PODER POPULAR
Las revueltas y desórdenes públicos que se desencadenaron en nombre de la justicia racial, a raíz del asesinato de George Floyd en mayo de 2020, no desembocaron en primer término en un movimiento político. Fueron los organizadores y líderes de estas movilizaciones los que quisieron canalizar el impulso generado hacia el proceso electoral en ciernes, evitando que los políticos lo monopolizaran en su propio y exclusivo provecho. Muchos de esos líderes formaban parte de la red de Podhorzer, desde los activistas de los estados críticos de cara a las elecciones, que se asociaron con la Democracy Defense Coalition, hasta organizaciones con un papel muy destacado en el ámbito del movimiento Black Lifes Matter (BLM).
Decidieron que la mejor manera de asegurarse de que se escuchara la voz del pueblo era proteger su capacidad para votar. “Empezamos a pensar en un programa que complementara el área tradicional de protección electoral, pero que no se basase exclusivamente en movilizar a la policía”, dice Nelini Stamp, directora nacional de organización del Working Families Party. Crearon una fuerza de “defensores electorales” que, a diferencia de los observadores electorales tradicionales, fueron entrenados en técnicas de “desescalada”. Durante el período de votación anticipada y en el mismo día de las elecciones, rodeaban las filas de votantes en las áreas urbanas, tratando de convertir el acto de depositar la papeleta en una auténtica fiesta popular callejera, “la alegría de las urnas”. Los organizadores negros también reclutaron a miles de trabajadores electorales para garantizar que los centros de votación permanecieran abiertos en sus comunidades.
Los disturbios raciales del verano habían demostrado que la movilización del poder popular podía tener un impacto masivo. Los activistas comenzaron a prepararse para repetir las manifestaciones si Trump intentaba robar las elecciones. “Los estadounidenses planean protestas generalizadas si Trump interfiere con las elecciones”, informaba Reuters en octubre, una de las muchas historias de este tipo. Más de 150 grupos progresistas, desde la Women’s March to the Sierra Club y Color of Change, desde Democrats.com hasta los Democratic Socialists of America, se unieron a la coalición “Protect the Results”. El ahora desaparecido sitio web del grupo tenía un mapa con una lista de 400 manifestaciones postelectorales planificadas, que se activarían por mensaje de texto el 4 de noviembre. Para detener el golpe que temían, la izquierda estaba dispuesta a invadir las calles.
EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE VIAJE
Aproximadamente una semana antes del día de las elecciones, Podhorzer recibió un mensaje inesperado: la Cámara de Comercio de Estados Unidos quería hablar.
La AFL-CIO y la Cámara tienen una larga historia de antagonismo. Aunque ninguna de las organizaciones es explícitamente partidista, el influyente lobby empresarial ha invertido cientos de millones de dólares en campañas republicanas, al igual que los sindicatos de la nación canalizan cientos de millones hacia los demócratas. Por un lado siempre ha estado el mundo del trabajo, por el otro la empresa, las grandes corporaciones, enfrascados en una lucha sin fin por el poder y el control de los recursos. Pero entre bastidores, la comunidad empresarial estaba inmersa en su propio debate interno, preocupada por el desarrollo del proceso electoral y sus previsibles consecuencias. Las protestas por la justicia racial del verano también habían enviado una señal a los hombres de negocios: el potencial del desorden civil que perturba la economía. “Con las tensiones en aumento, había mucha preocupación por el posible estallido de una nueva ola de disturbios en torno al proceso electoral, o incluso por el desencadenamiento de una crisis sin precedentes en la forma tradicional de afrontar las contiendas electorales”, dice Neil Bradley, vicepresidente ejecutivo y director de políticas de la Cámara. Estas preocupaciones llevaron a la Cámara a publicar una declaración preelectoral con Business Roundtable, un grupo de directores ejecutivos con sede en Washington, así como con asociaciones de fabricantes, mayoristas y minoristas, pidiendo paciencia y confianza mientras se contaban los votos.
Pero Bradley quería enviar un mensaje más amplio y común a los dos partidos en liza. Se acercó a Podhorzer, a través de un intermediario cuyo nombre ambos se han negado a revelar. Partiendo de la convicción de que su inesperada alianza podría desplegar una gran autoridad moral, comenzaron a preparar una declaración conjunta en la que expresaban el compromiso compartido de sus organizaciones con una elección justa y pacífica. Eligieron cada palabra con sumo cuidado y programaron la publicación de la declaración a fin de lograr el mayor impacto posible. A medida que concluía la redacción del texto de la declaración, algunos líderes de comunidades y grupos cristianos manifestaron su interés en adherirse, con el fin de ampliar el alcance de esta iniciativa.
La declaración fue publicada el día de las elecciones, con las firmas del director ejecutivo de la Cámara, Thomas Donohue, el presidente de AFL-CIO, Richard Trumka, y los directores de la Asociación Nacional de Evangélicos y la Red Nacional de Clérigos Afroamericanos. “Es imprescindible que los funcionarios electorales dispongan del espacio y el tiempo necesarios para el cómputo de todos y cada uno de los votos de acuerdo con las leyes vigentes”, se afirmaba en la declaración. “Hacemos un llamamiento a los medios de comunicación, a los candidatos y al pueblo estadounidense, para que sean pacientes con el proceso de escrutinio y confíen en nuestro sistema, incluso si requiere más tiempo de lo habitual”. Los firmantes de la declaración añadían: “Aunque es probable que no en todo caso estemos de acuerdo con los resultados del escrutinio, en uno u otro sentido, coincidimos en nuestro llamamiento para que el proceso electoral se desarrolle sin violencia, intimidación o cualquier otra táctica que nos haga más débiles como nación”.