Escrito preparado para el Encuentro de amigos de la Ciudad Católica a celebrar el pasado 18 de abril de 2020 que no pudo celebrarse a causa de la declaración de Estado de Alarma.

Introducción

En primer lugar, hemos de agradecer la gran síntesis que escribió el Padre Sáenz (La Cristiandad, una realidad histórica) de un tema tan inabarcable como es la Cristiandad. Nuestro texto es deudor del esquema y síntesis que aporta su escrito publicado en varios formados y ediciones, a la vez que de las fuentes que aporta[1]. En segundo lugar, advertir que este es un artículo sociológico que no debe confundirse con un análisis histórico o teológico del tema en cuestión. Por otro lado, es inevitable recordar los grandes tópicos negativos que han recaído sobre la Edad Media y, por concomitancia, sobre la Cristiandad. Contundente al respecto es la afirmación de Calderón Bouchet, que acusa a la burguesía renacentista y contemporánea el desprecio hacia el mundo medieval y que: “Dueña del dinero omnipotente, de las plumas venales y las inteligencias laicas, inundó el mercado con una versión de la historia medieval que todavía persiste en el cerebro de todos los analfabetos ilustrados”[2]. En tercer lugar, es error del modernismo querer defender que la Cristiandad era una forma imperfecta de sociedad cristiana, por el espíritu de los tiempos que le acompañaron, pero que en los tiempos democráticos se llegará a la plenitud del ideal cristiano al encontrar en la Democracia cubículo adecuado para florecer.

 Esta es esencialmente la tesis que defendía Maritain al anunciar una “Nueva Cristiandad”. Las revoluciones que supusieron una ruptura con lo que representaba la Cristiandad, Maritain las ve como los pasos de ascenso en una progresión a la perfección de la humanidad. En este “progreso”, el cristianismo, completándose con los logros de un humanismo inmanente, en un abrazo con la democracia y el comunismo, cristalizaría como esa “Nueva Cristiandad”[3]. Este es el perverso error maritainiano[4], que afirma la existencia de diversas cristiandades en función de la adaptación de los principios del cristianismo a nuevos tiempos. La Christianitas maior, no podemos desentendernos, fue derrotada pero sobrevivió en forma de Christianitas minor en la Hispanidad[5]. De ahí la importancia de acotar y describir la Cristiandad como una realidad espacio-temporal, ante en el peligro antes citado: el de considerarla un modo histórico imperfecto de vivir el cristianismo que forzosamente ha ido evolucionando adaptándose a los tiempos y que, en los actuales, sólo bajo la forma democristiana se puede vivir en “plenitud”. Por eso, en primer lugar, determinaremos en qué sentido podemos y debemos movernos cuando hablamos de Cristiandad y cuál es el alcance de un término que con frecuencia se utiliza a la ligera.

 

La aparición y evolución del término Cristiandad

Quienes vivieron en los siglos IV o V de nuestra era, dentro de los limes romanos, tenían un sentimiento de pertenencia a la pars occidentis, u orientis, del imperium romanorum o, con más precisión del territorio sobre el que los romanos ejercían su imperiumPasados cuatro siglos, sus descendientes, sin renegar de su romanidad se sentían parte de una unidad política y cultural que ya denominaban ChristianitasEsta nueva realidad socio-política era el fruto de la cristianización del Imperio romano. Pero el término Cristiandad no surgió de la noche a la mañana y, durante varios siglos, tuvo una evolución semántica paralela a la configuración de esa realidad[6]Este proceso semántico fue lento y complejo, hasta que no quedó fijado en el sentido que le hemos de dar. Durante los siglos que van de la caída del imperio romano a la Alta Edad Media, en numerosos textos eclesiásticos aparecen los términos christiani, res publica christianorum, populus christiani, Ecclesia, a veces como sinónimos de cristianismo, a veces con ciertos matices que referencian una realidad socio-política.

En el Edicto de Tesalónica (380), en el que se oficializa en el imperio romano el catolicismo frente a la herejía arriana, ya aparece el término populus christianus con un sentido político, de él derivarán con el tiempo otros términos como Respublica christianorum o Imperium christianum, que a la larga se integrarían en el término Cristiandad. Pero aún así, todavía: “En autores del siglo IV encontramos el término Christianitas, […] con un significado restringido a lo religioso”[7]. San Agustín será como una bisagra en la evolución del término. Sin ofrecer el sentido actual, ya lo prefigura por sublimación[8]: “La civitas ideada por san Agustín, lo mismo que Roma, es ecclesia a la vez que polis, y comunidad de vida jerarquizada tanto como orden jurídico, de mando y de obediencia. La civitas agustiniana, escriturística es la polis o civitas romanorum, místicamente especulada en su ser y en su existir”[9]. No olvidemos que la postura agustiniana siempre estuvo condicionada por el rechazo del milenarismo carnal y la comprensión del cristianismo como un mero imperio político.

