “fingiría creer todo lo que dice”[20]. De hecho tras la multiplicación de los panes y los peces, Jesús reprocha a la turba que le sigan por que les ha llenado el estómago. Un aspecto oculto del aparente bien de convertir piedras en panes y poder alimentar a los hambrientos, es que el milagro se concluya ahí. Los panes simplemente serían panes. Pero Cristo, el Mesías, no convirtió las piedras en panes, sino que multiplicó los panes, los comió junto a los peces –tras su Resurrección- con sus discípulos y –lo más importante, transformó el pan en su cuerpo y así, entre otros, rescató a los discípulos de Emaús. Y esto es lo que hubiera sido imposible al caer (Jesús o todos nosotros) en el mero deseo de satisfacer materialmente a los hombres.
La relación entre la piedra y el pan es constante y profunda en los Evangelios. El Diablo no era tonto y con esa tentación quería alterar todo el magisterio de Cristo. El mismo Jesús había dicho que podía hacer hijos de Abraham de las piedras, o que si sus discípulos callaban, hablarían las piedras. Él mismo es la piedra angular del templo de la nueva Alianza. Un Templo donde se custodiaban los panes ázimos tras el velo, que se rasgó cuando Cristo muere en la Cruz. Esta perspectiva más crística de la tentación diferente, pero complementaria a la tentación de crear una sociedad de la saciedad o del Bienestar, la detectamos en san Lucas. En su relato de la tentación el Diablo no pide que Cristo convierta piedra en panes, sino que el texto es en singular: “Di a esta piedra que se convierta en pan” (Lc, 4, 3). ES una alusión clara a que la piedra angular se transforme en eucaristía. Pero este bien supremo querido por Dios, el Diablo quiere que lo realice por obediencia a él y no al Padre.
En la Leyenda del Gran Inquisidor, el acento de la tentación es mucho más teológico-política y nos plantea la tentación como un mesianismo redentor de los pobres (la herejía ebionita) a cambio de que el hombre reniegue de su libertad. Posteriormente, en la historia, esta Leyenda se hará realidad tanto con el comunismo como el capitalismo. El Gran Inquisidor,al respecto, espeta a un silencioso Jesús: “Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: “¡Cadenas y pan!” Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca — ¡nunca! — sabrán repartírselo Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: “¡Cadenas y pan!”. Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca — ¡nunca! — sabrán repartírselo”. Tristemente el Diablo demuestra conocer perfectamente la psicología del hombre. Y la tan cacareada libertad, muchos son capaces de entregarla por unas migajas.
Dostoievsky, en su relato, parece completar a la perfección el monólogo del desierto con el que el Diablo debió estar torturando a Jesús: “Se convencerán –sigue el Gran Inquisidor- también de que son indignos de la libertad; débiles, viciosos, necios, indómitos. Tú les prometiste el pan del cielo. ¿Crees que puede ofrecerse ese pan, en vez del de la tierra, siendo la raza humana lo vil, lo incorregiblemente vil que es? Con tu pan del cielo podrás atraer y seducir a miles de almas, a docenas de miles, pero ¿y los millones y las decenas de millones no bastante fuertes para preferir el pan del cielo al pan de la tierra? ¿Acaso eres tan sólo el Dios de los grandes?”.
El falso mesianismo de las ideologías modernas queda perfectamente explicitado en esta tentación. Y la mera réplica de Jesús citando los textos sagrados, la desmonta: “No sólo del pan vive el hombre …”.
5.-La segunda tentación o la falsa redención
Pasada la tentación carnal de satisfacer el deseo del hombre, no en la eternidad, sino en el bienestar material, el Diablo se dirige al espíritu. Al Diablo le es impedido reconocer en Jesús al Hijo de Dios, por eso lo aborda como a cualquier otro hombre: a través del orgullo y del egoísmo y con el concurso de nuevas falacias. En este caso, el argumento tácito que se esconde en la tentación del pináculo es que la religión consiste en abajarse a las masas y no en elevarlas. Las almas son demasiado simples y vulgares –piensa el Diablo- para merecer misterios insondables, les basta señales visibles para mover su fe. Una fe sensible, debe sustituir a la fe como virtud sobrenatural.
