El pasado jueves, la Secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez Martínez, más conocida como Pam, publicó un tuit en respuesta a una noticia de El Plural que informaba de unos «graves insultos machistas» a Irene Montero, esa indignidad de ministra que padecemos los españoles, a la que un grupo de los concentrados en Ferraz llamaba «puta». Esto, además de estar mal, no viene a cuento dado lo que motiva las concentraciones, ciertamente. Pero resulta llamativa la reacción de la señora Secretaria que, recordemos —sólo para que vean cómo se lo llevan los que criticaban a «la casta»—, cobra 123.000 € por su «trabajo» en el ministerio de Igualdad, esa calamidad tan bien dotada por los presupuestos. Casi mejor poner la imagen:

 

Blancos. Enfadados. Violentos. Fascistas. Odio. Racistas. Homófobos. Machistas. Le ha faltado heterosexuales, carnívoros y cristianos. ¡Flojea usted, señora Secretaria! Vamos a ver: algunos que den este perfil habrá entre los miles que asisten a Ferraz, claro. Pero la cosa es la identificación generalizada que hace esta señora, que es un cargo público, entre un grupo y una multitud. Es más, es ya una imagen totalmente estereotipada de cualquiera que no comulgue con la secta progre. Ahora bien, es necesario hacerle saber a este escombro intelectual que se lleva un pastón cada mes y a la progresía en general que sí, que cada vez hay más hombres blancos cabreados, y es importante que entiendan por qué.

Primeramente, la mayoría no le damos mucha importancia a esto de ser blancos, pues tampoco es una cosa que hayamos elegido. Pero sí, somos blancos. ¿Qué pasa? ¿Es que son ustedes racistas? Y como los voceros progres no paran de hablar todo el puñetero día del heteropatriarcado blanco capitalista, endosándonos una culpabilidad por cosas que no hemos hecho y que están sólo en el imaginario progre, nos rebotamos. ¡Claro que sí!

Seguidamente, nos rebotamos porque estamos hasta los cojones de ser señalados por ser hombres. Nos cabreamos porque estamos hasta los huevos de que la izquierda nos trate como a potenciales maltratadores, violadores y asesinos. Nos enfadamos porque no mordemos el anzuelo de vuestra demagogia. Nos defendemos como gato panza arriba porque todos tenemos madre y algunos hijas (¡y vosotros padre!). Nos cabreamos porque muchos creemos —es más, ¡sabemos!— que hay un género, el humano, y dos sexos, masculino y femenino, y no queremos que le laven el coco a nuestros hijos en las escuelas con basura woke, homosexualista y transexualista, sin que eso  resulte en odiar a homosexuales o transexuales. Nos rebotamos porque no somos ecoimbéciles ni tenemos ansiedad climática y no paráis de darnos la murga con que el mundo se acaba. Nos rebelamos contra vosotros, vosotras y vosotres porque habláis como verdaderos imbéciles con tantos pronombres. Nos quejamos porque cada nueva iluminación progresista nos cuesta un nuevo impuesto. Nos resistimos porque queremos coches de combustión. Porque nos gusta comer carne; pero carne de verdad, no esa mierda cultivada que nos quiere imponer Bill Gates, que es el principal productor de carne artificial; meteos los grillos y las larvas de escarabajo donde os quepan. Nos cabreamos porque ser heterosexual no es delito. Porque los que habéis soltado a violadores y pederastas y rebajado sus condenas sois vosotros. Porque no somos los animales insensibles que creéis que somos, aunque podamos ser brutos, pero también os garantizamos que no vamos a ser el hombre peluche que queréis que seamos. Nos cabreamos porque no queremos que España sea musulmana, sin que eso nos convierta en racistas. Porque vemos lícito defender nuestros hogares y nuestras familias por la fuerza ante posibles intrusos. Porque tenemos sangre en las venas. Nos cabreamos porque estamos muy contentos de ser españoles y vosotros, o muchos de vosotros, vosotras, vosotres o lo que carajo seáis, odiáis España. Porque conocemos la historia de nuestros país y de ninguna manera vamos a pedir perdón por ella porque no tenemos motivos para hacerlo; diríamos más: ¡podemos estar orgullosos! Nos rebelamos porque no tenemos esclavos ni los hemos tenido nunca; es más, curramos como cabrones. Porque lleváis cuarenta años llamándonos fachas aunque no seamos fascistas. Porque os creéis moralmente superiores y no lo sois. Porque en el fondo sois unos puritanos. Porque algunos somos católicos y vosotros odiáis e insultáis a Nuestro Señor. Porque nos metéis el dedo en el ojo continuamente y luego os quejáis de la reacción. Porque sois los amos de la doble moral, unos hipócritas y unos falsos. Porque vais de obreros y sois unos señoritos.

Nos rebelamos, en definitiva, porque somos gente sencilla que curra y cuida de su familia y encima tenemos que aguantar que una piara indecente que va de políticamente correcta nos diga que somos la masculinidad tóxica. Pues si eso es ser tóxicos, ¡a mucha honra! Honor, entonces, a todos aquellos hombres blancos tóxicos que madrugan, que estudian, que trabajan, que protegen a su familia. Honor a todos aquellos hombres blancos tóxicos –y en general a todos los hombres, pero en especial a los blancos porque esto va de blancos cabreados— que se han dejado la vida trabajando: mineros, albañiles, obreros, estibadores, pilotos, pescadores…

Nos queréis sometidos pero lo lleváis claro. De rodillas, como buenos hombres blancos, cristianos, heterosexuales y españoles, sólo, repetimos, sólo ante Dios.

 

Lo Rondinaire

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