Por el Prof. Javier Barraycoa
El individualismo solidario y la conciencia encandilada.
Este es uno de los grandes dramas de la solidaridad posmoderna: en los cooperantes difícilmente se dan entregas para toda la vida. El voluntariado en países extranjeros, las más de las veces, sólo se circunscriben al periodo vacacional. Así lo han denunciado muchos misioneros ya que el médico que marcha un verano a África tiene que lograr, en apenas un mes, aprender los rudimentos de una lengua extraña y adaptarse culturalmente. Cuando su presencia empieza a ser efectiva, tiene que regresar. Por eso algunas ONGs ya empiezan a exigir un compromiso como mínimo anual. La lógica individualista que lleva a ser solidario, pero a subordinar la solidaridad a los intereses profesionales y vitales, parece que también se ha trasladado a los donativos. Los responsables se quejan de que las aportaciones económicas privadas son muy inestables. Los donativos fluyen sólo si se consigue una resonancia mediática. Por eso, se han hecho famosos los telemaratones o la organización de conciertos para defender causas varias. En 1996 el programa de Tele5, Cien horas por el Zaire, recaudó 700 millones de pesetas. Pasado el programa los donativos se extinguieron y, por supuesto, nadie se preocupó por el seguimiento de las ayudas. Occidente ha encontrado la forma ideal de tranquilizar su conciencia sin otro esfuerzo que ver la televisión y realizar una transferencia bancaria. Ello nos exime de “profundas reflexiones” sobre las causas reales del mal en el mundo y la exigencia de compromisos vitales para resolverlas. Sin recurrir a la trascendencia de la religión o de las ideologías, el hombre occidental puede edulcorar su conciencia.
Carentes de la estabilidad que proporcionan los compromisos vitales, las ONGs deben recurrir a las estrategias comerciales para modular las conciencias. El futuro de las organizaciones pasa entonces por entregarse a los expertos en marketing. Las organizaciones no gubernamentales más mediáticas pactan con las agencias publicitarias el porcentaje de la recaudación fruto de las campañas. El mundo publicitario recurre a sus consabidas habilidades para configurar un estado emocional adecuado que permita el buen funcionamiento de las campañas. El sentimentalismo se transforma así en el verdadero motor de la solidaridad. Nada de reflexión, nada de transformación de nuestras vidas. El esquema campaña-sentimiento-donativo es eficaz y esta dinámica ha llevado a alguna situación incluso divertida. En una campaña solidaria muy agresiva, se pedía dinero para resolver un problema. El protagonista del anuncio -cogiendo en brazos a un pobre niño famélico- apelaba a que el espectador hiciera caso al llamamiento a pesar de no estar protagonizada Lady Di (era un claro caso de publicidad negativa contra Lady Di). De lo que no se dieron cuenta los publicistas era que el modelo lucía un magnífico Rolex que contrastaba con el niño famélico que tenía cogido entre sus brazos.
La necesidad de recaudar dinero y de configurar una pseudoconciencia ha llevado a que se recurra a las mentiras más despiadadas. En 1988, Louis Mermaz, ministro socialista, denunciaba la «monstruosidad del sistema capitalista» por causar en el mundo 50 millones de muertos por hambre, entre ellos 30 millones de niños. La ONG Tierra de los hombres se sumó a la campaña para recaudar fondos. Desde entonces una vez al año se repiten campañas para acabar con la “altísima” mortalidad infantil por desnutrición. En estas campañas se suelen lanzar consignas del estilo: “este año han fallecido 40 millones de niños a causa del hambre”. Aún así, nadie se ha parado a pensar que la mortalidad mundial, incluyendo todas las causas posibles y todas las edades, está en unos 47 millones de decesos. Si hiciéramos caso de esas campañas tendríamos que concluir algo absurdo: la única causa mundial de mortalidad sería la desnutrición.
La necesidad de hinchar cifras para que funcionen mejor las campañas da lugar a situaciones rocambolescas. Con motivo del famoso huracán Mitch, las autoridades de los países afectados lanzaron un llamamiento mundial de socorro y pronto las ayudas se multiplicaron. La prensa hablaba de decenas de miles de muertos, pero no aparecían listas oficiales de fallecidos. Por fin, un funcionario de uno de estos países tuvo que declarar que los listados sólo contabilizaban unos centenares de muertos, pero que si se daban a conocer, las ayudas no llegarían. Dejando aparte estos bienintencionados fraudes, el capitalismo dominante ha aprendido la lección. Las grandes marcas han puesto de moda el “marketing con causa”. Los expertos recomiendan presentar la empresa como una ONG. Las multinacionales están necesitadas de una cara amable y las campañas de apoyo a determinadas causas son a la larga rentables. La “solidaridad” se transforma en un valor añadido para la marca y las desgravaciones fiscales redondean el negocio. También cantantes, deportistas y todo tipo de personajes famosos han descubierto que ser solidarios beneficia su imagen y les permite desgravar importantes cantidades en su saldo con el fisco.
Pero hasta los famosos empiezan a sufrir las consecuencias de sus apoyos incondicionales ante la oleada de casos de corrupción solidaria. Recientemente se ha sabido que Jakie Maarohanye, el Ángel de Soweto, consiguió montar una ONG mintiendo descaradamente a los medios. Mostraba niños teóricamente huérfanos y víctimas de la violencia en los guetos de Johanesburgo. Ella, afirmaba haberlos acogido en su escuela y se mostraba necesitada de ayudas urgentes. Maarohanye se hizo famosa en el mundo entero cuando sus niños -entre sollozos- contaban las historias más atroces: violaciones, padres asesinados, palizas. La solidaria mujer consiguió apoyos que iban desde Mandela a Clinton, que incluso llevó 45 niños ante la ONU, así como cuantiosas ayudas económicas. En 2007, el escándalo estalló al saberse que muchos niños no eran siquiera huérfanos. El “Ángel de Soweto” les adiestraba para las entrevistas y les obligaba a llorar y mentir. Otro escándalo reciente es el de Anesvad, conocida en el mundo de las ONGs por sus campañas agresivas. Actualmente, José Luis Gamarra su presidente, está en prisión. La Fundación Lealtad, dedicada a velar por la integridad moral de las organizaciones solidarias, ha denunciado que Anesvad, por ejemplo, realizaba campañas contra la lepra para lugares donde ya existían leproserías. Otro de los motivos del encausamiento es tan viejo como la historia de la Humanidad: la desaparición de seis millones de euros de las cuentas de la ONG.