Por Luís B. de PortoCavallo
En la general confusión y caos de conceptos y nociones fundamentales, en que nos movemos en estos nuestros tiempos, se entremezclan sentimientos, percepciones y sensaciones, revoltijo de impresiones que crean desorden y mezcolanza enmarañada de relativismo, subjetivismo y sincretismo, donde proliferan opiniones, juicios y conjeturas —muchos de ellos antagónicos en esencia e incompatibles entre sí—, conformando un laberinto de ideas que perturban, trastornan, ofuscan, descarrían, desorientan y extravían, al común, desdibujando los primeros principios que deben regir todo pensamiento.
En definitiva, lo que el sabio sentido común popular tradicional siempre ha advertido que nunca, nunca, debe hacerse: «mezclar churras con merinas» … NO HIJO, NO.
Toda propuesta de pensamiento ―incluso las más absurdas que podamos llegar a imaginar―, tiene sus fundamentos en uno, o varios, primeros principios, algunas veces explícitos y otras subyacentes. Es por lo tanto en la búsqueda de los primeros principios, que sustentan toda proposición, como puede llegarse a la esencia de su naturaleza. Marco Aurelio propone, como principio fundamental que oriente la búsqueda de los primeros principios, “la simplicidad”: De cada cosa pregúntese qué es en sí misma; cuál es su naturaleza; qué es lo esencial y segréguese lo circunstancial, ya que la complejidad aparta del propósito de conocer[1].
La simplicidad es, así, un procedimiento de abstracción, que busca conocer, adecuadamente, la naturaleza del objeto de estudio, centrándose en sus elementos esenciales, discriminando lo accesorio o contingente. En la medida en que un saber es más abstracto, sus soluciones son intrínsecamente más probables, acercándose a la certeza a través de una simplificación del problema.
Balmes, cuyo tema principal (en torno al cuál gira toda su obra) es la certeza de la verdad (siguiendo la sanción de que «la finalidad de la contemplación es la verdad»[2]), ―y para llegar a ella, fundamenta el método de los criterios de verdad: la conciencia, la evidencia y el sentido común―, precisa en las “Consideraciones preliminares” de El Criterio[3], que «el pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella», esto es, en un criterio de certeza de verdad que conforme los primeros principios de todo pensamiento.
Pero esto no basta. «Es claro que no se busca principalmente a través de las virtudes morales llegar a la contemplación de la verdad, pues se ordenan a la práctica. Por eso dice Aristóteles que para la virtud nada o poco importa el saber. Por consiguiente, es evidente que las virtudes morales pertenecen esencialmente a la vida activa»[4] y afirma que la más importante y más decisiva de las virtudes morales de la vida activa, es la justicia, pues ordena los unos a los otros [qua aliquis ad alterum ordinatur] y no puede realizarse integración alguna sin contar con el otro, no para conocerlo (ciertamente) sino para hacer bien la propia vida con él[5]. Por tanto, debe haber, además, lo que Balmes llama “El entendimiento práctico”[6], una actitud lógica y consecuente con los principios profesados, componente de un conjunto solidario, esto es, una acción volitiva de coherencia.
El problema del “pensar bien” es, por tanto, una proposición condicional de implicación lógica, con dos premisas indefectiblemente necesarias ―si, sólo si (bicondicional lógico)― y una única conclusión. En esta proposición condicional, las dos premisas, están formadas, a su vez, por una proposición antecedente y una proposición consecuente (de la forma «A si y solo si B»), con una única equivalencia lógica. Solamente cuando se dan las dos con el mismo valor de verdad, simultáneamente, ambas son verdaderas, y en otro caso, son falsas, es decir, están condicionadas la una de la otra.
La proposición “pensar bien” sólo se dará, entonces, si existen dos premisas necesarias, si solo si, de criterio de certeza de verdad, por un lado, y, de coherencia, por otro.
