Mark Zuckerberg, co-fundador y máximo accionista de Facebook -una de las cinco empresas tecnológicas que dominan el mundo y dueña de las redes sociales Facebook, Whatsapp e Instagram, con miles de millones de usuarios- ha anunciado que la empresa cambiará su nombre al de Meta (del griego: “más allá”).
El cambio de marca se debe a “la voluntad de trasformar la compañía hacia el metaverso, hacia los mundos virtuales que dominarán la tecnología, en su opinión, a finales de esta década” (ABC, 28 octubre 2021).
En cuestión de algunos años, los móviles al uso y las redes sociales actuales pasarán a la historia, y serán sustituidas por el metaverso, “la nueva estrella polar a la que seguir”, en palabras de Zuckerberg, con innumerables aplicaciones y utilidades en todos los campos, según anticipa el creador de Facebook.
Según algunos analistas, metaverso llegará a ser mayor, en términos económicos, que Facebook y Google juntos.
Pero, ¿qué es el metaverso?
Ateniéndonos a la definición proporcionada por la compañía hasta ahora llamada Facebook, se trata de “una nueva fase de experiencias virtuales interconectadas mediante la utilización de tecnologías como la realidad virtual y la realidad aumentada”. Un empeño en cuyo desarrollo participan en la actualidad distintas empresas tecnológicas -de las que Microsoft y Facebook están entre las más avanzadas-, mayoritariamente norteamericanas, pero también de países como China y Corea.
Los científicos y técnicos de Silicon Valley -donde, por cierto y según el Premio Pulitzer George Will, los que se autodefinen como progresistas superan en veinte veces a los que se consideran conservadores- se hallan empeñados en una feroz carrera por el desarrollo de los componentes de las nuevas tecnologías que el metaverso necesitará.
El término metaverso fue acuñado en 1992 por Neal Stephenson en su novela de ciencia-ficción Snow Crash, en la que humanos, como avatares, interactúan entre ellos y con programas de software en un espacio virtual tridimensional que simula el mundo real. Stephenson usó el término para describir un sucesor de internet basado en la realidad virtual.
Como explican en la nueva Meta, se trataría de una internet que no miramos, sino en el que experimentamos sensaciones. Las nuevas tecnologías que permitirán la transición desde el internet actual al metaverso son la realidad aumentada, la interactividad de usuario (interacción hombre-ordenador), la inteligencia artificial, la visión computarizada, la computarización en la nube, y las futuras redes móviles. Con todo ello, el ecosistema del metaverso permitirá a los usuarios vivir y jugar dentro de un entorno auto-mantenido, persistente y compartido. De esta forma, el ecosistema del metaverso integrará elementos centrados en el usuario, incluyendo la identidad mediante un avatar, la creación de contenido, la economía virtual, la aceptabilidad social, la presenciabilidad, la seguridad y privacidad, la confianza y la responsabilidad.
En definitiva, el metaverso se trata de una especie de videojuego de realidad virtual y expandida, pero que en lugar de usarse solo para entretenimiento, desarrollaría utilidades de comunicación interpersonal “presencial” mediante el teletransporte virtual de tu avatar y los espacios virtuales compartidos, con múltiples posibilidades en los campos del ocio, el comercio y la industria, el trabajo y las reuniones, los viajes, la enseñanza, la medicina… y prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana. Y, sobre todo, el metaverso hará posible el deseo de un contacto continuo y permanente entre las personas. “Nuestra misión, reitera Zuckerberg, es acercar a la gente”.
En definitiva, un entero mundo, un meta mundo o metauniverso más allá del mundo real, al que tendremos acceso de forma autónoma, que nos permitirá teletransportarnos a innumerables virtuales espacios compartidos con quien queramos, donde estaremos presentes y en los que experimentaremos una intensa experiencia virtual. Como dice Zuckberger en una entrevista concedida a The Verge, “desde el momento en que nos despertemos al momento en que nos acostemos, seremos capaces de entrar en el metaverso para hacer casi todo lo que puedas imaginar”. No muy diferente, por cierto, de lo que hoy le ocurre a mucha gente con los móviles y el internet, que lo usan desde que abren un ojo hasta que caen dormidos.
