Anda el Athletic Club —más conocido entre la generalidad de los aficionados al fútbol como el Bilbao o Athletic de Bilbao— enfrascado en unas elecciones para elegir a su próximo presidente y junta directiva.
Jon Uriarte, uno de los candidatos, contaba para encabezar la dirección deportiva con el mexicano Carlos Aviña, un profesional joven situado en la treintena. Pero las redes sociales —¡malditas redes! — le han jugado una mala pasada al tal Aviña. Resulta que alguien se ha dedicado a hurgar en su cuenta de Twitter, tanto que han encontrado unas publicaciones suyas de hace diez años —sí, diez— políticamente incorrectas. Dichos mensajes son tildados en los medios como misóginos y homófobos. Como el señor Viñas ha cerrado su cuenta no hemos tenido posibilidad de ver cuántos mensajes ni de qué tipo le han costado ser apartado del proyecto del señor Uriarte; los que aquí publicamos pueden jugarlos ustedes mismos.
La candidatura de Uriarte, como era de esperar, ha cedido a la presión de la corrección política ante el temor de ver perdidas sus opciones de salir vencedora en las elecciones. Lo que quizá no hayan acabado de valorar es que, aunque no le hubieran echado, el mal está hecho, pues se queda sin director deportivo a tres días de las elecciones. Quizá le hubiera salido más a cuenta defender su apuesta y dejar explicarse al señor Viñas, ir de frente, pero nunca lo sabremos. Lo que está claro como el agua es que la capacitación profesional de uno ya no es el valor definitivo a la hora de conseguir un trabajo; debes, además, ser políticamente impoluto. No deja de ser curioso como esta sociedad tan jodidamente demócrata, progresista y tolerante es a la vez tan estúpidamente puritana. Claro que, en el fondo, la culpa es del señor Viñas por su falta de previsión. Si hace diez años hubiera valorado la posibilidad de ser director deportivo de tan insigne club probablemente hubiera hecho los tuits mofándose de la muerte de Carrero Blanco, hubiera utilizado el lenguaje inclusivo y hubiera puesto un arcoíris.
Bien. Ya saben quienes leen lo que aquí escribimos que la corrección política no es nuestro fuerte. Por tanto, no se rasguen las vestiduras cuando afirmemos que estamos en contra de la libertad de expresión, entendida esta como que cada uno pueda decir, alegremente, lo que le plazca. Pues no. No, no y no. Uno no tiene derecho a insultar, difamar o amenazar a los demás y, si lo hace, debe atenerse a las consecuencias. Lo que pasa es que en este país nuestro, tan progre, la libertad de expresión acaba cuando se ofende, justamente, a los progres. Y te quedas sin curro. Punto. Eso sí, luego estos mismos progres defienden a “cantantes” que vitorean a ETA y al GRAPO y que amenazan a los que les molestan o no piensan como ellos; insultan y desean la muerte de un niño porque quiere ser torero o, en el colmo de los colmos, boicotean la presentación de un libro escrito por otros progres porque no se ajusta a sus convicciones. ¿Se puede ser más hipócrita?
No, no se trata tanto de defender al tal Aviña como de denunciar el doble rasero imperante. Insistimos, eso sí, en que los tuits los publicó cuando tenía 21 años. Que era un jovenzuelo, vaya, y que quizá —y esto es especulación— sólo pretendía ir de gracioso.
Y así estamos. Este es el mundo en que nos ha tocado vivir. Matemáticas con perspectiva de género, pirotecnia inclusiva, vino sin alcohol, hamburguesas sin carne, adalides de la libertad que censuran… En fin. El último, que cierre.
Lo Rondinaire