Los izquierdistas defensores de la cultura destruyeron veinte mil iglesias, catedrales y monasterios con todo su contenido.
El ministro museístico, Ernest Urtasun, durante un reciente debate parlamentario espetó al representante de Vox, con la superioridad moral e intelectual característica de la izquierda, que “defender la cultura española es defenderla de ustedes”. Porque, como usted bien sabe, cultísimo lector, la cultura es cosa de izquierdas. A la derecha le va más la barbarie y la ignorancia.
Echemos un vistazo, pues, a la defensa de la cultura efectuada por socialistas y compañía cuando tuvieron mando en plaza en aquellos tiempos tan añorados por la llamada memoria histórica. En la primera oleada de destrucción de mayo de 1931, muertos aparte, ardieron un centenar de edificios religiosos, bibliotecas y archivos –entre ellos, los veinte mil volúmenes de la biblioteca del Instituto Católico de Artes e Industrias y los ochenta mil de la Casa Profesa de los jesuitas–, fueron profanados varios cementerios y fueron destruidas o robadas cientos de obras de arte.
En 1932 Valle-Inclán fue nombrado conservador del Patrimonio Artístico Nacional. No tardó el egregio escritor en denunciar que los gobernantes republicanos se dedicaban a vender obras de arte de palacios, museos e iglesias a marchantes franceses, que después las vendían con enormes beneficios a millonarios norteamericanos. Dimitió inmediatamente y denunció que España estaba viviendo bajo una dictadura socialista.
La revolución socialista de 1934, y de nuevo muertos aparte, se llevó por delante solamente en Asturias cincuenta y ocho edificios religiosos, incluida la Cámara Santa de la catedral ovetense, depósito de valiosas obras de arte, reliquias y objetos de muchos siglos de antigüedad. También fueron destruidas la universidad de Oviedo y su biblioteca, una de las más importantes de España. Al fin y al cabo, no eran pocos los doctrinarios izquierdistas que por aquellos años proclamaban la necesidad de acabar con la cultura acumulada en siglos pasados, toda ella engendradora de opresión.
Y, tras la victoria fraudulenta del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, llegó el caos. Como confesaron el presidente Alcalá-Zamora y otros eminentes republicanos, el régimen naufragó en un océano de injusticia y violencia: inaplicación de la ley, amnistía a los golpistas del 34, impunidad de los delincuentes, destrucción de periódicos y sedes de partidos derechistas, incautaciones de fábricas y minas, robos, descarrilamientos, bombas, linchamientos, vejaciones, mutilaciones, asesinatos…
Para lo que nos ocupa hoy, miles de muertos aparte, fueron incontables las profanaciones, saqueos e incendios. Los izquierdistas defensores de la cultura destruyeron veinte mil iglesias, catedrales y monasterios con todo su contenido: retablos, pinturas, esculturas, bibliotecas, archivos, etc. Los que no fueron destruidos acabaron como garajes, cuarteles, refugios, polvorines, cuadras y pocilgas. Y lo que no fue destruido por las masas, fue aprovechado por los gobernantes: por ejemplo, pocos días antes de la entrada de los soldados de Franco en Toledo, el presidente del Tribunal de Cuentas, Emilio Palomo, por orden gubernamental, procedió a la confiscación del tesoro de la catedral: decenas de joyas litúrgicas y obras de arte, entre ellas el famoso manto de las cincuenta mil perlas, una escultura de Pedro de Mena y un cuadro de Benvenuto Cellini. Y lo mismo sucedió en casi todos los templos de la España que quedó en zona republicana.
Respecto al insuperable robo del oro del Banco de España, baste con recordar el testimonio de uno de sus perpetradores, el militar comunista Valentín González, el Campesino, que explicó cómo José Díaz, secretario general del PCE, le encargó hacer el traslado del oro con gran secreto, a las dos de la madrugada, a espaldas del director del Banco de España, empleando sólo militantes comunistas de confianza y camuflando los camiones con los distintivos propios de los transportes de explosivos:
Hízose todo en medio del mayor misterio y como si se tratara de un robo. Y eso fue: un inmenso robo hecho al pueblo español. Yo no lo sabía o no lo comprendía entonces: ahora que lo sé, el recuerdo de mi involuntaria complicidad me llena de indignación contra mí mismo y contra sus organizadores conscientes.
Por lo que se refiere al capítulo estrictamente museístico, un destacado robo fue el perpetrado en el Museo Arqueológico, de donde, para escándalo de unos funcionarios que consiguieron salvar algunas piezas enterrándolas en el jardín, agentes gubernamentales sacaron las valiosas colecciones de monedas antiguas de oro y plata.
Pero baste recordar el caso del Prado, sobre el que varios dirigentes republicanos y testigos presenciales aclararon que no se trató de una operación de salvamento, como repite machaconamente la televisión del régimen. Por ejemplo, el subdirector del Prado, Sánchez Cantón, declararía que una delegación de intelectuales antifascistas le había comunicado que, salido el oro del Banco de España hacia Moscú, a la República sólo le quedaba el Prado para conseguir dinero. Salvador de Madariaga, embajador y ministro republicano, resumió con contundencia que “el cacareado salvamento de los cuadros del Prado, lejos de ser tal salvamento, fue uno de los mayores crímenes que contra la cultura española se han cometido jamás”. Y Gregorio Marañón, en una carta dirigida precisamente a Madariaga el 15 de febrero de 1939, dio algunos detalles más:
Testigos presenciales me han referido que Pérez Rubio, pintor fracasado y enloquecido por el comunismo, que como Vd. sabe es el responsable de todo, había dicho repetidas veces, aquí y en América, que antes de entregar los cuadros a los fascistas los destruirían.
Muchos de los cuadros fueron expuestos en Ginebra de junio a septiembre de 1939 –entre ellos Las meninas, La familia de Carlos IV, La maja desnuda y El jardín de las delicias– y devueltos a España tras la reclamación del gobierno de Franco.
Mención aparte merece el buque Vita, adquirido por el gobierno para trasladar los restos del saqueo. Las ciento diez cajas atesoraban, según el inventario de los responsables, depósitos del Banco de España y los montes de piedad, el joyero de la Capilla Real, lingotes de oro, colecciones numismáticas de la Casa de la Moneda, incunables, cuadros de valor incalculable y joyas religiosas como las de la catedral de Tortosa y el manto de las cincuenta mil perlas de la catedral de Toledo. El tesoro, llegado secretamente a México, quedó en manos de un Indalecio Prieto que, hasta su fallecimiento en 1962, se dio la gran vida mientras miles de republicanos sufrían los campos de concentración franceses y alemanes y, posteriormente, un largo exilio sin apenas ayudas.
Terminemos con una anécdota personal. Hace años, visitando con unos amigos la iglesia de Comillas (Cantabria), vimos en una pared lateral una placa que explicaba que la iglesia había estado adornada con retablos barrocos de gran valor artístico. Sobre su destrucción no daba ningún detalle. Cuando comentábamos que probablemente hubieran sido los franceses, acertó a pasar junto a nosotros un joven sacerdote que, sin detenerse, se limitó a señalarnos con una sonrisa: “No, los franceses no. Los rojos, los rojos”.
Hoy esa placa ya no existe. La Ley de Memoria Histórica se la llevó por delante.
Excelente trabajo de J. LAINZ.
Enhorabuena.
Demuestra los corruptos de la izquierda, PSOE, PCE.
DIOS y PATRIA