Lo malo es que muchos ya ni saben rezar

 

Entrevistamos al sociólogo Javier Barraycoa, que analiza en profundidad las principales consecuencias que tendrá la pandemia en la sociedad. El profesor Barraycoa ha estudiado a fondo todo lo relacionado con el poder y el miedo como herramienta de control social.

En primer lugar, ¿se podría decir que esta gran pandemia ha sorprendido a una humanidad, que instalada en el estado de bienestar, ya daba por superado estos temas?

Los expertos no vendidos al sistema, ni al imperante discurso del progreso optimista, siempre han avisado. Cuando se inició “oficialmente” la globalización, se escribieron obras como la de Ullrich Beck, titulada “La sociedad del riesgo”. Uno de los escenarios que se ha contemplado desde entonces era el de una, o sucesivas pandemias. Pero a los expertos no se les da voz, si plantean tesis que pongan en duda la bondad de la globalización.

Esta pandemia ha demostrado que el Estado de Bienestar tiene aluminosis. A duras penas Estados como España e Italia han aguantado. Y ello al precio de hipotecarnos para varias generaciones. Una segunda oleada de esta pandemia, no lo aguantaríamos y se desvelaría que el Estado de Bienestar es una farsa insostenible.

¿Las firmes medidas de confinamiento y las consiguientes sanciones para el que no las cumpla hace que se recupere en cierta medida el sentido de autoridad, tan perdido en las sociedades modernas?

No. Hay que distinguir entre autoridad y autoritarismo. Países disciplinados como Suecia, Holanda y Japón, no han recurrido -hasta ahora- al confinamiento estricto. la razón es que reconocen la autoridad y obedecen sin necesidad de que el estado despliegue un sistema de control total. Creo que el confinamiento que estamos viviendo en muchos países, está creando lo contrario. Nos están habituando a dos tipos de confinamiento. Uno es físico y otro mental. A esto le podríamos llamar ingeniería social, pues el acatamiento al poder funciona, porque este ha conseguido a través de los medios de comunicación una falsa conciencia colectiva. Así el confinamiento se ha transformado en un autoconfinamiento lúdico y casi festivo. Ahora más que nunca el Estado se manifiesta como un Gran Hermano. Ya no es un Padre odioso, sino que toma la figura de Madre que vela y quiere a sus hijos. Todo esto es, insisto, lo más alejado de la autoridad y lo más próximo al autoritarismo propio de la posmodernidad.

¿Esta pandemia y el consiguiente confinamiento va a sentar un importante precedente de cara al futuro…?

Sí, esto es indudable. primero hay que entender que a lo largo de la historia las pandemias han ido sucediéndose. Muchas de ellas transformaron sociedades enteras, estructuras de poder y equilibrios geopolíticos. Recordemos las sucesivas epidemias de peste que asolaron Cataluña en el siglo XIV y que redujeron su población a la mitad. Entonces, en La Corona de Aragón el centro político y económico pasó al Reino de Valencia.

En el futuro, nos iremos acostumbrando a los confinamientos, a la disciplina de masas, cierres de fronteras o ciudades. No hará falta pandemia, se podrán argumentar cualquier tipo de motivos que puedan alertar a la población: exceso de contaminación en las ciudades, desórdenes públicos …

El Estado de Bienestar está tocado. Pero el Estado como estructura de poder no. Situaciones como la pandemia pueden tener efectos de fortalecimiento del Estado, pero a costa de arruinar una clase media y mantener una oligarquía dominante sobre una mayoría misérrima. Hemos de pensar que el coste económico lo van a pagar los que tenían dinero ahorrado, planes de pensiones, acciones. Todo ese dinero “virtual” puede desaparecer de la mañana a la noche.

¿Exageran los que piensan que ya nada será igual a partir de ahora a través de un control mundialista?

Centrándonos en el presente, los Estados han conseguido que empresas como google y sus derivados como whatsapp, colaboren en el control por las redes sociales. Igualmente se implementará, como en China, un sistema de clasificación social por el móvil. En China los móviles funcionan por reconocimiento facial y sólo puedes usar el tuyo. A partir de ahí, según lo que compres con el móvil, el uso que hagas de él o tus redes de contacto, se te clasifica en tres tipos de “categoría social”: de ciudadanos peligrosos a buen ciudadano. A los primeros, por ejemplo, se les niega la movilidad, ciertos beneficios sociales que proporciona el estado, etcétera.

Evidentemente, el papel moneda acabará desapareciendo y el control económico será total. De ahí la lucha política por dominar globalmente la tecnología 5G de los móviles. Con esa tecnología, el control sobre los individuos ya será prácticamente total.

Se abre un debate interesante entre si debe primar la seguridad o la libertad…

Este debate es muy clásico. El primero que lo planteó con absoluta claridad, tras la revolución francesa fue Tocqueville. En su obra “La democracia en América” ya auguraba la incompatibilidad entre la libertad y el estado moderno. Y aventuraba que ante la disyuntiva de vivir una sociedad donde obligatoriamente todos fuéramos igual y estuviéramos protegidos por el poder (ya adelantó una visión del comunismo), o la libertad, la gente elegiría lo primero. Este debate se ha prolongado a lo largo de la historia reciente del pensamiento político. Si una cosa hemos podido comprobar en estos dos últimos siglos es que las masas son mucho más sumisas de lo que podíamos imaginar ante el poder. Y cuanto más totalitario es el poder más se le acaba aceptando, siempre y cuando garantice pan y salud. Basta conocer la Rusia actual, para darse cuenta cómo colectivamente todavía existe un Síndrome de Estocolmo respecto a la URSS.

No se han valorado las consecuencias psicológicas del confinamiento, pero ¿considera que saldremos de él más fuertes, más curtidos, más maduros, con más vida interior?

