El cine y las series han tratado del personaje y con esos recursos uno puede realizar una aproximación al personaje. Muy pronto, tras su detención, apareció la primera película titulada: “Unabomber: La verdadera historia” (1996). Era una película con pocos recursos y sin profundizar en lo que suponía el personaje de confrontación con el sistema. En Netflix apareció la recomendable serie “Manhunt: Unabomber” (2017), donde se sublima en exceso al protagonista presentándolo casi como un héroe ecologista. En la misma plataforma hay un reportaje: “En palabras de Unabomber”(2020). Por último, en “Ted K” (2021) encontramos una película centrada en sus primeros años de reclusión. Sea como sea, Theodore “Ted” Kaczynski será uno de los inclasificables iconos del siglo XX: ¿un ecologista?, ¿un ultraderechista?, ¿un antisistema?, muchos lo han intentado, pero en realidad nadie sabe cómo calificar a esta mente privilegiada
Decimos mente privilegiada porque tenía uno de los cocientes intelectuales más altos que podemos imaginar (167). Fue profesor de matemáticas en la Universidad de Berkeley, pero en 1971, abandonó su puesto como profesor y se retiró a una cabaña “ecológica” sin luz ni agua corriente perdida en un bosque en Lincoln (Montana). Debía vivir como los antiguos tramperos: se iluminaba con velas que hacía él mismo y vivía a base de cazar conejos. Pudo demostrar que con unos pocos cientos de dólares al año se podía vivir. Cuatro años más tarde de su vida en desconexión con la humanidad, empezó a enviar bombas “ecológicas” (hechas con madera) contra universidades y aerolíneas (de ahí el sobrenombre de UN-A-bomber). Este tipo de artefactos podían pasar los sistemas de control de metales y explotar en pleno vuelo de un avión. “Ted” Kaczynski estaba convencido de que el progreso tecnológico iba a suponer la ruina para la civilización y decidió así llamar la atención. Su primera carta bomba fue dirigida a otro académico, el profesor de Ingeniería Buckley Crist. Era toda una declaración de intenciones.
Cuando Unabomber ya era un objetivo de toda la policía de Estados Unidos, exigió a los medios que, para parar sus acciones, debía publicarse en la prensa un largo escrito de su elaboración que había titulado “La sociedad industrial y su futuro”. Fue precisamente a la publicación de este manifiesto lo que permitió su detención. Los especialistas del FBI “cedieron” al chantaje convencidos de que alguien que lo leyera podría reconocer en su estilo al autor. Y funcionó. Su propio hermano, al hacerse público el texto, reconoció expresiones y giros que sólo podían haber sido escritos por su hermano. Tras la denuncia de su hermano al FBI, poco después era capturado en su cabaña uno de los terroristas más perseguidos de la historia.
La sociedad industrial y el “izquierdismo”
Pero revisemos algunas de las líneas maestras del manifiesto expresadas en 232 puntos y 35.000 palabras. Uno de los fundamentos de su protesta viene del malestar social, la decadencia y la esclavización a la que nos aboca el sistema industrial. Ante la descripción de los mecanismos de control que desarrollará esta sociedad, reconocemos a Unabomber como un visionario que los previó con toda claridad estos mecanismos y supo describirlos genialmente. Al poco de iniciar el manifiesto, acusa al llamado “izquierdismo” de ser el adormecedor de las conciencias en nuestra sociedad. En su punto 6 se lee: “Casi todo el mundo estará de acuerdo en que vivimos en una sociedad profundamente molesta. Una de las manifestaciones más extendidas de la locura de nuestro mundo es el izquierdismo, así que una discusión sobre la psicología del izquierdismo nos puede servir de introducción al debate de los problemas de la sociedad moderna en general”.
El izquierdismo estaría dominado por los “sentimientos de inferioridad” y la “sobresocialización”. Respecto al sentimiento de inferioridad se refiere a la “baja autoestima, sentimientos de impotencia, tendencias depresivas, derrotismo, culpa, autoaborrecimiento”, y sigue: “Cuando alguien interpreta como despectivo casi todo lo que se dice de él (o acerca de grupos con quienes se identifica), concluimos que tiene sentimientos de inferioridad o baja autoestima. Esta tendencia está pronunciada entre los defensores de los derechos de las minorías, tanto si pertenecen como si no a la minoría cuyos derechos defienden. Son hipersensibles sobre las palabras usadas para designar a éstas. Los términos «negro», «oriental», «discapacitado», «pollito» para un africano, un asiático, una persona imposibilitada o una mujer originariamente no tenían una connotación despectiva. (…) Las connotaciones negativas han sido agregadas a estos términos por los propios activistas. Algunos defensores de los derechos de los animales han ido tan lejos como para rechazar la palabra «mascota» e insistir en su reemplazamiento por «animal de compañía»”. Muchos años antes de la imposición de la corrección política, Unabomber ya supo describirla y percibir su carácter corrosivo para el pensamiento y las relaciones sociales.