La evolución del término o términos parecidos en referencia a la “cosa cristiana” (christiani) irá adquiriendo un sentido social y, sutilmente importante, también espacial sobre todo a partir del siglo IX. Será en la época carolingia cuando tomará un indiscutido sentido político. Ello ocurriría durante el papado de Juan VIII (872- 882). De este parecer son autores como el P. Sáenz: “El término [Cristiandad] apareció por primera vez en el sentido que hoy le damos hacia fines del siglo IX, cuando el Papa Juan VIII, ante peligros cada vez más graves y acuciantes, apeló a la conciencia comunitaria que debía caracterizar a los cristianos. Hasta entonces la palabra sólo había sido empleada como sinónimo de `doctrina cristiana´ o aplicada al hecho de ser cristiano, pero al superponerle aquel Papa el sentido de comunidad temporal, proyectó la palabra hacia un significado que sería glorioso”[10]. En tiempos de ese Papa, el término Imperium fue siendo reemplazado por el de Omnis Christianitas, que vendría a significar la “comunidad política de todos los cristianos en cuanto tales”.

Como también señala Jean Rupp: “no caben dudas que en la época de Juan VIII, hay una conciencia de la existencia de una realidad social denominada Christianitas, que no es la Iglesia, ni el Imperio, pero que se puede llamar: universo cristiano, tierra, hombres y cosas sometidas a la influencia de Cristo”[11]. La palabra Christianitas se deja de usar en ese siglo para indicar el cuerpo místico o la comunidad de los fieles, y se aplica a una forma de organización política o lo que se también se designaba como res publica christiana. Rupp apunta que: “en los ambientes monásticos carolingios se observaba, por encima de la comunidad religiosa existente (Ecclesia), la construcción de una nueva comunidad: el populus christianus, con un espacio territorial y un poder “político” sobre los cristianos. Para referirse a ella comenzó a utilizarse el término Christianitas, con un sentido más amplio y laico; que lentamente reemplazará a los anteriores (ecclesia, res publica cristiana) en los textos de la época. Es importante advertir que para los carolingios la Ecclesia no era la Christianitas, pero era una parte significativa de la misma”[12].

Ya en el siglo XI, con el Papa Gregorio VII se asentaría la idea de que la Cristiandad es una realidad localizable geográficamente, un territorio donde sus habitantes y potestades reconocen a Cristo como su Salvador[13]. O su sucesor, el Papa Urbano II impulsó, al convocar la Primera Cruzada (1095), el sentimiento de una unidad (sociedad) de pueblos cristianos frente a un reto y enemigo comunes[14]. Esta cruzada se pergeñó en el Concilio de Piacenza, al que acudieron numerosos obispos de toda Europa. Este despertar de una “conciencia occidental”, llegó justo después de que Gregorio VII librara la Guerra de las Investiduras contra el emperador Enrique IV y el papado pudiera desligarse de la sumisión de facto del poder imperial. Sería ya en el siglo XII, con Inocencio III, cuando se consagraría la idea de Cristiandad, al convertirse el Papa y la Iglesia en un auténtico poder moral, ante reyes y potestades, inspiradora de leyes y el punto de unión de los pueblos de Occidente[15].

Durante esos tiempos se estaba dilucidando, no sólo qué era la Cristiandad, sino: “¿Quién había de regir a la Cristiandad? Desde el punto de vista espiritual, competía a la Iglesia semejante misión. Sin embargo, debemos dejar bien en claro que, así como no es lo mismo el cristianismo que la Cristiandad, tampoco lo es la Iglesia y la Cristiandad. La Iglesia es la depositaria de la doctrina de Cristo y la santificadora del hombre a través de los sacramentos, que comunican la gracia. La Cristiandad es la organización temporal sobre la base de los principios cristianos. Sin la Iglesia, por cierto, no podría existir Cristiandad. En cambio, aunque no haya Cristiandad, no por ello la Iglesia deja de existir”[16].

 

Acotación temporal de la Cristiandad

Hacia el siglo XII, el término Cristiandad (Christianitas) ya formaba parte del vocabulario corriente del mundo de habla latina. Por el contrario, el término Europa no tuvo durante esos tiempos un contenido sociopolítico, sino geográfico y limitado a ciertas obras científicas o exegéticas para hablar de los pueblos del Orbe. Y no será hasta el siglo XIV cuando la palabra Europa intentará rivalizar con la Christianitas. En resumen, si los europeos de los primeros siglos de nuestra era no dudaban que vivían bajo el imperio de Roma (imperium romanorum), los habitantes de los siglos VIII a XIV tampoco dudaban que pertenecían a la Cristiandad.