El Diablo, tienta a Jesús a que se lance de arriba a abajo (un simulacro de la Encarnación, el Verbo que se abaja para tomar carne). Pero este abajamiento o lanzamiento desde el pináculo nunca sería sacrificio real, pues Jesús –si es Hijo de Dios- debería ser rescatado por los ángeles. Ellos no podrían permitir –en la lógica del Diablo y de los hombres- su muerte. Esta es la Redención incruenta que propone el Diablo, una mera demostración taumatúrgica para despertar admiración en las masas. En cambio, el camino escogido por Jesús es el de la cruz. En la Cruz, Cristo se abaja en su Divinidad, pero se alza su cuerpo. No se lanza hacia abajo, sino que es elevado –sacrificialmente- en la Cruz; y elevándose atrae a sí a todos los hombres, elevándolos. Elevándose Cristo permite la elevación de la humanidad caída. No se dirige a las masas, sino que las reclama para sí.
Otra dimensión de esta segunda tentación es el intento de que Jesús caiga en la vana gloria. El lugar de la tentación, como dijimos, era el sitio donde los doctores de la Ley se vanagloriaban de su saber. Un saber que no liberaba al pueblo sino que lo esclavizaba. El Demonio tiene la intuición de que Cristo es un gran Doctor de la Ley (lo contempló cuando se escapó de sus padres y lo encontraron discutiendo con los doctores de entonces). Pero el saber es racionalidad, es algo demasiado humano, cualquier hombre podría llegar a altas formas de conocimiento y vanagloriarse en ello. Lanzarse del Pináculo es “convencer” a las masas abandonando su función de Maestro. Simplemente Jesús debe dejar que (no él, sino) los ángeles hagan un milagro. Prometiéndole que la gloria y alabanza del pueblo recaerán sobré y también la vanagloria.
La glosa de la Catena Aurea que comenta el pasaje de San Mateo: “Por ello, pues, lo llevó a la cumbre del pináculo, cuando quiso tentarle con la vanagloria, porque la vanagloria había engañado a muchos en la cátedra de los doctores y por ello creyó que colocado Éste en la silla del magisterio, podría engreírse con la vanagloria. Por ello prosigue y dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate al fondo”. Tirarse del pináculo del templo es para satisfacer las necesidades de lo prodigioso y espectacular que tiene el ser humano. El espectáculo que sustituye la espiritualidad y la sobrenaturalidad. Implica además tentar a Dios, buscar la vanagloria, conquistar a los hombres por fascinación u horror. Cristo, a cambio subirá a la montaña a predicar las bienaventuranzas de su reino[1], subirá a la Cruz y, sí, descenderá pero a los infiernos tras su muerte, para abrir los infiernos. La caída cirquense que proponía el Diablo nunca hubiera abierto el infierno por tanto el tesoro de Lucifer.
Fulton J. Sheen comenta la respecto: “La segunda tentación era olvidar la cruz y sustituirla por un despliegue, sin esfuerzo, de poder, que hiciera fácil a todo el mundo creer en él”[21]. En el Evangelio de San Lucas, se recogen las palabras del Maestro: “Esta es una generación perversa que busca una señal” (Lc. 11, 29). Jesús sólo provocando señales portentosas conseguiría que le siguieran multitudes, pero de nada serviría ello si no quisieran la conversión y arrepentimiento. Por eso las masas huyen cuando les habla de comer su cuerpo y beber su sangre, no pueden soportar algo que se escapa a lo primario y elemental como ser curado o alimentado. Cristo, ciertamente, hizo portentos y milagros, pero en eso el mal puede imitarle. Nos dice el texto Sagrado que también el Anticristo vendrá acompañado de grandes señalesque engañarán a las gentes. Precisamente Jesús, para purificar estas tentaciones de las masas y sus fascinaciones por los milagros visibles, desaparecía frecuentemente, especialmente cuando le querían proclamar rey porque curaba físicamente o multiplicaba panes (Cf. Jn, 6, 15).