La Lógica, que estudia los principios de la demostración, en Filosofía, formula como primeros principios:
—Principio de no contradicción: “nada puede ser y no ser al mismo tiempo, en el mismo sentido”. Negarlo conduce al absurdo.
—Principio de identidad: “toda entidad es idéntica a sí misma”. Cada ser es idéntico a sí mismo y tiene determinadas notas esenciales que, aunque sean universales, sólo le pertenecen a él.
—Principio de tercero excluido: “no hay término medio entre dos proposiciones contradictorias”; esto es, el ser no puede estar en un lugar intermedio entre características contradictorias, pues de esto resulta un absurdo.
—Principio de razón suficiente: “todo cuanto existe tiene una causa”.
Por lo que se hace imprescindible definir la cualidad de aquello que estemos considerando.
TRADICIÓN ―que proviene del término latino [traditio, -ōnis], pero, además, mantiene también su concepto originario de “entrega”―, es la transmisión, oral o escrita, del conjunto de rasgos propios de un pueblo, de doctrinas, compilación de leyes, estilo, usos y costumbres, ritos, noticias de un hecho, composiciones, narraciones, fiestas, etc., etc., que perduran a lo largo del tiempo, forjada de generación en generación, de padres a hijos e inmemorial. En religión es cada una de las enseñanzas y doctrinas, o el conjunto de ellas, transmitidas, oralmente o por escrito, desde tiempo inmemorial. En Derecho, es la entrega de algo a alguien o medio jurídico de transmisión la propiedad, derecho real o pleno dominio sobre la cosa.
Por lo tanto, lo TRADICIONAL es lo perteneciente o relativo a la tradición, es decir, lo que se transmite por medio de la tradición y que sigue las doctrinas, leyes, usos y costumbres, a lo largo del tiempo; el TRADICIONALISMO es la doctrina filosófica y política que toma la tradición católica como criterio y fuente de la verdad, consistente en la adhesión a sus doctrinas, leyes, usos y costumbres, persiguiendo mantener las experimentadas y curtidas instituciones veteranas competentes ―o restablecerlas― y TRADICIONALISTA sería el adepto seguidor, devoto afecto incondicional al tradicionalismo y de lo perteneciente o relativo al tradicionalismo.
Lo tradicional se concreta en todos los órdenes: en lo filosófico, en lo político, en lo social (tanto en lo económico, como en lo cultural), en la religión, en la moral, en lo comunitario y en lo personal, tanto así ad intra, como ad extra.
A lo tradicional, le oponen, como antagónico, ese ambiguo término de “progresismo”, ideas y falsas doctrinas, de utilización “vario pinta”, provenientes de las sectas protestantes y de cuño ilustrado. Los planteamientos que se denominan “progresistas”, no se basan en el conocimiento de la realidad, sino en supuestos futuribles que, a la hora de verdad, nunca se dan, porque van cambiando. Por eso los planteamientos, de “posturas progresistas”, cambian constantemente de opinión, porque su fundamentación no es el conocimiento presente, sino un pretendido bien material futuro, en el que, la índole, la naturaleza de las cosas, no es tan importante como lo que, en un momento determinado, se considere que ha de venir bien en un supuesto futuro. Caen del lado del relativismo y el subjetivismo, lo que es intrínsecamente contrario a la certeza, al saber, a la verdad.
¿Se opone, entonces, lo tradicional al “progreso”? NO, EN ABSOLUTO… NO HIJO, NO. Se opone a los primeros principios en que se fundamentan las falaces corrientes que se auto denominan “progresistas”.
Es más, el tradicionalismo defiende que no puede haber auténtico progreso que no atienda a la naturaleza real de las cosas y al verdadero bien común humano ―que no sólo es el material―, al igual que el fundamento del saber y la certeza estriban en el “ser” de las cosas y que, por tanto, ha de estar fundamentado en la tradición y su continua adecuación, pese a sus limitaciones, y no en hipótesis de ruptura en base de entelequias “idealistas” futuribles (principio de identidad).