En el punto 14 del manifiesto, deja claro el papel del feminismo: “Las feministas están ansiosamente desesperadas por demostrar que las mujeres son tan fuertes y tan capaces como los hombres. Ellas están claramente machacadas por el miedo de que las mujeres puedan no ser tan fuertes y capaces como los hombres”. Por eso, concluye: “Los izquierdistas odian todo lo que tenga una imagen de ser fuerte, bueno y exitoso. Ellos odian América, odian la civilización occidental, odian a los varones blancos, odian la racionalidad”. Y espléndidamente analiza el “arte” aplaudido por el izquierdismo y sus artistas que: “tienden a enfocarse en la sordidez, la derrota y la desesperación o, por otro lado, toman un tono orgiástico, renunciando al control racional, como si no hubiera esperanza de lograr nada a través del cálculo racional y todo lo que ha quedado fuera el sumergirse en la sensación del momento”. Insistimos, una crítica de este estilo, en los años 80 era algo absolutamente innovador y chocante.
Respecto a la Sobresocialización del izquierdismo, se refiere al concepto psicológico básico por el cual los niños son adiestrados para pensar y actuar en función de las expectativas sociales. Anticipa así, lo que más tarde hemos venido a llamar la “disidencia controlada”. Leemos en el manifiesto: “Puede parecer con poco sentido decir que muchos izquierdista están sobresocializados, porque el izquierdista es percibido como un rebelde. Sin embargo, la posición puede ser defendida: muchos no son tan rebeldes como parecen”. Por eso se explica que los izquierdistas realmente influyentes pertenezcan a la buerguesía dominadora: “Los izquierdistas del tipo sobresocializado tienden a ser intelectuales o miembros de la clase media alta”, sentencia Unabomber.
La sociedad industrial y la despersonalización
El sistema de la sociedad industrial sólo puede funcionar con estrategias de despersonalización y de falsificación de los fines naturales del hombre. Kaczynski utiliza la expresión “actividad sustitutora” para explicar esta estrategia: “Usamos el término «actividad sustitutoria» para designar una actividad que persigue directamente una finalidad artificial que la gente ensalza con objeto de tener alguna finalidad por la que trabajar, o por la razón de la satisfacción que consiguen al perseguir dicha finalidad”. Una vez los individuos asumen como objetivos y fines vitales aquellas falsificaciones de la realidad, entonces el sistema puede operar fácilmente. El sistema se sustenta en que la especialización nos obliga a tener un único conocimiento sobre nuestra área de producción, a partir de ahí: “Los únicos requisitos son una cantidad moderada de inteligencia y, la mayor parte de todo, simple obediencia. Si uno tiene esto, la sociedad se ocupa de ti desde la cuna hasta la sepultura”.
Unabomber reivindica que sólo la vuelta a las viejas técnicas rurales del hombre integrado en la naturaleza puede sanarle del aislamiento y la explotación. El desarrollo tecnológico ha propiciado el hacinamiento de las masas y la ruptura de nuestra relación vital con la naturaleza. Ello le lleva a despreciar la postura de los conservadores ya que: “¡Los conservadores son unos mentecatos! Se quejan de la decadencia de los valores tradicionales y sin embargo soportan con entusiasmo el progreso tecnológico y el crecimiento económico. Aparentemente nunca se les ha ocurrido que no puedes hacer cambios rápidos y drásticos en la tecnología y en la economía de la sociedad sin causar cambios rápidos en todos los otros aspectos de esta, y que esos cambios rápidos inevitablemente rompen los valores tradicionales”.
La descomposición de los valores tradicionales lleva -sigue describiendo el manifiesto- a la descomposición social y al aislamiento de los hombres de sus comunidades naturales. Por eso es inevitable que: “una sociedad tecnológica tiene que debilitar los lazos familiares y las comunidades locales si quiere funcionar eficazmente. En la sociedad moderna la fidelidad personal debe ser primero al sistema y sólo secundariamente a una comunidad de pequeña escala, porque si la fidelidad interna a las comunidades de pequeña escala fuera más fuerte que la fidelidad al sistema, estas comunidades perseguirían su propio provecho a expensas del sistema”.