Aunque pueda sorprender, lo primero que debemos hacer es deslindar el término Cristiandad del de Edad Media debido a la complejidad, equivocidad y “contaminación” originaria este último. Los humanistas del siglo XIV fijaron el término media latinitas con un carácter peyorativo para designar un periodo temporal. Se trataría de un período de transición –media aetatis– entre dos épocas de gloria, aurea aetatis, que comprenderían la antigüedad clásica y los nuevos tiempos modernos. Los humanistas se autoconvencieron de que estaban viviendo una nueva edad de oro o renovatioSe fue creando una visión tripartita de la historia donde la Edad Media sería considerada un tiempo de oscuridad y transición. Media aetas fue una expresión que aparecería en el siglo XV aún con un contenido vago que con el tiempo se fue negativizando. De hecho, ningún hombre medieval tuvo conciencia de estar viviendo en la “Edad Media”. El protestante holandés Gisbert Voetius, en el siglo XVII, presenta en su Guía de la historia de la Iglesia occidental (1644) una arbitraria -o doctrinaria- división: antiquitas ecclesiaeintermedia aetas y nova o recens aetas. Evidentemente la época anterior a Lutero -la intermedia aetas- era considerada un tiempo de “oscurantismo papista”.

 Incluso aceptando el uso del término Medioevo, sin esas connotaciones ideológicas, deberíamos acotar qué siglos ocupó la Cristiandad como realidad indiscutible. El P. Sáenz, en su obra La Cristiandad, una realidad histórica, se plantea esta cuestión. Una buena parte de historiadores proponen que la Edad Media es un periodo que se inicia desde las invasiones bárbaras del siglo V, hasta la toma de Constantinopla por parte de los turcos en 1453. Pero él prefiere acogerse a la propuesta del famoso historiador eclesiástico Daniel-Rops. Un milenio de historia no puede representar una realidad relativamente homogénea. De ahí que Daniel-Rops diferencie tres momentos: “la época de preparación, los siglos de plenitud, y el deslizamiento hacia la decadencia. El primero es el de los tiempos bárbaros, el tercero coincide con la segunda mitad del siglo XIV y comienzos del XV”[17]. El P. Sáenz recurre a un criterio intuitivo para identificar ese intermedio con la Cristiandad. Es un periodo coincidente con la explosión gótica del arte medieval, con la eclosión de los reyes santos, las cruzadas, la articulación de la sociedad bajo un principio de bien común, el surgimiento de las universidades y tantas manifestaciones no de una época oscura, sino de luz y claridad. Por ello, este período “va desde mediados del siglo XI a mediados del siglo XIV”[18].

Aceptando con matices esta acotación temporal, se podrá entender -por ejemplo- como en siglos posteriores, el término Cristiandad tendrá que competir con el cada vez más usado de “Europa” y ya no en un sentido meramente geográfico. Hay Denys confirma que: “Christianitas (o más comúnmente respublica christiana) seguirá empleándose con gran frecuencia durante los siglos XV y XVI, juntamente con los equivalentes vernáculos de esas expresiones. Pero la aparición, en el siglo XIV, de `Europa´ como término cada vez más frecuente, al que se une `europeo´ en el siglo XV, es de considerable interés en muchos sentidos”[19]. Algo se estaba transformando en la Cristiandad. Aunque también es cierto que, en los textos del Concilio de Constanza (1413), todavía los términos Europa y Cristiandad parecen sinónimos. Pío II, el Papa que convocó la cruzada contra los turcos tras la caída de Constantinopla (1453), denominaba europeos a “todos aquellos que se llaman cristianos” y respecto a la toma de Constantinopla, escribió: “fuimos derrotados en Europa, en nuestro mismo país, en suelo patrio”.

Pero el término y concepto de Christianitas fue perdiendo fuerza (quedando casi como un anacronismo) y desapareciendo de los textos. Ello coincidió en la medida que la Cristiandad se rompía política y religiosamente con la aparición del protestantismo y se vivieron las violentas guerras de religión. La paz de Westfalia (1648) pone fecha a la muerte política de una Cristiandad ya acosada y debilitada durante dos siglos. Así, el concepto `Europa´ acabaría sustituyendo al de Cristiandad; dejaría de ser una mera referencia geográfica, para convertirse en una idea política.  En esta Europa de las Luces se iniciarán las revoluciones modernas. Pasado un año de la paz de Westfalia, en 1649, rodaría la cabeza del Rey de Inglaterra Carlos I a manos de Cromwell. Y en 1688 estallaría la “Revolución Gloriosa”, primicia de la futura Revolución Francesa.