Un consideración más, entre las muchas que nos propone esta tentación, es que el Diablo intenta dominar a Dios Padre. Si consigue que Cristo se lance desde el Pináculo estará sometiendo la Voluntad de Dios Padre, que se verá obligado a enviar a sus ángeles para proteger a su Hijo. ¡Qué espléndida doble victoria para Lucifer si Jesús caía en la tentación! Y además si Él no se lanza sería una señal de que desconfía de Dios Padre y de que le envíe sus ángeles. Parece que la lógica racional del Diablo ha tendido una trampa perfecta, pero cuando Jesús contesta al Diablo, “No tentarás al Señor tu Dios”, Lucifer no puede discernir si se está refiriendo a Dios Padre o a Dios Hijo.
Quizá la venganza del Diablo llegue en el momento de la Pasión y Crucifixión. La turba pide a Jesús que se abaje, que descienda de la Cruz por sus méritos. Y así lo recoge también la Leyenda del Gran Inquisidor. Este intenta doblegar a Jesús recordándole: “Cuando te dijeron, por mofa:¡Baja de la cruz y creeremos en ti!, no bajaste”. Cristo podía bajar de la Cruz pero no quiso. La Redención se manifestó en su humanidad más desnuda, en el Ecce homo. La turba burlesca le pide –en el fondo- que no sea redimida. No quiere un hombre verdadero (aunque sea Dios verdadero) que le redima. Las burlas ante Cristo crucificado (“Sálvate a ti mismo”) es por que esa masa instintivamente anticrística desea el milagro de las piedras y de los panes y de los ángeles haciendo milagros visibles. Quieren una religión cómoda y fácil; una religión de milagros visibles y hierofanías. Pero, apunta Vilariño: “A Dios no debemos exigirle milagros. Él los hará cuando quiera y le parezca conveniente. No debemos tentarle”[22].
6-Estructura y psicología de las tentaciones (6): La tercera tentación o la apostasía
.-La tercera tentación
La tercera tentación aunque aparentemente es la más grosera intelectualmente, es la más fuerte: ofrece ser rey, a cambio de no ser el Rey, pues para ello debe adorar al diablo. Las dos primeras tentaciones son bajo el condicional de “Si eres el Hijo de Dios ….”. El Diablo utiliza la tentación para intentar –entre otras cosas- descubrir la verdadera naturaleza de Cristo. Arde en deseos en saber si es su enemigo mortal. Por eso la tercera tentación ya no le pide que haga un milagro, como en la primera; o sus ángeles, como en la segunda. El Enemigo ya no quiere descubrir quién es Cristo, simplemente quiere condenarle exigiéndole la adoración como forma de idolatría y aversión a Dios padre. A cambio le entrega el Mundo bajo forma de poder y riquezas; pero Cristo quiere otro Mundo, el de las almas y el de la Historia.
En la tercera tentación, en la alta montaña desde la que se contemplan todos los reinos del Mundo, se produce algo milagroso o sugerente. El demonio implosiona el tiempo y el espacio: ahí le está ofreciendo todos los reino de la tierra habidos, presentes y futuros[23]. Todo ello en un instante. Hay unas sucesiones temporales en el relato de las tentaciones, pero todas pueden haberse sucedido instantáneamente. Nada indica lo contrario en los Evangelios. Toda tentación, contra cualquier alma, puede irse labrando pacientemente (el diablo espera el hambre de Jesús,) o en un instante en que se baja la guardia, se desencadena todo (“Estad alerta”, avisa constantemente Jesús en los Evangelios). Esto es lo que los griegos denominan estigma, o punto, o instante[24].