Eso les pasará a muy pocos. Los que ya tenían una vida interior y hábitos de oración sobrellevan mejor el confinamiento. Esto se puede explicar incluso filosófica y psicológicamente. La oración y contemplación exige ejercitar lo que se llama el verbo mental y habituarse al silencio. Por el contrario, en nuestra sociedad, que ha sido denominada como la de la cultura del ruido, es incapaz de sufrir el confinamiento. La gente está acostumbrada a un ruido de fondo: cascos, música, televisión, videojuegos. El silencio se le hace insoportable a mucha gente por que entonces uno debe encontrarse consigo mismo y empieza a operar ese verbo mental, fundamento de la oración. Pero ello desespera a la gente, pues ya se han perdido los hábitos de oración y contemplación.

Por eso el Estado se está encargando, mesiánicamente, de entretenernos a todos, nos regala teleseries gratis, nos enseñan a hacer gimnasia en casa, a aprender cosas inútiles por televisión, a tragarnos el relato de la crisis que siguen un guión optimista predeterminado, a salir a las 20 h a aplaudir a modo de catarsis colectiva. Sin embargo, ciertamente, mucha gente quedará tocada psicológicamente porque han descubierto su verdadera fragilidad psicológica. Y respecto a las relaciones de pareja o matrimoniales algunas se fortalecerán y otras quedarán tocadas para siempre.

Esto en España, ¿puede suponer una vuelta a la fe en muchos o por el contrario aumentar la gran desafección entre los católicos y la jerarquía, cuya actitud muchos critican…?

En el orden particular seguro que hay conversiones y mucha gente habrá vuelto a intentar rezar. Lo malo es que muchos ya ni saben rezar. Pero en el orden colectivo se está creando una desafección a la Iglesia. Esto se ha visto claro con las denuncias de ciudadanos a las parroquias en las que han observado que se mantenía el culto. Es curioso que el Decreto de Alarma sea más permisivo con el Culto, que no ciertas disposiciones eclesiásticas. Por un lado el estado ha jugado con el temor de la gente a los contagios para predisponer a la gente contra la Iglesia por “insolidaria”. Por otro lado, han faltado muchos reflejos en la jerarquía eclesiástica para dar una respuesta que permitiera (o permita) una conversión colectiva. Históricamente en estos casos se ha llamado a la conversión, a la reparación. Se puede realizar una catequesis impresionante sobre el sentido de la historia, el abandono de Dios y la vuelta a él. La Iglesia está insertada en la historia por la Encarnación, y no podemos caer en la bonhomía de que Dios no castiga porque no puede haber misericordia, si previamente no hay juicio. En fin, la sensación que da es que también se está produciendo un confinamiento espiritual y que tendremos que vivir todos nuestra propia noche oscura del alma. Pero la mayoría de gente, tras esta pandemia, pensará que hay que vivir la vida loca. Otra cosa es que quede dinero para poder hacerlo.

¿Usted cree que la pandemia se ha producido por causas naturales y ha sorprendido a la humanidad o por el contrario ha sido un experimento de control social?

La discusión sobre si el virus ha surgido de forma natural o ha sido alterado en laboratorios; si se ha escapado accidentalmente o lo han soltado, se me escapa. Exige un nivel de conocimientos que muy pocos tienen. De hecho, la cantidad de información que llega, provoca desinformación porque te encuentras argumentadas unas tesis y las contrarias.

Lo que podemos afirmar es que este virus tiene comportamientos muy extraños. Y el país que obtenga la vacuna adquirirá una importancia estratégica muy poderosa. Y, sobre todo, que la pandemia está sirviendo para engrasar, mejorar y perfeccionar métodos de control social y de ingeniería social. Podremos ver la resistencia, por ejemplo, del sistema financiero de Europa frente a China o Estados Unidos. A lo mejor Europa se quiebra en dos. También se está comprobando la capacidad de emisión de poblaciones de millones de personas. Como hemos dicho antes también se está llegando al centro total de las redes sociales y su monitorización. Los medios de comunicación, totalmente arruinados, presentan un servilismo todavía mayor. Por desgracia, esto parece el inicio de una distopía.

Por último, ¿Vería descabellado pensar que ha sido un experimento para llevar a cabo una especie de eutanasia masiva de forma global?

Afinar con la mutación artificial de un virus que sólo vaya contra un sector de la población y discrimine por edad es algo complejísimo. Sabemos que en el ámbito de la guerra bacteriológica ya se tienen patógenos que sólo atacan a seres humanos con determinadas secuencias genéticas referentes a su etnia o raza. Esto ya lo tiene Israel más que desarrollado.

Lo que sí podemos afirmar con total rotundidad es que desde hace mucho tiempo, las grandes élites mundiales, vienen avisando de que en el planeta hay demasiada gente y se tendría que llegar a una reducción poblacional del 50%. Y esto lo dicen los más moderados, otros abogan por reducirla hasta el 10%. Eso exigiría eliminar a varios miles de millones de personas. Estaríamos ante una categoría que propuso Foucault que es la del biopoder. Esto es, ejercer los controles poblacionales a través de los controles de natalidad y mortalidad.

Las drásticas reducciones poblacionales sólo se pueden conseguir con aborto y esterilizaciones masivas, guerras…o pandemias. El problema de las pandemias es cómo controlarlas y tener las vacunas para administrar a los “elegidos”. No es de extrañar que el virus que actualmente nos azota surgiera en Wuhan donde existe uno de los más importantes laboratorios bacteriológicos. Pero como este hay muchos en el mundo.

Sea lo que sea, lo que es indudable es que la elites mundiales buscarán formas radicales, para obtener su propósito de reducción poblacional.

Javier Barraycoa