 

Javier Barraycoa

 

NOTAS

[1] La obra del P. Sáenz, La Cristiandad y su Cosmovisión, fue publicada en 1992 por Ediciones Gladius, Buenos Aires. Una segunda edición en 2003 fue realizada por la Asociación Pro-Cultura Occidental (APC), de Guadalajara, México). En 2005, la Fundación Gratis Date la publicó con el título, La Cristiandad, una realidad histórica, que será la que citaremos. El padre Sáenz a su vez toma como fuentes autores como Calderón Bouchet, Daniel-Rops o Christopher Dawson.

[2] Calderón Bouchet, Apogeo de la ciudad cristiana, Dictio, Buenos Aires, 1978, p. 220.

[3] Cf. Jacques Maritain, El ideal histórico de una nueva Cristiandad, compuesta por una serie de conferencias dictadas por Maritain en 1934, bajo el título ‘Problemas espirituales y temporales de una nueva cristiandad’, en la Universidad Internacional de Verano de Santander.

[4] En estas conferencias, Maritain nos va dejando perlas como la que siguen: “No hay una posición espiritual más fundamentalmente anti-política que la de la desconfianza ante la idea de amistad fraternal profesada por los enemigos del Evangelio”.

[5] Para esta cuestión, cf., Miguel Ayuso, La Hispanidad como problema. Historia, cultura y política, Madrid, Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, 2018.

[6] Para un estudio en profundidad de la evolución del término, cf. Florencio Hubeñak, “Christianitas ¿un vocablo o un período histórico?” en Helmantica: Revista de filología clásica y hebrea, Tomo 60, Nº 181, 2009, pág. 103-136.

[7] Florencio Hubeñak, Op. cit., p. 108.

[8] Hubeñak propone que la doctrina del cuerpo místico (que culmina en la obra de San Agustín) permitió recuperar aspiración de la unidad política encarnada en la idea imperial romana con un “gobierno universal” (católico). La idea de la comunidad política como cuerpo se extendió –gracias previamente al desarrollo del concepto de cuerpo místico– a la comunidad de todos los reinos cristianos. Por ejemplo, Casiodoro, en el siglo V, escribe que “los varios reinos constituyentes del Imperio eran como miembros de un único cuerpo”. Cf. Florencio Hubeñak, Op. cit., p. 116.

[9] Gabriel Del Estal, “Equivalencia de civitas en el De civitate Dei”, en La Ciudad de Dios, 1954, 2, p. 389.

[10] Alfredo Sáenz, Op. cit., p. 12.

[11] Jean Rupp, L ́idée de Chrétienté dans la Pensée Pontificale des Origines à Innocent III. Paris, Les Presses Modernes, 1939, p. 112.

[12] Ibid, p. 114.

[13] “C. Dawson llega a decir que fue en este territorio intermedio donde reinaron los Otónidas, que se extendía desde el Loira hasta el Rin, donde nació en realidad la cultura medieval. Tal fue la cuna de la arquitectura gótica, de las grandes escuelas, del movimiento monástico, de la reforma eclesiástica y del ideal de las cruzadas. Tal fue también la zona donde se desarrolló el régimen feudal, el movimiento comunal del Norte europeo y la institución de la caballería. Fue allí donde al fin se logró una admirable síntesis entre el Norte germánico, la doctrina sobrenatural de la Iglesia y las tradiciones de la cultura latina (cf. C. Dawson, Así se hizo Europa, La Espiga de Oro, Buenos Aires, 1947, p. 368)”, cit. en Alfredo Sáenz, Op. cit. p. 20.

[14] Ya en los tiempos carolingios, el papa Esteban V (885-91) había convocado a la “defensio christianitatis”, a defender “la tierra de San Pedro y a toda la Cristiandad” (et totam Christinitatem) frente al Islam. Lo cuál demuestra que se estaba tomando conciencia de ese cuerpo político cristiano compuesto por diversos pueblos que se debía proteger.

[15] Cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la Catedral y de la Cruzada, p. 39.

[16] Alfredo Sáenz, Op. cit., p. 13.

[17] Alfredo Sáenz, Op. cit, p. 23.

[18] Alfredo Sáenz, Op. cit, p. 23.

[19] Hay Denys, “Sobre un problema de terminología histórica: `Europa’ y `Cristiandad´”, en Diógenes. Marzo 1957, p. 70.

 

Javier Barraycoa