Un mundo en el que gafas y cascos de realidad aumentada y realidad virtual -mucho más portables, sofisticados y atractivos que los actuales- serán elementos de nuestra vida cotidiana tan frecuentes como los móviles que todos llevamos en el bolsillo. Estos elementos nos permitirán movernos con completa desenvoltura, portarlos en el bar, en la oficina, mientras compramos en los grandes almacenes. Serán cómodos y versátiles, y como con los móviles, rivalizaremos por el de moda, por el de marca o por el de último diseño.
Para que todo ello sea posible, el metaverso requerirá que numerosas nuevas tecnologías, protocolos, registros, empresas, innovaciones y descubrimientos se pongan en funcionamiento. Será la etapa siguiente a una situación actual en la que la mayoría de la gente usa el internet móvil a diario.
El metaverso planteará cuestiones tanto conocidas como nuevas en relación a cómo se gobernará el espacio virtual, como se moderarán sus contenidos y cómo influirá su existencia al sentido de la realidad que compartimos. La respuesta de Zuckerberg a estas cuestiones puede tranquilizarnos o inquietarnos, especialmente si tomamos como referencia lo ocurrido con Facebook: “Cuando piensas en la integridad de un sistema como éste, es un poco como la lucha contra el crimen en una ciudad. Nadie espera que acabes por completo con los delitos en una ciudad. El objetivo de la policía no es evitar que se produzca un solo delito de forma que si alguno tiene lugar pienses que la policía no funciona. Eso no es razonable. Pienso, en cambio, que lo normalmente esperamos en un sistema integro, de la policía, si quieres, es que haga un buen trabajo tratando de impedir los delitos y deteniendo a los que los han cometido, tratando de mantener todo ello al mínimo y manteniendo una evolución favorable, estando al frente también de otras cosas. Esos es lo que pretendemos hacer también aquí”.
La realidad, sin embargo, es que ninguna ley ni jurisdicción será capaz de regular el metaverso, como tampoco tendrá fronteras o limites fuera de los que quieran imponer sus dueños efectivos. Por ello mismo, se tratará de un mundo sin responsabilidad por las propias acciones, tal y como lo hemos visto durante la pasada década en las redes sociales, aunque se hayan hecho algunos intentos de poner algunos límites.
Como ejemplo de esta labor de supervisión, Zuckerberg menciona la preocupación porque metaverso refleje una relación equilibrada de sexos, y evite cualquier forma de acoso o discriminación, con términos que nos llevan inevitablemente a pensar que auspiciará los dogmas de la ideología de género.
Distintos sectores han alertado sobre potenciales riesgos que el metaverso traerá consigo. Curiosamente, ha sido un think-tank estatal chino -el China Institutes of Contemporary International Relation- uno de los primeros en dar la voz de alerta sobre esos riesgos potenciales, que van desde la seguridad nacional a la hegemonía tecnológica -con sus implicaciones para los países del Tercer Mundo- y su impacto sobre los sistemas políticos, los equilibrios económicos y la vida social.
Según los investigadores chinos, el metaverso tendrá profundas consecuencias para los sistemas políticos, las economías y las sociedades de los distintos países. Influirá en las tendencias e ideas políticas, así como en la sociedad y cultura de un país, y ejercerá una “influencia sutil” en su opinión pública y sus valores culturales.
El metaverso puede traer también consigo nuevos problemas sociales, opinan los expertos chinos. La experiencia altamente inmersiva que proporciona podrá afectar negativamente al desarrollo de los adolescentes, podrá ser usado por delincuentes para crear drogas digitales adictivas, entre otros riesgos que no son difíciles de imaginar.
