Hoy, 14 de noviembre de 2021, el obispo de Alcalá ha celebrado la Santa Misa en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos de Jarama, con motivo del LXXXV aniversario del comienzo de las matanzas de 1936. Con toda propiedad, Don Juan Antonio Reig Plá ha designado a este santo lugar con el nombre de “La catedral de los mártires”, pues ahí reposan los restos de 143 beatos, de los 2.050 ya elevados a los altares por haber sufrido el martirio a manos de los socialistas, los comunistas y los anarquistas durante la Segunda República y la Guerra Civil.

Es sorprendente…, y en algunos casos además de sorprendente culpable, el desconocimiento que se tiene de lo que sucedió en Paracuellos de Jarama durante los días que transcurren desde el 7 de noviembre hasta el 4 de diciembre de 1936. Durante cuatro semanas, este término cercano a Madrid, junto al aeropuerto de Barajas, fue el escenario del mayor genocidio de todos los siglos de la Historia de España, cometido por los socialistas y los comunistas.

No, lo que allí sucedió no fueron unos cuantos asesinatos cometidos por unos incontrolados, como algunos del sector de la izquierda nos han transmitido para ocultar la verdad, con la complicidad de otros del sector de la derecha, que con su conducta han contribuido incluso a blanquear a los culpables, para hacerse perdonar por la izquierda. Como una imagen vale más que mil palabras, baste recordar la foto del acto celebrado en el salón Turquesa del Eurobuilding del Club Siglo XXI, el 27 de octubre de 1977, en el que Santiago Carrillo fue presentado en sociedad por el exministro de Franco y fundador de Alianza Popular, Manuel Fraga. En esa foto aparecen estos dos personajes juntos y en buena armonía; la carcajada de Carrillo solo es superada en mezquindad por la hipócrita sonrisa de Fraga.

Los hechos fueron programados sin dejar ningún hilo suelto, y solo así se explica que se pudiera llevar cabo el mayor genocidio de toda la historia de España, como hemos dicho. Antes incluso de que las primeras columnas de Franco llegaran a las puertas de Madrid en el mes de noviembre de 1936, ya circuló la idea de asesinar a los presos y abiertamente así lo pedía la prensa de izquierdas. El 5 de agosto de 1936, un periódico que en su cabecera tenía el nombre de Milicia Popular. Diario del 5º Regimiento de Milicias Populares, publicaba lo siguiente: “En Madrid hay más de mil fascistas presos, entre curas, aristócratas, militares, plutócratas, empleados… ¿Cuándo se les fusila?”.

Dicho y hecho, se fusiló a los presos por millares a los que se condenó a muerte, sin juzgarlos. Salvo los militares en activo que estaban detenidos y que habían sido juzgados por rebelión, el resto eran presos preventivos, que habían ido a parar a la cárcel por considerarles desafectos a la causa del Frente Popular. La inmensa mayoría de aquellos reclusos, de haber tenido un juicio solo con las mínimas garantías, hubieran salido de prisión inmediatamente.

Francisco Largo Caballero, presidente del Gobierno, convencido de que las tropas de Franco iban a entrar en Madrid, el 6 de noviembre de 1936 huyó con todos sus ministros a Valencia y encargó la defensa de la capital de España a los generales Miaja y Pozas.

Al día siguiente se constituyó la Junta de Defensa de Madrid, en la que estaban representados los partidos y sindicatos del Frente Popular: IR (Izquierda Republicana), PSOE (Partido Socialista Obrero Español), PCE (Partido Comunista de España), CNT (Confederación Nacional del Trabajo), UR (Unión Republicana), JL  (Juventudes Libertarias), JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y PS (Partido Sindicalista).

Santiago Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público de dicha Junta de Defensa de Madrid, y por lo tanto máximo responsable de las cárceles de la capital de España. Por su parte, Carrillo nombró a su hombre de confianza, Segundo Serrano Poncela, Delegado de Orden Público, cargo equivalente a Director General de Seguridad. En razón de este cargo, las listas de presos que eran sacados de las cárceles para ser asesinados llevaban la firma de Segundo Serrano Poncela, encabezadas por este siniestro texto: “Sr. director de la Cárcel de Porlier (o en otro caso Modelo, Ventas o San Antón). Sírvase poner en libertad por estimarlo así el Consejo de la Dirección General de Seguridad, los siguientes detenidos…”. Semejante redacción se entiende, si se tiene en cuenta que se trataba de no dejar rastro por escrito de los crímenes que estaban cometiendo.

