«¡Españoles de todos sexos, edades, estados y condiciones!: con todos hablo. No penséis que en esta guerra, más santa aún que la de las Cruzadas, trabajamos para nuestros hijos y nietos. De más cerca nos toca: peleamos para nosotros mismos y por salvar ahora en caliente nuestro pellejo. Sabed que Napoleón va tan de prisa en las faenas militares, que no quiere dejar nada que hacer a sus sucesores y parece que se afana por gozar en vida del incienso de la fama póstuma. Cortemos pronto los vuelos a las águilas. […] Se trata de vencer o vivir esclavos. En la guerra de sucesión que afligió la España, no se trataba de defender la patria, ni la nación, ni la religión, ni las leyes, ni nuestra constitución, ni la hacienda, ni la vida, porque nada de esto peligraba en aquella lucha. Sólo se disputaba de cuál de los dos pretendientes y litigantes a la Corona de España debía quedar el poseedor (…). Estaba la nación dividida en dos partidos, como eran dos los rivales, pero ninguno de ellos era infiel a la nación en general, ni enemigo de la patria. Se llamaban unos a otros rebeldes y traidores, sin serlo en realidad ninguno, pues todos eran y querían ser españoles, así los que aclamaban a Carlos de Austria, como a Felipe de Borbón».
‘Centinela contra franceses‘, Antoni de Capmany de Montpalau i Surís.