EL ARQUITECTO
En algún momento del otoño de 2019, Mike Podhorzer se convenció de que las elecciones se dirigían al desastre… y decidió protegerlas de él.
Este no era su ámbito habitual de actuación. Durante casi un cuarto de siglo, Podhorzer, asesor principal del presidente de la AFL-CIO, la federación sindical más grande del país, ha reunido los datos más recientes y las tácticas más avanzadas con el fin de ayudar a sus candidatos favoritos a ganar las elecciones. Sencillo y magistral a un mismo tiempo, no es el tipo de “estratega político” engominado que aparece en los noticieros de las emisoras televisivas de cable. Entre los incondicionales del Partido Demócrata, se le conoce como el mago que está detrás de algunos de los mayores avances en “tecnología política” en las últimas décadas. Un grupo de estrategas progresistas que reunió a principios de la década de 2000 llevó a la creación del Analyst Institute, una firma secreta que aplica métodos científicos a las campañas políticas. También participó en la fundación de Catalist, la empresa insignia en el proceso de datos para políticas progresistas.
Podhorzer cree que el debate interminable en Washington acerca de la “estrategia política” tiene poco que ver con la forma en que realmente se realiza el cambio. “Mi opinión básica sobre la política es que todo es bastante obvio si no lo piensas demasiado o si no te tragas los marcos predominantes”, escribió una vez. “Después de eso, simplemente identifique sin descanso sus suposiciones y desafíelos”. Podhorzer aplica ese enfoque a todo: cuando entrenó al equipo de Ligas Escolares de su hijo – ahora adulto – en los suburbios de Washington D.C., entrenó a los niños para que no se balancearan en la mayoría de los lanzamientos, una táctica que enfureció tanto a sus padres como a los de sus oponentes, pero ganó para el equipo una serie de campeonatos.
La elección de Trump en 2016, atribuida en parte a su fuerza inusual entre el tipo de votantes blancos de cuello azul que en otro tiempo dominaban la AFL-CIO, llevó a Podhorzer a cuestionar sus suposiciones sobre el comportamiento de los votantes. Comenzó a distribuir memorandos semanales de procesamiento de datos numéricos en un pequeño círculo de socios correligionarios y a organizar sesiones de estrategia en Washington D.C. Pero cuando comenzó a preocuparse por las elecciones, no quería transmitir la impresión de que todo era una paranoia. Sólo después de meses de investigación hizo públicas sus preocupaciones en el boletín correspondiente al mes de octubre de 2019. Las herramientas habituales de datos, análisis y encuestas no serían suficientes en una situación en la que el propio presidente intentaba interrumpir las elecciones, escribió. “La mayor parte de nuestra planificación nos lleva hasta el día de las elecciones”, señaló. “Pero, no estamos preparados para los dos resultados más probables”: Trump pierde y se niega a ceder, y Trump gana el Colegio Electoral (a pesar de perder el voto popular) al corromper el proceso de votación en estados clave. “Necesitamos desesperadamente desarrollar de forma sistemática un test de intrusión que nos permita detectar posibles vulnerabilidades y fallos en la estructura tecnológica de estas elecciones (red-team), de modo que podamos anticiparnos y planificar como hacer frente a lo peor que sabemos se presentará en nuestro camino”.
Resultó que Podhorzer no era el único que pensaba en estos términos. Comenzó a escuchar a otras agrupaciones ansiosas por unir y reunir fuerzas. La Mesa de Lucha, una coalición de organizaciones de “resistencia”, había comenzado a planificar escenarios en torno a la posibilidad de unas elecciones impugnadas, reuniendo a activistas progresistas a nivel local y nacional en lo que llamaron la Coalición de Defensa de la Democracia. Las organizaciones de derechos electorales y de derechos civiles estaban dando la voz de alarma. Un grupo de ex funcionarios electos estaba investigando los poderes de emergencia que temían que Trump pudiera explotar para lograr sus objetivos. Protect Democracy estaba reuniendo un grupo de trabajo integrado por representantes de los dos partidos con vistas a una previsible crisis electoral. “Resultó que una vez que lo dijiste en voz alta, la gente estuvo de acuerdo”, dice Podhorzer, “y empezó a ganar impulso”.
Pasó meses reflexionando sobre escenarios posibles y hablando con diversos expertos. No fue difícil encontrarse con progresistas que veían a Trump como un dictador peligroso, pero Podhorzer tuvo cuidado de mantenerse alejado de la histeria. Lo que quería saber no era cómo estaba muriendo la democracia estadounidense, sino cómo podría mantenerse viva. La principal diferencia entre los Estados Unidos y los países que perdieron el control de la democracia, concluía, consistía en que el sistema electoral descentralizado de Estados Unidos no podía ser desnaturalizado o desvirtuado en un único golpe de mano. Esta misma circunstancia ofrecía una oportunidad para intentar apuntalarlo.