La primera decisión de Carrillo como Consejero de Orden Público, el mismo día 7 de noviembre, fue crear un nuevo organismo, denominado “Consejo General de la Dirección General de Seguridad”, al que incorporó como vocales a los jefes de las checas de Madrid. Y estos sicarios de Carrillo son los que van elaborar las listas de los detenidos y a dirigir las expediciones de los presos que serán asesinados.

Uno de estos vocales nombrado por Carrillo, Ramón Torrecilla Guijarro, nos cuenta cómo fue su modo de proceder en la cárcel Modelo, según consta en su declaración: “Al llegar a la cárcel el capitán de guardia se oponía a que entrasen por no llevar orden escrita alguna, pero se telefoneó a la Dirección General de Seguridad y como de allí contestaran que estaban autorizados para penetrar en la prisión se les franqueó el paso. El dicente y sus cinco compañeros se encaminaron seguidamente al fichero de presos y pasaron varias horas apartando las fichas, según la profesión de los presos, en los cuatro grupos siguientes: 1º militares, 2º hombres de carrera y aristócratas, 3º obreros y 4º personas cuya profesión no constaba.

Ya llevaban seleccionando más de medio fichero, cuando de madrugada se presentó el Delegado de Orden Público o Director General de Seguridad, Serrano Poncela, y ordenó que todos los seleccionados en los grupos primero y segundo (militares y burgueses) salieran de las galerías a las naves exteriores, porque los fascistas avanzaban y si los libertasen les serían un refuerzo formidable. Mandó prepararlos, pues enseguida llegarían unos autobuses para trasladarlos y refirió que el ministro de la Gobernación (lo era Ángel Galarza) cuando marchó a Valencia la noche del 6 de noviembre había dado orden por teléfono desde Tarancón de que los trasladasen, y añadió en tono malicioso que quién mandaba la expedición ya tenía instrucciones de lo que había de hacerse con los presos, que era “una evacuación… definitiva”.

En cumplimiento de esta orden de Serrano Poncela, suspendieron la selección de fichas el declarante y sus compañeros. Era entre las tres y cuatro de la madrugada. Sacaron a los seleccionados a las naves y con cuerdas les ataban las manos a su espalda uno a uno y a veces por parejas. No puede precisar el número de ellos, pero sí que pasaban de los 500. La mayoría eran militares, pero también había paisanos.

Alrededor de las 9 o 10 de la mañana del 8 de noviembre llegaron a la cárcel Modelo siete o nueve autobuses de los de dos pisos del servicio público urbano, y dos autobuses grandes de turismo. A todos los llenaron de presos. En el interior de cada uno de los autobuses de dos pisos metieron 60 o más detenidos y en su plataforma trasera iban de 8 a 12 milicianos armados. Partió la expedición y con ella marcharon algunos de los que habían hecho la selección de las víctimas en el fichero, entre ellos Agapito Sainz y Lino Delgado y se cree que también Urresola y Rascón. Aquella expedición la vio partir el declarante, que seguidamente marchó de la cárcel.

En la reunión del Consejo de la Dirección General de Seguridad, que celebraron el día 10 del mismo mes, se refirió que fueron asesinados en Torrejón de Ardoz los detenidos de cinco autobuses de los grandes y en Paracuellos de Jarama todos los restantes. Posteriormente supo que entre las 12 y 14 de aquel día se llevaron otra expedición de presos para matarlos.

En dicha reunión del Consejo de la Dirección General de Seguridad celebrada el 10 de noviembre se acordaron las normas y procedimiento para llevar a cabo la selección de presos que debían ser matados, y establecido el criterio que debía seguirse. Serrano Poncela que asistía a la reunión explicó que debían ser elegidos: primero, los militares con graduación superior a capitán; segundo, todos los falangistas; tercero, todos los hombres que hubieran tenido actividades políticas francamente derechistas, y para desarrollar este plan se nombró en el Consejo de la Dirección General de Seguridad dos comisiones, una de presos y otra de personal. La comisión de presos nombraba los encargados de seleccionar en las distintas cárceles los detenidos que habían de ser asesinados. El declarante fue designado responsable de la comisión de personal. Esta comisión nombraba un responsable y un suplente para cada cárcel, encargados en ella de que se cumpliesen exactamente los acuerdos del Consejo de la Dirección General de Seguridad y de ir con las expediciones de presos cuando los llevaban a matar”.

