Tras la Guerra Civil española, los pilotos republicanos afincados en países soviéticos no pudieron volver a España: las autoridades estalinistas, en colaboración con los dirigentes comunistas españoles, no pensaban dejarles libres.

Hace unos años tuve la oportunidad de presentar en Valencia un libro de la investigadora Carmen Calvo Jung titulado Los últimos aviadores de la República. La lectura de esta edición conjunta entre la Fundación Aena y el Ministerio de Defensa, dirigido entonces por la socialista Carmen Chacón, me impresionó profundamente. Expone Carmen Calvo en este libro una rigurosa investigación sobre un episodio muy poco conocido de la represión estalinista sobre un grupo de jóvenes aviadores republicanos españoles, entre ellos su propio padre. Lo más trágico es comprobar como los primeros instigadores de esta tortuosa injusticia fueron los dirigentes comunistas españoles que, al acabar la Guerra Civil española se refugiaron a la sombra del genocida Iósif Stalin.

En la Guerra Civil iniciada en España el 18 de julio de 1936, pronto se puso de manifiesto la importancia de la aviación. La superioridad aérea del bando nacional y su eficacia en los bombardeos estratégicos previo a las principales operaciones terrestres tardó en verse contrarrestada por los republicanos. Pero estos y, sobre todo, sus asesores soviéticos, comprendieron la importancia del dominio en el aire e hicieron todo lo posible por mejorar la fuerza aérea roja. Entre estas medidas, una de especial importancia fue la de enviar jóvenes reclutas, seleccionados en el aeródromo murciano de San Javier, a que se formasen como pilotos en escuelas especializadas de la Unión Soviética. Desde diciembre de 1936 a enero de 1939, un total de 800 pilotos republicanos recibieron una formación intensiva durante seis meses en las escuelas militares soviéticas de Kirovabad, en Azerbaiyán, y Rogán, en Ucrania. El gobierno de la República pagaba todos los gastos ocasionados por los aspirantes a pilotos.

A comienzos de 1939 llegaban a la Escuela Militar de Kirovabad, los 180 ilusionados alumnos que habría de formar la cuarta promoción de pilotos republicanos españoles. Sometidos a una férrea disciplina que les impedía todo contacto con la población civil, la realidad social que apreciaron en la triste y depauperada sociedad azerbaiyana contrastaba con el ideal comunista que les habían inculcado tanto en España, como en la propia Unión Soviética desde que llegaron.

Mientras proseguían su formación, en España la caída de Cataluña al comenzar febrero de 1939 sentenció definitivamente la Guerra y el gobierno republicano salía para el exilio. Su presidente, el doctor Negrín se refugió en París en casa del embajador de España Marcelino Pascua. Este recomendó a Negrín una entrevista con el embajador soviético en Francia para tratar asuntos de interés mutuo, entre los cuales estaba solucionar la situación de los aviadores que, acabada la contienda, quedaban en la URSS. Accedió Negrín a entrevistarse con el diplomático soviético y en efecto se trató el tema de los aviadores españoles, pero ante la sorpresa de Pascua, el presidente del Gobierno republicano, ya en el exilio, se interesó por la vuelta de uno sólo de los aviadores republicanos; Rómulo Negrín, su propio hijo. Este llegó al poco a París dejando atrás el “paraíso comunista soviético”, para viajar a los Estados Unidos desde donde, tras terminar sus estudios, se estableció definitivamente en Méjico.

Mientras tanto, los pilotos sorprendidos por el final de la guerra española en Kirovabad empezaban a hacer planes sobre su próximo destino. Unos pensaban exiliarse en Europa o América de Sur y otros soñaban con la vuelta a España. Pero, pese a la primera impresión esperanzadora, pronto se dieron cuenta de que las autoridades estalinistas, en colaboración con los dirigentes comunistas españoles allí refugiados, no pensaban dejarles libres. Las presiones convencieron a algunos para ingresar en el ejército soviético, otros en las fábricas y alguno más en los servicios de inteligencia soviéticos. Los que a toda costa pretendieron abandonar la Unión Soviética, pronto fueron tachados de inadaptados e incluso de fascistas. Juegan aquí un papel importante, en estas presiones significados comunistas como la Pasionaria, Lister o el Campesino.

La entente entre la Alemania nazi y la Unión Soviética que propició la invasión de Polonia en septiembre de 1939, abrió la posibilidad de negociación entre la España de Franco y la Unión Soviética para la repatriación de los pilotos que así lo deseaban, pero durante el lento proceso negociador llegó el ataque alemán a los rusos el 22 de junio de 1941 y las esperanzas de los jóvenes pilotos quedaron truncadas. Tres días después, los 25 pilotos republicanos empeñados en solicitar la salida de la URSS eran detenidos junto a otros 25 españoles que habían hecho lo mismo entre los que se encontraban marinos que quedaron en sus barcos en Odessa al terminar las hostilidades en España. Un siniestro tribunal secreto formado por miembros del Partido Comunista de España decidió la eliminación de ocho pilotos enviados a campos de trabajos forzados acusados de haber sido quintacolumnistas en España y ser contrarrevolucionarios trotskistas. Se trataba de minar la moral del resto de compañeros.

Entre 1942 y 1948, los pilotos y marineros españoles pasaron por varios campos de trabajo forzado, a cuál más duro por las condiciones de vida y el clima extremo siberiano. Tras siete años de cárcel y campos de trabajo, algunos cedieron y aceptaron la nacionalidad soviética, renunciando a la española. Pero un grupo de 12 pilotos y 25 marinos se negaron a aceptar esto y fueron condenados al campo de concentración de Odessa destinado a “grandes criminales de guerra”, donde coincidieron con generales alemanes y los miembros de la División Azul española capturados por los rusos durante la Guerra Mundial. Y allí permanecieron sufriendo fuertes penalidades seis años más, hasta 1954.

La muerte del dictador Stalin el 5 de marzo de 1953, supuso una leve apertura que permitió a la Cruz Roja interceder por la liberación de los presos en los campos soviéticos. Las negociaciones, en las que jugó un papel fundamental la Cruz Roja Francesa, permitieron, al fin, la deseada salida de los aviadores y marinos españoles retenidos contra su voluntad. En el puerto soviético en el que deberían embarcar para España, junto a los excautivos de la División Azul, cinco pilotos dieron marcha atrás y no subieron al barco.

A las 16:00 horas del 2 de abril de 1954, entraba en el puerto de Barcelona el buque Semíramis llevando a bordo, además de los divisionarios, a los seis pilotos españoles supervivientes de la represión estalinistas tras una terrible odisea de 15 años en la que algunos perdieron la vida. Y en la que tanta responsabilidad tuvieron los dirigentes comunistas españoles, como la Pasionaria que, en palabras de Margarete Buber-Neumann fue la “discípula predilecta” de su idolatrado Iósif Stalin. El gobierno español les dio la oportunidad de permanecer en el barco que luego pondría rumbo a Francia, pero los seis decidieron desembarcar y abrazar a sus familias.

Pablo González-Pola de la Granja

Publicado en el diario La Razón – 9/03/2021

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