Desde el s. XVIII, hasta nuestros días, los ilustrados liberales, todos ellos, se consideran muy “progresistas”, “promotores y garantes del progreso, en exclusividad” y todo lo que no está en sintonía con sus propuestas filosóficas, políticas y económicas ―absurdas muchas de ellas―, es tachado, a modo de arma arrojadiza, de “antiguo, retrógrado, tradicional”, utilizando un triplete de falacias lógicas argumentativas [7]
Lo “liberal”, en cualquiera de las muchas formas y corrientes de cada una de sus “sectas” (en la que cada una “pontifica” contradictorias hipótesis según “les viene al pairo”) —ya conservador, ya moderado, ya radical, liberales puros, menos puros, clásicos, utilitaristas, poblacionistas, liberales nacionalistas, mundialistas, estatalistas, globalistas, paleoliberales, ordoliberales, neoliberales, ultralibreales, etc., etc., etc.―, prostituyen toda razón y emponzoñan su contenido con falsas alianzas, verdades a medias y falacias y lo hacen primando el egoísmo y la avaricia de unos pocos para dominar y controlar a los más, creando crueles plutocracias que, en su breve periplo histórico de poco más de 200 años, han ocasionado más muertes, miserias y sufrimientos que todas las guerras juntas a lo largo de la Historia, considerando a hombres, mujeres y niños, entes prescindibles, sustituibles y reemplazables, en aras de su utilidad para obtener ganancia.
Dados sus primeros principios, NO se puede ser liberal en alguna de las consideraciones anteriores (lo político, lo social, lo económico, lo filosófico, lo cultural, en religión o en moral) y tradicional en otras, es contradictorio en sí mismo. Igual ocurre con la “progresía de izquierda”; es incompatible caer en los decadentes estereotipos económicos, filosóficos o artísticos, o pseudo artísticos, de lo culturalmente “progre” y declararse tradicionalista en cualquier otra consideración. Son, también, una contradicción en sí mismo (principio de no contradicción, “nada puede ser y no ser al mismo tiempo, en el mismo sentido”, esto conduce al absurdo).
Asimismo, se ha generado, también, una terrible confusión ante la progresiva “protestantización” de la doctrina católica, apostólica, romana, que pareciera haber decaído en una cuestión intimista, de extremo sentimentalismo subjetivista, en que los “elegidos” obtienen los beneficios divinos, por sus “propios méritos de excelencia”, en aras de una proyectada felicidad terrenal al modo calvinista y, por lo tanto, en una cierta “relajación moral” relativista que justifica los medios respecto de una pretendida finalidad, en cuanto a lo material, que acaba desembocando en una profunda decepción y frustración ante los avatares de la vida, incompatible con la virtud teológica de la esperanza, la comunión de los santos y con la iglesia militante (en sentido comunitario y social), procurando hacer caer en el olvido que “este mundo” no es sino un valle de lágrimas en tránsito.
Calificaba, así, el inefable Antonio Segura ―que Dios lo tenga en su gloria―,
como monstruos metafísicos, tanto a la “democracia cristiana”, como a los “cristianos por el socialismo”, por la imposibilidad real de compatibilizar los primeros principios de los unos con lo otro
Un ejemplo más de confusión ecléctica, excesivamente común y fácilmente detectable, la encontramos en quienes ―haciendo “equilibrios en la cuerda floja”―, tratan de conciliar alguno de los muchos tipos de liberalismo económico (de los que citábamos arriba ―y otros muchos que obviamos―), con las doctrinas tradicionales, creando entelequias doctrinales esquizofrénicas absolutamente incompatibles, en virtud de las contradictorias naturalezas de sus primeros principios (principio de tercero excluido, “no hay término medio entre proposiciones contradictorias”, de esto resulta, también, un absurdo. ¿Mezcolanza de «churras con merinas»? … NO HIJO, NO.
