Por el Prof. Javier Barraycoa

 

Extraños compañeros de cama

En 1967, la revista Science publicaba un artículo de Lynn White, titulado The Historical Roots of Our Ecological Crisis (Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica). En dicho artículo se reprochaba al judeocristianismo el haber eliminado el mundo pagano e iniciar, así, la crisis ecológica. El animismo, según el articulista, confería a las plantas y animales unos espíritus protectores. Ello provocaba que los pueblos primitivos respetaran la naturaleza y fueran verdaderamente ecológicos. Por el contrario, el judeocristianismo constituía un atentado al mundo natural al proclamar que, por mandato divino, el hombre debía someter la Tierra. En esta línea argumentativa, Aldo Leopold, ecologista radical, afirmaba que: “debemos abandonar la tradición judeo-cristiana que ha visto la naturaleza como un bien que nos pertenece y no como una comunidad a la que pertenecemos”. Este ecologista alaba posturas paganas como las de los campesinos alemanes que, hasta el siglo XIX, pedían perdón a los árboles que iban a cortar.

Este posicionamiento antirreligioso, en la década de los sesenta, anunciaba que el ecologismo se posicionaría más a la izquierda que a la derecha del espectro político. El actual maridaje del ecologismo con la izquierda es sorprendente si tenemos en cuenta la vieja ideología marxista. Durante casi un siglo, el eslogan más repetido desde los Partidos comunistas de toda Europa fue: “Electrificación, electrificación, electrificación”. En el propio Manifiesto comunista se destila una aversión hacia el mundo rural, al aplaudir que la burguesía hubiera arrancado la población de los campos: “sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural”. Y continúa alabando “el sometimiento de las fuerzas de la naturaleza”.

Pero la filiación del ecologismo enlaza mejor con el nazismo y sus antecedentes. Mientras que en la literatura revolucionaria rusa se humilla al campesino y se ensalza al obrero, en la Alemania prehitleriana encontramos el fenómeno contrario. La literatura campesina alemana fue muy popular y recreaba el mito de la raza aria y su relación con la naturaleza. Entre otros novelistas cabe destacar Karl May, autor de La venganza de Winnetou. El cántico a la naturaleza que emana en todas sus obras entusiasmó a cientos de miles de jóvenes alemanes, entre ellos a Hitler que de adulto aún releía sin parar sus novelas. Uno de los precedentes de las juventudes hitlerianas fue la famosa agrupación Wandervogel (Pájaros errantes). Este grupo inició el excursionismo moderno, como una búsqueda romántica de las esencia de la civilización en las montañas y la naturaleza. El fascismo italiano, igualmente, exaltó la strapaese (superaldea) -la aldea y el campesino- como la realización del ideal fascista, frente a la stracitta (superciudad), identificada con la industrialización y la modernidad.

Lo que no quieren reconocer los ecologistas radicales es que la primera ley ecológica moderna fue promulgada por Hitler en 1933. Esta ley (la famosa Tierschutzgeset) se considera la más completa que se haya promulgado jamás con relación a la protección de animales. En el preámbulo de la ley se confirma su “modernidad” al afirmar que es la primera ley en la historia que considera al animal en sí mismo, y no en su relación con el hombre. Para que no hubiera dudas, en junio de 1935, Hitler amplió esta ley para hacerla extensiva a toda la Naturaleza (fue la Naturschutzgeset).

Este “política avanzada” del nazismo no aparece en los folletos publicitarios de la Deep Ecology. Igualmente en los tratados de los movimientos feministas no se hace referencia a ciertas propuestas del ecologismo radical. En el número del 20 de marzo de 1991, la publicación Earth First Letter, proponía la «reconsideración de la noción de infanticidio selectivo de las niñas». Controlando el exterminio de las futuras madres, se podría extinguir paulatinamente la humanidad. El antes mencionado Peter Singer, en una obra en colaboración con Helga Kuhse, titulada Should the Baby Live, proponía también el infanticidio de niños y niñas con malformaciones.

 

Javier Barraycoa