Otras organizaciones desconocidas
La casa Windsor ya no representa a una dinastía sino a uno de los complejos político-financieros más potentes del mundo. En torno al denominado Club de las Islas se agrupa una extensa red de familias reales europeas y magnates de multinacionales. Este informal Club es dirigido por el Duque de Edimburgo y tiene como objetivo ecológico reducir la humanidad a 1.000 millones de habitantes. Para ello cuenta con un capital nada despreciable de dos billones (millones de millones) de dólares. Sin contar con los nueve billones de dólares que capitalizan las corporaciones industriales y financieras ligadas a la casa de Windsor. Este poder se materializa a través de compañías petrolíferas como Shell o gran parte de la minería mundial controlada a su vez por multinacionales como De Beers, Lonrho, Anglo-American Corporation of South Africa o Río Tinto Zinc Corporation.
La ecología, en cuanto que estandarte ideológico, ha servido para que las multinacionales asociadas a la casa de Windsor mantengan una suerte de neocolonialismo en África. La economía africana está controlada por estas multinacionales, no sólo en el ámbito petrolífero y minero, sino también en el alimentario. Ligada a la casa de Windsor está la multinacional Unilever. Esta macroempresa controla actualmente buena parte del negocio alimenticio mundial y tiene extensísimas plantaciones en África. Tampoco es desdeñable la ICI (Imperial Chemical Industries) que controla buena parte de la industria química mundial. Los lazos con el universo ecológico son más que evidentes. La ICI fue creada en 1962 por Lord Melchett. Hoy su nieto preside Greenpeace de Gran Bretaña.
Peter Driessen ha escrito un libro titulado Eco imperialismo en el que intenta desvelar los lazos de unión entre las multinacionales y el movimiento ecologista. El interés de la Casa Real Británica por la naturaleza viene de lejos. En el siglo XIX se fundaron entre otras la Sociedad Zoológica de Londres, la Real Sociedad Geográfica, la sociedad de Conservación de la Fauna y la Flora o el Sierra Club. Algunos autores indican que la palabra “conservacionismo” tiene un sentido más amplio que el simplemente ecológico. El imperio británico inició un proyecto de largo alcance para “conservar” los recursos naturales -en cuanto que recursos estratégicos- bajo su poder. En 1949 el Consejo de la Reina autorizó la fundación de la asociación Conservación de la Naturaleza. El Viceprimer ministro británico, Max Nicholson, presidió la asociación y diseñó su estrategia futura. A modo de ejemplo, y para comprobar su trascendencia, decir que Nicholson fue el que inició las campañas contra el uso del DDT para combatir la mosca tsé-tsé en África. La plaga de esta mosca asola a 34 países que ven dificultados hasta el extremo sus crecimientos demográficos y económicos por culpa de la malaria. En la medida que estos países no pueden desarrollarse, las multinacionales mantienen su área de influencia en la zona.
Nicholson también fue el promotor de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza que agrupa a 95 agencias oficiales y 368 organizaciones no gubernamentales ecologistas. Este grupo de presión guarda extrañas interrelaciones con la ONU y la UNESCO. Desde este último organismo, y bajo la influencia conservacionista, se han postulado políticas eugenésicas cuya finalidad acaba siendo el control demográfico de ciertos países. El presupuesto de la UNESCO (que sale del dinero que aportan los Estados, que a su vez cobran a los ciudadanos) es de 550 millones de dólares al año. Parte de este dinero se destina a subvencionar organizaciones conservacionistas y dotar al WWF de una influencia internacional de primer orden.
En 1982 se fundó el Estados Unidos el Centro Mundial de Recursos (CWI). Nuevamente los magnates mostraban su cara más ecológica. La organización está financiada por la Fundación de los Hermanos Rockefeller y la Fundación McArthur. El Centro Mundial de Recursos se ha convertido en un laboratorio de ideas de los grupos ambientalistas y ha sido el promotor de un “nuevo orden mundial” ecológico que pasa por los acuerdos de Kioto. Nuevamente cabe sospechar que el espíritu ecológico está en manos de los poderosos. El común de los mortales hemos quedado simplemente seducidos.