Las economías liberales, todas ellas contrarias a la virtud teologal de la caridad y a la virtud de la justicia, son, a su vez, fundamento esencial de la vida activa del liberalismo político; sin la primera es materialmente imposible lo segundo. Diremos, por tanto, que, como axioma demostrativo (proposición «evidente»), la economía liberal es a la Economía, lo que el liberalismo político es a la Política.
Pero, más aún, sin los abusos e injusticias de las economías liberales, tampoco se habrían dado, como reacción, las corrientes socialistas y comunistas, constatando y verificando el principio de razón suficiente ―“todo cuanto existe tiene una causa”―. No es casualidad que una de las más vehementes condenas prácticas del liberalismo económico, provenga de una encíclica que condena el comunismo (como consecuencia directa del primero):
- 15. «[…] Con el pretexto de querer solamente mejorar la situación de las clases trabajadoras, suprimir los abusos reales producidos por la economía liberal y obtener una más justa distribución de los bienes terrenos (fines, sin duda, totalmente legítimos), y aprovechando principalmente la actual crisis económica mundial […]».
Ǥ16. El liberalismo ha preparado el camino del comunismo.
»Para explicar mejor cómo el comunismo ha conseguido de las masas obreras la aceptación, sin examen, de sus errores, conviene recordar que estas masas obreras estaban ya preparadas para ello por el miserable abandono religioso y moral a que las había reducido en la teoría y en la práctica la economía liberal. Con los turnos de trabajo, incluso dominicales, no se dejaba tiempo al obrero para cumplir sus más elementales deberes religiosos en los días festivos; no se tuvo preocupación alguna para construir iglesias junto a las fábricas ni para facilitar la misión del sacerdote; todo lo contrario, se continuaba promoviendo positivamente el laicismo. Se recogen, por tanto, ahora los frutos amargos de errores denunciados tantas veces por nuestros predecesores y por Nos mismo. Por esto, ¿puede resultar extraño que en un mundo tan hondamente descristianizado se desborde el oleaje del error comunista?».
«§29. […] esta sociedad civil es un medio natural del que cada ciudadano puede y debe servirse para alcanzar su fin, ya que el Estado es para el hombre y no el hombre para el Estado. Afirmación que, sin embargo, no debe ser entendida en el sentido del llamado liberalismo individualista, que subordina la sociedad a las utilidades egoístas del individuo […]».
«§31. […] los medios para salvar al Estado actual de la triste decadencia en que lo ha hundido el liberalismo amoral no consiste en la lucha de clases y en el terrorismo ni en el abuso autocrático del poder del Estado, sino en la configuración y penetración del orden económico y social por los principios de la justicia social y de la caridad cristiana».
«§37. […] la Iglesia regeneró la sociedad humana; con la eficacia de su influjo surgieron obras admirables de caridad y poderosas corporaciones de artesanos y trabajadores de toda categoría, corporaciones despreciadas como residuo medieval por el liberalismo […] León XIII reivindicó para las clases trabajadoras el derecho de asociación, que el liberalismo dominante en los Estados más poderosos se empeñaba en negarles. […]».
«§38. […] No habría ni socialismo ni comunismo si los gobernantes de los pueblos no hubieran despreciado las enseñanzas y las maternales advertencias de la Iglesia; pero los gobiernos prefirieron construir sobre las bases del liberalismo y del laicismo otras estructuras sociales, […]».
[SS PÍO XI; Encíclica Divini Redemptoris, 1937]
Los liberalismos económicos, en sus muchísimas vertientes ― entre ellas, también el capitalismo y eso que llaman el “libre mercado”― son el cáncer, que destruye las sociedades actuales, devorándolas desde dentro, vendiendo su alma al diablo por treinta monedas. Son la degeneración de la sociedad que permite el subjetivismo y el relativismo. Y hacer una fundada crítica racional ¿significa ser de izquierdas? … NO HIJO, NO.