Libertad, ¿qué libertad?
El manifiesto analiza claramente que el sistema industrial, sólo puede funcionar pervirtiendo los fines (las “actividades sustitutorias” y los deseos de las gentes. Acentuando los deseos por conseguir cosas que aparentemente nos hagan felices, trabajaremos mucho más y más disciplinadamente para conseguir esos fines. Por eso, para nuestro peculiar terrorista: “Con «libertad» nos referimos a la oportunidad de atravesar el proceso de poder, con finalidades reales, no las finalidades artificiales de las actividades sustitutorias, y sin interferencias, manipulaciones o supervisión de nadie, especialmente de ninguna gran organización”. Y sigue: “Libertad significa tener control (tanto como una persona o como miembro de un grupo pequeño) de los problemas de la vida y de la muerte de la existencia de uno; comida, vestido, refugio y defensa contra cualquier temor que pueda haber en nuestro medio. Libertad significa tener poder, no el poder de controlar a otra gente sino el poder de controlar la propia vida. Uno no tiene libertad si cualquier otro (especialmente una gran organización) tiene poder sobre ti, no importa la benevolencia, la tolerancia y la permisividad con que el poder pueda ser ejercido”.
Esta percepción de la dictadura blanda que representan los actuales sistemas democrático-industriales, es muy sutil y enlaza con la tradición analítica de Tocqueville sobre los sistemas democráticos. Por eso no puede menos que poner un ejemplo de comparativa histórica: “Cuando las colonias americanas estaban bajo el gobierno británico había menos garantías legales de libertad y de menor efectividad que después de que la Constitución americana entrara en efecto, sin embargo había más libertad en la América preindustrial, ambas antes y después de la Guerra de la Independencia, que después de que la Revolución Industrial tomara asiento en este país”. La lógica le lleva a afirmar que hemos creado una falsa conciencia de libertad de la que participan con más entusiasmos los izquierdistas sobresocializados: “La libertad está en parte restringida por el control psicológico del que la gente es inconsciente, y además muchas ideas de lo que constituye la libertad son gobernadas más por la convención social que por sus necesidades reales. Por ejemplo, es probable que muchos izquierdistas del tipo sobresocializado dirían que mucha gente, incluidos ellos mismos, están muy poco socializados antes que demasiado, sin embargo los izquierdistas sobresocializados pagan un precio psicológico fuerte por su alto nivel de socialización”.
El sistema
Unabomber concluye que, a pesar de los intentos de conciliar desarrollo tecnológico y libertad, ello será imposible. De hecho, la rigidez del sistema de producción y su burocratización impide que surja la genialidad: “En el trabajo, la gente tiene que hacer lo que le digan que haga, de otra manera la producción sería arrojada al caos. Las burocracias tienen que estar organizadas de acuerdo con reglas rígidas. El permitir algún ingenio personal sustancial a los burócratas de nivel bajo desorganizaría el sistema y llevaría a cargos de injusticia debido a las diferencias en la manera individual en que ejercerían su ingenio”. El propio sistema se convierte en una realidad total que no puede permitir unidades autónomas dentro de sí. Con otras palabras el sistema no tiene finalidad ni ideología, sino que es un fin en sí mismo. En el punto 119 del manifiesto, leemos: “El sistema no existe y no puede existir para satisfacer las necesidades humanas. En vez, es el comportamiento humano el que tiene que ser modificado para encajar en las necesidades del sistema. Esto no tiene nada que ver con la ideología política o social que pueda pretender guiar el sistema tecnológico. Es culpa de la tecnología, porque el sistema no está guiado por la ideología sino por las necesidades técnicas”.
Nuevamente, vamos descubriendo la sutileza del discurso y cómo el autor desbroza las estrategias del sistema: “Son las necesidades del sistema las que son supremas, no las de los seres humanos. Por ejemplo, el sistema provee a la gente con comida porque no puede funcionar si todo el mundo está muerto de hambre; atenta contra las necesidades psicológicas de la gente siempre que pueda ser conveniente el hacerlo, porque no puede funcionar si demasiada gente se vuelve depresiva o rebelde. Pero el sistema por buenas razones, sólidas y prácticas, tiene que ejercer presión constante sobre la gente para moldear su comportamiento hacia sus necesidades”. Descubre también que los avances tecnológicos siempre se nos venden como garantes y mejoradores de nuestra libertad, pero esta simbiosis es imposible y engañosa. Cualquier avance tecnológico -y lo vemos ahora con el desarrollo de la comunicación y las redes sociales- siempre acaba desarrollando una forma de control social.
