Con muchas personas es imposible argumentar sobre lo que está sucediendo en España. Ya no importa lo que les digamos. Cuando alguien acepta que las leyes españolas las redacte un delincuente, o que el destino de España esté en manos de quienes no quieren que el país sobreviva, ya no cabe argumentar. No hay que argumentar más. No cabe diálogo alguno. Se han borrado los mínimos códigos que posibilitan la conversación. Es como si hubiésemos de explicar a un adulto por qué no está bien robar, o burlarse de un paralítico, o no visitar a una madre. Si te lo tengo que explicar, no lo entenderías. Mejor, me callo. Tú, a lo tuyo. Yo, a lo mío.
Cuando alguien acepta que el Presidente del Gobierno diga que “hay que levantar un muro” contra la mitad de España, cuando alguien ve normal que el Presidente deba acudir cada mes a Suiza para dar cuenta de sus actos a unos anónimos “mediadores” extranjeros, o cuando alguien aplaude que sus diputados electos de Andalucía, de Extremadura, de La Rioja… voten contra sus propios intereses regionales para inundar de dinero y de prebendas a los insolidarios separatistas, ya no cabe argumentar. Ya no importa lo que le digamos. Se han borrado los mínimos códigos que posibilitan la conversación. Es como si hubiésemos de explicar a un ciego la diferencia entre el añil y el violeta. Es como si hubiésemos de explicar a un adulto por qué no está bien martirizar a un gato, o maltratar a un bebé. Si te lo tengo que explicar, no lo entenderías. Mejor, me callo.
La defensa de la amnistía ha envilecido a muchas personas cultas, gentes que han perdido su dignidad intelectual y esconden la cabeza, como el avestruz, cuando se les muestra la infame hemeroteca previa. En su servil entrega a Sánchez, a Iglesias o a Yolanda, que no al socialismo, se han visto obligadas a rechazar un día la amnistía y, al siguiente, a aplaudirla. Incluso entre los humildes simpatizantes de esos partidos, más de uno acaba por confesar como único argumento que “el partido es mi identidad”. Es decir: se ratifican en negar su libertad de opinión y se vanaglorian de pertenecer a un rebaño de ovejas, a una yunta de bueyes, a una piara de cabras. Lamentablemente, son como niños pequeños en fase de obediencia acrítica a su mamá, a su papá o a su profe de gimnasia: una recua servil que, cuando Sánchez caiga en desgracia ante el separatismo, nos jurará por sus muertos que ellos fueron los primeros en advertirle del riesgo, y que nunca estuvieron de acuerdo con el líder de la secta.
La razón fundamental de los justificadores de la amnistía (la pacificación de Cataluña) no es una razón. La pacificación ha quedado definitivamente desmentida por las únicas personas autorizadas a hacerlo: sus beneficiaros. Éstos dicen una y otra vez (incluso en sede parlamentaria) que no aceptan la Constitución, que no obedecerán las Leyes del Reino de España, que los jueces prevarican, que Felipe VI no es su rey, que no se arrepienten de sus delitos y que volverán a intentar otro Golpe. Por lo tanto, no existe la tal pacificación. La verdadera y única razón de la amnistía es intercambiar investidura por impunidad. Impunidad por investidura. O sea: hacer realidad los intereses personales de Sánchez. Y, que yo sepa, los intereses particulares de alguien jamás son razones; al menos, razones morales o éticas.
La amnistía, además, consagra el axioma fundamental que encanalla nuestra vida política desde el año 2014. Según este axioma inventado por Pablo Iglesias y asumido ahora por Sánchez, los nacionalismos catalán y vasco equivalen a democracia pura, y España equivale a dictadura represiva. El separatismo, por tanto, sería la manifestación de una causa justa. De esa aberración nacida en Podemos se siguen dos teoremas falsos: (a) toda concesión al nacionalismo catalán y vasco es una mejora de nuestra vida democrática; y (b) una vez resueltas las seculares injusticias con los nacionalismos periféricos, éstos se domesticarán para siempre: una peligrosa fantasía que, desde mediados del siglo XIX, está en el origen de muchísimas guerras europeas y de las dos grandes guerras mundiales. Porque si algo han demostrado los nacionalismos de todos los lugares y colores es que son indomesticables, insaciables, incansables, inasequibles al desaliento, impermeables a todo argumento, fuente de todos los conflictos y madre de todas las desgracias.
Por si esto fuera poco, la defensa de la amnistía ha inoculado en gran parte de los españoles una retórica que degrada la salud de la Nación. Jactanciosa a más no poder, Laura Borrás, la líder corrupta de Junts, lo ha expresado anteayer muy claramente:
<<Con este acuerdo entre Junts y el PSOE hemos conseguido que el conflicto entre catalanes pase a ser ahora un conflicto entre españoles>>.
Y lleva razón Borrás. El tifus del nacionalismo, usando como vectores infecciosos a Sánchez, Sumar y Podemos, ha conseguido que lo que sucedía en Cataluña entre 2012 y 2022 sea ahora común en toda España: cenas de Navidad oscurecidas por el debate secesionista; amigos que evitan hablarse; amigos que dejan de serlo; algaradas en las calles; botes de humo contra los manifestantes; pintadas en librerías madrileñas; bloqueos en los Wassap a quienes se atreven a discrepar; suspicacias entre familiares, etcétera, etcétera, etcétera. En resumidas cuentas: pródromos guerracivilistas en la convivencia entre españoles. Una España en la que Pedro Sánchez, como hoy, siempre tendrá que entrar al Congreso por la puerta de atrás, y jamás podrá pisar la calle sin haberla acordonado previamente.
Firmado:
Juan Manuel Jimenez Muñoz
Médico y escritor malagueño
Fuente: Redes Sociales