Piénsese, por ejemplo, en lo que todo ello comportará para la vida familiar, la protección de la infancia, la educación de los hijos, las relaciones de pareja… o la oportunidad que brindará a la esclavizante y multibillonaria industria pornográfica, por mencionar sólo alguno de los campos en los que el internet móvil y las redes sociales actuales -una broma en su invasión de nuestras vidas comparado con lo que se avecina- han dejado notar ya sus estragos.
Algunos siquiatras muestran su preocupación sobre el potencial impacto que el metaverso podría tener en la conducta, y no solo en forma de adicciones, depresión, aislamiento e incluso suicidio y violencia. La tecnología inmersiva y la realidad virtual podría producir desorientación en el mundo real. La separación entre los actos y sus consecuencias, propia de la realidad virtual, podría llevar a acciones como saltar desde un balcón o cruzar en medio del tráfico, al haberse hecho insensibles a los peligros del mundo real.
El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard ha acuñado el término hiperrealidad para referirse a una situación en la que la realidad y la realidad virtual están tan entrelazadas que perdemos la capacidad de distinguirlas. Según Braudillard, llegaría un momento en que el mundo simulado de la realidad virtual importará más que el mundo de la “realidad real”, por haberse convertido el ámbito del que procederán todo el valor y el sentido de las cosas.
Al final, si llega a ser un hecho que el metaverso se convierte en si mismo en la realidad, y tomamos la novela Snow Crash como una referencia, veremos las leyes de las naciones plegadas a los intereses de las grandes empresas tecnológicas que controlarán ese mundo, con su secuela de injusticias sociales, y en el que el metaverso se convertirá, sobre todo, en una escapatoria virtual de la realidad de un mundo convertido en ruinas.
Sandra Helou ha advertido de otros riesgos en esa misma dirección al hablar de la sociedad Untact (sin contacto). Untact es un concepto que describe un mundo en el que las personas interactúan cada vez más online y las empresas sustituyen a la gente por máquinas para ahorrarse los salarios y el envejecimiento creciente de los trabajadores. Corea del Sur es un ejemplo, como hemos visto durante la pandemia, de una apuesta decidida por esta sociedad Untact, con una población acostumbrada al uso de las plataformas tecnológicas que suponen la base del metaverso.
Globalización por vía de hegemonía tecnológica, concentración del poder mundial en pocas corporaciones por encima de las leyes y los estados, aumento de las brechas sociales, adoctrinamiento ideológico y manipulación encubierta a través de contenidos aparentemente neutros, control completo de las personas y pérdida de los espacios de privacidad, cancelación de la disidencia…a cambio de asombrosa comodidad para hacer casi cualquier cosa que podamos imaginar, fascinación sensorial, apariencia de omnipotencia, placer ilimitado, y un mundo sin fronteras espaciales, ni temporales, en el que todo será pulcro, accesible, perfecto, donde no habrá lugar para la frustración, ni para el dolor, ni para el arrepentimiento, ni para la soledad, ni para el fracaso.
Como dice el ya citado George Will, también hace veinte años se pensaba que las redes sociales eran algo maravilloso que iba a ser como juntarse alrededor de una fogata para hablar de forma razonable, y hoy se han convertido en una manifestación de histeria colectiva que facilita la difusión masiva de vituperios, ira, extravagancias y estupidez.
No quiero extenderme más, porque mucho me temo que tendremos muchas oportunidades en el futuro de tratar de todas estas cuestiones en los próximos pocos años, porque no estamos hablando de nada que los lectores de este artículo no vayan a vivir de cerca, quizás antes de lo que imaginan.
Mientras se desarrolla el metaverso, “la nueva estrella polar a la que mirar” del señor Zuckerberg que nos adentrará en el nuevo Mundo Feliz, asegurémonos nosotros de seguir contemplando en la noche las verdaderas estrellas del firmamento, que nos recuerdan la ley natural, nuestra finitud y nuestro lugar en el universo de la realidad creada por Dios.