El control social
Unabomber reconoce, y es lógico, que desde el comienzo de la civilización, las sociedades organizadas han tenido que presionar a los seres humanos a causa del funcionamiento del organismo social. Por ello, la sociedad industrial no iba a ser menos. La diferencia es en la capacidad casi integral del control social que se ha desarrollado. El sistema no tiene piedad y usará cualquier medio para sobrevivir: “Imagina una sociedad que somete a la gente a condiciones que los hacen terriblemente infelices, entonces les da drogas para quitarle su infelicidad. ¿Ciencia ficción? Ya está ocurriendo en cierta extensión en nuestra sociedad. Es bien sabido que la tasa de depresiones clínicas se ha incrementado enormemente en las décadas recientes”. Pero las drogas, o cualquier modo de adicción, no es la única forma de control social. “Ted” Kaczynski escribe sobre las técnicas de vigilancia. Con décadas de antelación, denuncia que: “Las videocámaras ocultas se usan en la actualidad en la mayoría de los almacenes y en otros muchos lugares, los ordenadores se usan para recoger y procesar enormes cantidades de información sobre personas. La información así obtenida aumenta enormemente la efectividad de la coacción física”.
Otra dimensión de análisis que nos parece preclara, es cuando describe en qué se está convirtiendo la educación, en cuanto que mecanismo de control social: “La educación se está convirtiendo en una técnica científica para controlar el desarrollo del niño. (…) Las técnicas de «paternidad» que se enseñan a los padres están diseñadas para hacer que los niños acepten los valores fundamentales del sistema y se comporten de la manera que éste encuentra deseable. Los programas de «salud mental», las técnicas de «intervención», la psicoterapia y así sucesivamente están ostensiblemente diseñadas para beneficiar a los individuos, pero normalmente en la práctica sirven como métodos para inducir a pensar y comportarse como el sistema requiere”. El tema de la educación está íntimamente relacionado con el uso de la “patologización” o creación de “enfermos” por parte del sistema. Ello permitirá mayor control social de la siguiente forma: “Nuestra sociedad tiende a considerar como una «enfermedad» cualquier forma de pensamiento o comportamiento que es inconveniente, y esto es creíble porque cuando una persona no ajusta en el sistema se causa sufrimiento a ella misma así como problemas al sistema. De esta manera la manipulación de un individuo para ajustarlo se ve como una «cura» para una «enfermedad» y por tanto como buena”.
Resistencia
Unabomber proponía una resistencia -que el mismo practicó- contra el sistema. Pero esta resistencia exige una mentalidad especial: “Uno tiene que contrapesar el luchar y morir contra la pérdida de la libertad y la dignidad. Para muchos de nosotros, la libertad y la dignidad son más importantes que una vida larga o el evitar el sufrimiento físico. Además, todos tenemos que morir alguna vez y puede ser mejor morir luchando para sobrevivir, o por una causa, que vivir una vida larga pero vacía y carente de sentido”. Por eso, nuestro autor, desconfiaba de los que se llaman revolucionarios, pero que no eran capaces de renegar de sus fines de bienestar personal en el sistema. Es tan aguda su visión que incluso se adelandó cuatro décadas a la opción optimista y revolucionaria de que la inteligencia artificial solucionaría nuestros problemas. Sorprendentemente en el manifiesto, encontramos estas líneas: “Si se permite a las máquinas tomar sus propias decisiones no podemos hacer ninguna conjetura hasta los resultados, porque es imposible adivinar como se comportarán. Sólo señalamos que la suerte de la raza humana estará a su merced”.
En fin, ante la inminente debacle que para él estábamos sumidos en la sociedad industrial, quiso ser fiel a sus ideas y resistir a su modo al sistema. Paradójicamente, cuando fue juzgado, la defensa le proporcionó una salida digna si se declaraba enajenado. Pero ello hubiera significado, ante la opinión pública, que si manifiesto era fruto de la enajenación mental y no de una profunda reflexión racional. Por eso decidió declararse culpable con tal de que el manifiesto fuera tenido por la obra de un genio y no de un loco. Su coherencia le constó pasar el resto de su vida en la cárcel. A cambio, se ha convertido en un hito, al menos para algunos de los que nos apasiona el pensamiento disidente. Invitamos a leer y meditar el manifiesto. Uno podrá discrepar en un tanto por ciento del texto, pero el resto se transforma en una inquietante lectura que obliga a pensar si “Ted” Kaczynski no estaba tan equivocado.
Javier Barraycoa