Naturalmente que Santiago Carrillo era el responsable y el artífice de toda esta maquinaria de exterminio, pues Serrano Poncela despachaba diariamente con el Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid en su oficina. Por su parte, Santiago Carrillo iba con frecuencia a la Dirección General de Seguridad para entrevistarse con Serrano Poncela. En la Dirección General de Seguridad se llevaba un libro registro de las expediciones de los presos que se llevaban para asesinarlos, de las que constan 25 expediciones, correspondientes, cuatro de la cárcel Modelo, cinco de la de San Antón, ocho de la de Porlier y otras ocho de la de Ventas.

Y a su vez era obligado que Santiago Carrillo diera cuentas a sus superiores del Gobierno presidido por el socialista Largo Caballero, que había huido a Valencia, de que estaba cumpliendo sus órdenes de exterminio. Al fin y al cabo, el ministro de Gobernación del gabinete de Largo Caballero, en su huida hacia Valencia —como ya dijimos— había dado la orden por teléfono desde Tarancón de que las evacuaciones de presos fueran “definitivas”.

Las concienzudas investigaciones de José Manuel Ezpeleta aumentan el número de sacas desde las 25 del libro registro de la Dirección General de Seguridad, antes citado, hasta 33. Ezpeleta, sin duda quien en la actualidad es el que mejor conoce el Madrid de la Guerra Civil, ha escrito lo siguiente: “Las matanzas fueron una serie asesinatos masivos organizadas en el transcurso del primer año de la Guerra Civil, y que llevaron a la muerte a miles de prisioneros preventivos. Aquellos hechos se llevaron a cabo desde los primeros días de agosto en pequeños grupos en la localidad de Boadilla del Monte, y más tarde, en los cementerios de Aravaca hasta finales de octubre, y en Rivas-Vaciamadrid, los días 4 y 5 de noviembre, antesala de las grandes sacas.

Dos días después, comenzarían en el arroyo de San José de Paracuellos de Jarama, y en un caz muy cercano al Castillo de Soto de Aldovea en el término municipal de Torrejón de Ardoz, las grandes matanzas de presos de Madrid.

Aquellas expediciones se realizaron aprovechando los falsos traslados de presos de diversas cárceles de la capital —conocidas popularmente como sacas—, a otros centros penitenciarios de Levante, entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936 (…) En resumen, de las 33 sacas de presos que tuvieron lugar entre las fechas citadas, 23 de ellas terminaron asesinados en Paracuellos entre los días 7, 8, 9 y del 18 al 30 de noviembre, más las del 1 al 4 de diciembre”.

Se calcula que en Madrid fueron asesinadas más de 20.000 personas. Y si hasta el nombramiento de Carrillo, como Consejero de Orden Público de la Junta de DFefensa de Madrid, los crímenes se llevaron a cabo fundamentalmente mediante“los paseos” de las checas, a partir del 7 de noviembre se puso en marcha una máquinaria de exterminio. Solo en Paracuellos de Jarama, José Manuel Ezpeleta tiene localizados los restos mortales de 4.750 personas, 3.950 que fueron asesinadas en ese lugar y los de otras 800 víctimas, traídos de otros lugares e inhumados en el cementerio de Paracuellos, después de la guerra.

Me he extendido tanto en contar los preparativos del genocidio de Paracuellos de Jarama, que tengo dejar lo que falta para la próxima semana, pero era necesario hacerlo así para entender que aquello no fue una acción de unos incontrolados, a espaldas del Gobierno del Frente Popular. Les prometo que en el artículo del próximo domingo les contaré con detalle cómo sucedió todo. Y a lo mejor el próximo domingo encontramos el motivo que tanto les hacía reír a Santiago Carrillo y a Manuel Fraga en el Club siglo XXI en 1977, porque en lo que les he contado hoy en este artículo, yo no veo maldita la gracia.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá

Publicado en Hispanidad –14/11/2021

Mártires de Paracuellos de Jarama: “En Madrid hay más de… (hispanidad.com)

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