Sí, sí, ya sabemos que no todos los izquierdistas son comunistas, que es lo que se entendería fielmente por rojo; tampoco todos los progres, claro está: ahí tienen el ejemplo del PP. Tampoco todos los que somos calificados de fachas somos fascistas, y miren ustedes por donde, ahí nos meten, por lejos que estemos del fascismo. Así que, sólo para entendernos en este escrito, nos referiremos como rojos a comunistas de los de ahora [que poco tienen que ver con los comunistas de hace unas décadas], socialistas, anarquistas y progres de todas las especies, de izquierdas y de las llamadas derechas. Sea como sea, las últimas dos semanas no han sido precisamente buenas para el rojerío. Tres episodios les han enfurecido y dejado en evidencia.
El primero fue hace un par de semanas, cuando una de esas histriónicas rojas que se pasa la vida soltando bilis por los platós de televisión y allá donde una charo esté dispuesta a que le digan lo que quiere oír, nos sorprendió destapando un aspecto, cuando menos, poco esperado en un líder de la izquierda feminista, el ya desaparecido Errejón. Al parecer, a nuestro pequeño dador de lecciones morales no sólo le gustan las mujeres, sino que, además, parece que le va el rollo de la dominación. Vamos, que es un vicioso de cuidado que al parecer disfruta sometiendo a las mujeres y humillándolas, creer que tiene, al menos durante esas curiosas relaciones, poder sobre ellas. Por supuesto, Errejón no es culpable. Ya saben que la culpa siempre es de otro: de los judíos, de Madrid (que nos roba), de la burguesía, de los árbitros… tanto da. En este caso, la culpa se la achacó nuestro joven vicioso al neoliberalismo, ese enemigo fantasma del rojerío, comodín al estilo de Franco o del cambio climático. Ya saben ustedes que la izquierda es moralmente superior y que, en consecuencia, los rojos no pueden ser ni corruptos, ni machistas, ni puteros, ni maltratadores, ni nada semejante, pues son seres de luz y esas cosas son de fachas. Total, que llevan acusando a los que no piensan como ellos de ser fascistas, misóginos, maltratadores, asesinos en potencia, etc., etc., y luego resulta que el que les prepara encerronas en habitaciones con pestillo es, ni más ni menos, uno de los que sí las trata como si fueran un pedazo de carne. Un psicólogo seguramente podría explicarnos las carencias psico-afectivas que han llevado a ese pequeño ser a comportarse de tal manera, pero aquí vamos a ser buenos y le vamos a recomendar que hable con un sacerdote, confiese sus pecados y se convierta. Rezamos por ti, Iñigo, aunque nos odies.
Peor todavía peor, si cabe, es el silencio de sus compañeras rojas que, sabiendo lo que había, se han callado como putas. Estallado el escándalo, han tratado, sin mucho éxito, de justificar la callada. Han salido por peteneras y han intentado escurrir el bulto, pero el follón que se montó fue tan grande que, obviamente, no se puede engañar más que a aquellos —¡y aquellas!— que quieren ser engañades. El revuelo que se armó no fue pequeño, ya lo hemos dicho, pero nos vemos en la obligación de señalar que hubiera sido diez veces mayor si el acusado de tales prácticas hubiera sido un facha. O lo que los rojos consideran un facha, vaya.
El segundo episodio de histeria siniestra —o sea, de la izquierda—, aunque el último cronológicamente, ha sido la victoria electoral de Donald Trump. No vamos a defender aquí a este señor, ni mucho menos, pero vamos a darle las gracias por permitirle ver, al que quiere ver, la verdadera cara de la izquierda. Se multiplican los vídeos virales de rojos yankis absolutamente encolerizados, incapaces de encajar la derrota de Kamala Harris. ¡Pues vaya mierda de demócratas! A ver, que ya sabemos que la izquierda tiene una concepción totalitaria de la política y que sólo les vale la democracia si ganan ellos, pero es que ya ni disimulan. Los tertulianos progres se rasgan las vestiduras y se compara a Trump con Hitler y se tacha a sus votantes de analfabetos. Racista, machista, misógino, corrupto, golpista… la lista de calificativos insultantes no es corta. Alguno será verdad, no decimos que no, pero al menos no va dando lecciones de moralina.
Pero si algo no soportan de ninguna de las maneras es que Trump ha ganado siendo el malo, es decir, llevando la contraria a los rojos, progres, wokes o como cojones quieran llamarlos. No alcanzan a entender, desde su atalaya puritana, cómo es posible que haya negros, hispanos o mujeres que le voten. Peor aún: ha ganado cuando no podía ganar, con prácticamente todo el conglomerado mediático en contra, con el FBI buscando de todo para joderle, con los famosos de la farándula de Hollywood y tantos y tantos famosos progres en contra. Pero ha ganado. Ha demostrado ser un salmón. Ha sabido comprender una cosa muy básica y elemental: a los hombres no les gusta que les estén llamando continuamente machistas, racistas [a los blancos], misóginos, maltratadores, retrógrados, tóxicos, violadores o asesinos porque, en su inmensa mayoría, no lo son. Y dos, ha sabiendo entender que la mayoría de hombres son heterosexuales, y están hasta los huevos de que día tras día, mes tras mes, año tras año, le den la murga con los derechos de los homosexuales, los transexuales y con la ideología de género. Evidentemente, también una porción del voto femenino ha entendido que esto es una estupidez. Total, que ahí está, no para alegría nuestra sino para escarnio de rojos. Recemos también por él, por que ejerza su poder con responsabilidad y en bien de su país y del bien de los demás.
Y acabamos, en tercer lugar, con la izquierda patria. Acaban de descubrirnos una nueva faceta: la del ataque de cuernos. Ha sido ver que centenares (quizá miles, pero no es cuestión de afirmar sin certeza) de chavales patriotas y/o nacionalistas se han volcado en ayudar a los que han sufrido las inundaciones de Valencia y explotar de rabia. Mientras ellos, ellas y elles, los campeones de la solidaridad y amantes de la abstracta humanidad, defensores de las minorías y de la justicia social se rascan la entrepierna a dos manos, una legión de chavales sin organización previa de todos los rincones de España ha conseguido enviar allí toneladas de alimentos y de ropa, y de desplazarse hasta la zona para dejarse el lomo pala en mano. Honor a todos ellos. Con dos cojones. Los rojos no saben ni de dónde ha salido toda esta chavalería que se ha puesto a hacer el bien sin mirar a quién. Les ha pillado a pie cambiado, y claro, han explotado. En lugar de hacer algo productivo, los rojos y los medios serviles al poder progre llevan más de una semana dando el coñazo con la ultraderecha, los ultras, los nazis y la madre que los parió. Qué gente más pesada, joder.
Definitivamente, la izquierda es una secta que ha perdido por completo el sentido de la realidad. No la sacarán de la supuesta comunidad LGTB…, los transexuales, del feminismo, del cambio climático, lo ecosostenible, la perspectiva de género y de todas las monsergas globalistas. ¿Los obreros? Bien, gracias. Agradecen mucho que les insulten constantemente y les traten de ignorantes, como si el votante medio podemita o socialista fuera ingeniero de caminos. Sigan, sigan así. Señalando al disidente, intentando anularle socialmente, mintiendo, difamando, exagerando. Es el camino más rápido para que la gente vea su verdadero rostro.
Sigan con sus medios de comunicación sirviendo al poder globalista, cipayos asquerosos. Sigan con el non serviam. Otros preferimos el SERVIAM.
Lo Rondinaire