Las tentaciones van de menos maliciosas a la apostasía[25]. Y es así como actúa el Diablo, primero suele tentar en lo pequeño y con clara apariencia de bien, como señala San Gregorio Magno[26]. Pero al fin se desatará toda su ira (al igual que la tentación fue casi dulce en el Paraíso y será terrible al final de los tiempos). Claramente, en las pruebas que Jesús padece, se mantiene esta lógica en las tentaciones: la primera es casi ingenua y no propone aparentemente nada malo, incluso un bien, proporcionar alimento material. En la última tentación se propone lo más perverso, adorar al Maligno, a cambio de un poder inmenso pero pasajero[27]. Caer en la última tentación sería imposible si no se hubieran aceptado las dos primeras, propone San Ambrosio. Uno, al leer los textos sagrados, descubre cómo Cristo restaura en Él la fuerza para que todo hombre venza la gran tentación. Tras la resurrección sube al monte con los suyos y les dice: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). No podía ser de otra forma, pues, como dice Ratzinger: “sin el cielo, el poder terreno queda siempre ambiguo y frágil”[28]. Otro paralelismo, es el que se establece entre Jesús y Barrabás, pues si Jesús fue tentado para que revelara si es el Hijo de Dios, el significado de Bar-Abbas –señala Ratzinger- significa “Hijo del Padre”.
Si bien en las anteriores tentaciones, Cristo contesta a las citas bíblicas del Diablo con otras citas sagradas, en la última todo es diferente. Pues esta última tentación desata la Santa Ira del Señor y sus famosas palabras. Así lo explica el Pseudo-Crisóstomo: “Debe observarse que se cometió una grave injuria a Jesucristo cuando fue tentado por el demonio y éste le dijo: “Si eres Hijo de Dios arrójate al abismo”. Pero no se turbó ni increpó a su enemigo, mas cuando el demonio le quiso usurpar el honor de ser Dios, indignado lo rechazó diciéndole: “Retírate, Satanás”, para que nosotros aprendamos en El a sufrir las injurias de una manera digna, pero que no consintamos que lleguen ni aun al oído las injurias contra Dios. Porque es muy laudable que cada uno sufra con resignación las propias injurias, pero tolerar las injurias del Señor es hasta impío”[29].
NOTAS:
[1] En el Evangelio de san Juan no aparece el relato de las tentaciones. Ello se debe a dos motivos, primero la peculiar estructura temporal del evangelio, que no sigue una cronología lineal; en segundo lugar , y por causa mucho más importantes, el Evangelio de san Juan que se inicia con “En el principio era el Verbo …” parece querer presentarnos más la divinidad de Cristo que su humanidad. Al menos es de ese parecer Orígenes: “Mas San Juan, que había empezado desde Dios, diciendo: En el principio era el Verbo (Jn 1,1), no describió la tentación del Señor, porque Dios, de quien quería hablar especialmente, no puede ser tentado. Por el contrario, los Evangelios de San Mateo y San Lucas tratan especialmente de la generación humana, y San Marcos de la humanidad, que puede ser tentada; por eso San Mateo, San Lucas y San Marcos describieron la tentación del Señor”. Orígenes, In Lucam homil. 29.
[2] “San Lucas, en verdad, no expone las tentaciones por este orden: de donde viene la duda acerca de cuál tentación fuese la primera; si le manifestó primero los reinos del mundo y después lo llevó al pináculo del templo, o viceversa. En nada afecta a la esencia, puesto que se sabe que todo esto se verificó”, San Agustín, De consensu evangelistarum, 2,16.
[3] En la Catena Aurea, en los comentarios sobre el evangelio de san Mateo, se recoge de la Glosa el siguiente comentario: “Pero lo que dice San Lucas parece más bien como historia y lo que dice San Mateo respecto de estas tentaciones, se refiere a las tentaciones que sufrió Adán”. Des esta apreciación se desprende que aunque hubiera un orden temporal en las tentaciones, es preciso descubrir un orden tropológico que nos permita profundizar mejor en la revelación.
[4] San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 16, 5.
[5] También Abraham ayunó cuarenta días y noches en su peregrinación al monte Orbe, donde debía sacrificar a su hijo.
[6] Cf., Giuseppe Riccioti, Vida de Jesucristo, Luis Miracle, Barcelona, 1944, p. 300.
