Recientemente la editorial Áltera ha publicado un libro cuyo autor, Víctor Farías, recoge las ideas vertidas por Salvador Allende en su tesis doctoral. En 1933, Allende, licenciado en medicina, presentaba una tesis doctoral en la que sustentaba que los delincuentes lo eran por herencia genética. Manifestaba también que la única forma de “reinserción de los homosexuales” era la operación quirúrgica. Otras afirmaciones eran claramente racistas, acusando a los judíos de ser una raza “genéticamente mentirosa”. Los italianos y españoles del sur no salían mejor parados. En la tesis se defendía que el ambiente climático determinaba a los latinos a ser moralmente relajados. En 1939, al acceder al poder el Frente Popular chileno, Salvador Allende fue promocionado a Ministro de Sanidad. Desde ahí lanzó un proyecto legislativo centrado en medidas eugenésicas. Uno de los hechos históricos inexplicables de este político chileno es que años más tarde, gobernando Chile, se negó a extraditar al nazi Walter Rauff a petición de Alemania.
La publicación de este libro ha causado asombro en algunos y enfado en otros. Pero que Allende en su juventud pensara así no es extraño. En los años 30 del siglo XX el darwinismo social se consideraba la “verdad científica” más avanzada. En muchos países democráticos, incluso en la República de Weimar, antes de la llegada de Hitler al poder, el ambiente cultural, científico y político había asumido que el Estado debía garantizar la “higiene social”. En democracias consolidadas como en los Estados Unidos, aparecieron leyes eugenésicas que establecían que las razas y grupos sociales considerados como inferiores no debían reproducirse indiscriminadamente. Las leyes eugenésicas establecían como objetivo su desaparición a través del control selectivo de nacimientos.
El nazismo bebió de unas doctrinas y un ambiente “científico” que se había ido elaborando en las democracias occidentales. Muchas de las políticas nazis que hoy nos escandalizan fueron la continuación de políticas públicas democráticas ya existentes en varios países. Tras la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, Occidente abandonó las tesis eugenésicas, pues el recuerdo del nazismo estaba demasiado presente. Una generación después, la memoria se ha perdido y las democracias occidentales recuperan las viejas tesis eugenésicas.
La larga sombra de Darwin.
El darwinismo ha tenido una influencia notabilísima hasta nuestros días en muchos ámbitos científicos. Y sin él, aunque parezca extraño, apenas podríamos entender por qué se cometieron genocidios a lo largo del siglo XX. Sin embargo, y ha sido motivo de largas discusiones, la obra de Darwin por sí misma no hubiera dado lugar nunca a determinadas políticas eugenésicas. Ello no quita que en escritos como El origen del hombre, Darwin afirmara que prefería descender del mono que no de los negros. Tras el darwinismo siempre ha estado latente alguna forma de racismo. Las interpretaciones que se hicieron del darwinismo sí que permitieron la creación de un ambiente intelectual que, a la larga, llegarían a legitimar “científicamente” los genocidios. Entre los darwinistas quizá el más famoso sea Herbert Spencer, que desarrolló lo que ha venido a denominarse el “darwinismo social”. Spencer proponía que las sociedades tienen sus propios mecanismos espontáneos de selección y progreso social. Por tanto, los gobiernos debían limitarse a “gobernar poco” y dejar que la naturaleza social siguiera su curso ya que la propia naturaleza elabora mecanismos de eliminación de los “no aptos”. En su principal obra sociológica, Primeros Principios, afirmaba que: “eliminando al enfermizo, al deforme y al menos veloz … se impide toda degeneración de la raza”. Esta es la “verdadera” forma de “progreso”. En su obra Social Statistics asocia las clases sociales más desfavorecidas a un problema de herencia genética, por tanto a una “inferioridad innata” contra la cual no se puede luchar. Por eso, la sociedad elimina a esos individuos relegándoles primero a clases sociales inferiores y luego haciéndoles desaparecer. El spencerismo facilitó un marco teórico para que fueran arraigando las tesis liberales del laissez-faire y de la selección social.
Otro personaje menos conocido que Spencer, pero de una influencia notabilísima en el mundo político, fue el inglés Francis Galton. Partiendo de las tesis darwinistas, propició teorías de selección natural bajo criterios de herencia genética. Para Galton las enfermedades y los desajustes sociales (pobreza, criminalidad, etc.) se heredaban. La solución a los problemas sociales, por tanto, consistiría en controlar eugenésicamente a enfermos y delincuentes. Con otras palabras, no había que permitir que se reprodujeran. Completaba su teoría afirmando que las razas y sus características eran fruto de las presiones ambientales. Ello le permitía explicar por qué la raza blanca -expuesta a duras condiciones ambientales- era “superior” a otras, pues ésta se había tenido que esforzar para sobrevivir. En cambio, la raza negra, habituada a un clima benevolente, pudo vivir durante milenios sin esforzarse. Ello explicaría, según él, la “escasa inteligencia de los negros”. Galton realizó investigaciones para intentar probar que las clases sociales superiores transmitían los coeficientes de inteligencia y desarrolló estudios antropométricos para intentar demostrar “científicamente” los “rasgos físicos” de la inteligencia en el tamaño de la cabeza.