Engañosamente, se nos presenta una paradoja, con espurias intenciones, en forma de falsa dicotomía aparente. Es una trampa consistente en una falsa dualidad dialéctica que, en realidad, conforma un modo único de pensamiento, la dialéctica, el enfrentamiento de contrarios, que nos obligue a “escoger” posicionarnos entre dos propuestas, previamente delimitadas, entre lo malo (liberalismo económico) y lo peor (socialismo estatista), obviando, por negación, cualquier otra posibilidad de modos del pensar.
Denunciar la injusticia ―porque existe la injusticia como negación y ausencia de lo justo―, no es socialista, ni comunista, sin embargo, cualquier crítica a la “progresía de izquierda”, cuya base sea un atisbo de alabanza de cualquier “progresía de liberalismo económico”, no es más que alimentar esa falsa alienación de dicotomía dialéctica y un error en esencia, que flaco favor hace a la Verdad.
Y en éstas están los “bienpensantes”, aquellos que, para que no les tachen de lo uno, caerán, consciente e intencionadamente, en las garras de lo otro, … pero no mucho. El “bienpensante” se situará, siempre, cercano a alguno de los instrumentos del poder, en lo que hace unos años, se denominaba la “ortodoxia pública”, y ahora llaman “corrección política”.
El “bienpensante” quiere “pensar bien”, pero no puede, no le dejan, sus compromisos, su posición, sus complejos, … Escogerá una de las opciones dominante, la enmascarará y revestirá; será católico, pero liberal; socialista, pero burgués; liberal, pero de izquierda; comunista, pero conservador, …, eso dependerá de tiempo y lugar. Es el gran alquimista que logra, por fin, «mezclar churras con merinas», que le producirán grifos (medio águila, medio león) … NO HIJO, NO.
RAZÓN y CORAZÓN, iluminados por la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, han de estar en una misma “sintonía” en eso, que podríamos denominar, el “tradicionalismo práctico”. Se puede y se debe hacer una estricta defensa de la doctrina tradicional y la doctrina social y política de la Iglesia frente, tanto a toda hipótesis de liberalismo económico, como a todo totalitarismo estatista y esto requiere de un mayor esfuerzo en el estudio y profundización que nos lleve a poder adecuar las doctrinas que están ahí para quién las quiera recoger y sembrar de nuevo. Eso es lo que ha caracterizado y caracteriza el pensamiento de la Tradición durante siglos.
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[1] MARCO AURELIO; Meditaciones, Libro Xº, nº 9. «Porque, ¿cuándo gozarás de la simplicidad?, ¿cuándo de la gravedad?, ¿cuándo del conocimiento de cada cosa?, ¿y qué es en esencia, qué puesto ocupa en el mundo y cuánto tiempo está dispuesto por la naturaleza que subsista, y qué elementos la componen?, ¿a quiénes puede pertenecer?, ¿quiénes pueden otorgarla y quitarla?».
[2] S. Th. IIª-IIae, q. 180, a. 1 arg. 1; cit. a Aristóteles, Metafísica II, I. «quod finis contemplationis est veritas».
[3] BALMES, Jaime; El Criterio; cap. I, § I.
[4] S. Th., IIª-IIae, q. 181, a. 1 arg. 1.
[5] Ibídem, «Por eso se describe la vida activa por la ordenación de unos a otros; no porque únicamente consista en esas obras, sino porque en ellas consiste principalmente».
[6] Ibídem. cap. XXII. § I: «Una clasificación de acciones.
»Los actos prácticos del entendimiento son los que nos dirigen para obrar; lo que envuelve dos cuestiones: cuál es el fin que nos proponemos, y cuál es el mejor medio para alcanzarle».
[7] Falacia ad novitatem, lo nuevo es más cierto que lo antiguo), por lo tanto, descalificando al contrario como antiguo o retrogrado, falacia ad hominen, no se entra ya, en mejores razonamientos y falacia ad crumenam, apelando a una supuesta riqueza material futura de lo propuesto como nuevo).