[2] En La glosa, comentando la Catena Aurea en san Mateo, encontramos: “Este desierto está entre Jerusalén y Jericó, en donde habitaban los ladrones, cuyo lugar se llama Dammaín, esto es, de la sangre, por el derramamiento de sangre que con tanta frecuencia hacían allí los ladrones. Es ahí donde aquel hombre que venía de Jerusalén a Jericó, se dice que cayó en poder de los ladrones, representando a Adán, que había caído en poder de los demonios. Era conveniente, pues, que Cristo venciese al demonio, en el sitio en que el demonio había vencido al primer hombre, bajo la figura de la serpiente”.
[7] Fabrice Hadjadj, La fe de los demonios (o el ateísmo superado), Nuevo inicio, Granada, 2009, p. 41.
[8] Cf. F. Miguel Willam, La vida de Jesús, en el país y pueblo de Israel, Espasa-Calpe, Madrid, 1954, p. 105.
[9] Giovanni Papini, Historia de Cristo, Fax, Madrid, 1932, p. 80.
[10] Giovanni Papini, o.c., pp. 80 y s.
[11] San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 13,1 San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 13,1
[12] Cf. Miguel Willam, o.c., p. 107.
[13] Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
[14] Cf. Remigio Vilariño, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1912.
[15] Fulton J. Sheen, o.c., p. 63.
[16] Giovanni Pappini, o.c., p. 84.
[17] Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid, 2008, p. 46.
[18] Giovanni Papini, Historia de Cristo, Fax, Madrid, 1932, p. 81.
[19] “Este número es el símbolo de esta laboriosa vida, durante la cual, conducidos por Cristo nuestro Rey, luchamos contra el diablo. Este número significa la vida temporal. En efecto, el tiempo de los años se divide en cuatro estaciones. Además, cuarenta contiene cuatro veces diez, y estos diez consuman su número multiplicándose desde el uno al cuatro, lo cual nos muestra que el ayuno de cuarenta días (esto es, la humillación del alma) fue consagrado en la Ley y los Profetas por Moisés y Elías, y en el Evangelio por el ayuno del mismo Señor”. San Agustín, de Cons. Evang., lib. 2, cap. 4.
“No sólo Jesucristo fue llevado por el Espíritu al desierto, sino que también lo son todos los hijos de Dios que tienen el Espíritu Santo. No se contentan con vivir ociosos, sino que el Espíritu Santo los insta para que emprendan alguna gran obra, lo cual equivale a ir al desierto a buscar al demonio, porque no hay injusticia allí, donde el diablo no se complace. Todo el bien existe fuera de la carne y fuera del mundo, porque el bien es superior a la carne y al mundo. Todos los hijos de Dios salen, pues, a tal desierto para ser tentados; por ejemplo: si te has propuesto no casarte, te lleva el Espíritu al desierto, esto es, más allá de los límites de la carne y del mundo, para que seas tentado por la concupiscencia de la carne. ¿Cómo puede ser tentado por la lujuria, el que todo el día está con su mujer? Pero debemos saber, que los verdaderos hijos de Dios, no son tentados por el demonio si no salen al desierto. Pero, los hijos del diablo, en la carne y en el mundo, son tentados y obedecen o consienten en la tentación. Así como el hombre de bien no fornica, sino que vive contento con su esposa, así el malo, aunque tenga su mujer, no se contenta con ella; esto se constata por regla general. Los hijos del diablo no salen a buscarlo para que los tiente; ¿qué necesidad tiene de salir a la pelea, quien no desea vencer? Los que son verdaderos hijos de Dios, salen más allá de los límites de la carne a combatir contra el demonio, porque arden en deseos de obtener la victoria. Por ello Jesús salió a buscar al diablo, para ser tentado por él”. Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5.
[23] No debe juzgarse que al manifestarle los reinos del mundo le hiciese ver, por ejemplo, los reinos de los persas, de los medos, de los hindúes, sino que le enseñó su reino; cómo reinaba en el mundo, es decir, cómo reina en unos por la lujuria, cómo en otros por la avaricia”, Orígenes, in Lucam, 30.
[24] Cf. Remigio Vilariño, o.c., p. 120.