Por Nacho del Pozo (www.orbehispanico.es)

Tal día como hoy, pero de 1770, el Capitán de Navío Felipe González de Ahedo, al mando del navío de guerra San Lorenzo, desembarca en la isla de Pascua en la que permanece siete días y toma posesión de ella en nombre del Rey de España,  Carlos III, rebautizándola como San Carlos en su honor. Se levanta acta mediante la cual los jefes aborígenes de la isla reconocen la soberanía española.

Aunque el siglo XVIII no fue tan vasto en descubrimientos para España como los siglos previos, el incremento de la presencia extranjera en el Pacífico obligó a los virreinatos ribereños más potentes a fletar expediciones de control y exploración de la zona bajo dominio hispano. Una de ellas fue la llevada a cabo por el Capitán González Ahedo a la siempre misteriosa Isla de Pascua.

A mediados del siglo XVIII existe en el Pacífico una presencia cada vez más intensa de británicos, franceses y holandeses que pone en peligro no solo el tráfico comercial español en la zona sino también los propios asentamientos en las zonas ribereñas lo que lleva al Virrey del Perú Manuel Amat y Junyent  a organizar una expedición de exploración y reconocimiento con dos objetivos principales: Tratar de encontrar y reconocer la Isla de Davis o David y la de Luján, así como la isla Madre de Dios por una parte, y por otra, y más importante comprobar la existencia o no de asentamientos o tropas extranjeras en las zonas del sur de Chile o en cualquiera de las islas mencionadas o que se encontrasen.

Para ello el Virrey va a contar con un capitán santoñés veterano de la defensa de Cartagena de Indias al mando de Blas de Lezo, el capitán santoñés Felipe González  de Ahedo, al cual confiará el mando el mando del navío San Lorenzo, construido en el Real Astillero de Guarnizo

La expedición de González de Ahedo estuvo enmarcada en una misión de reconocimiento y duró tal duró desde el 10 de octubre de 1770 hasta el 29 de marzo de 1771. La estancia en la Isla de Pascua supuso el segundo contacto documentado de los europeos con los nativos  después de que el marino holandés Jakob Roggeveen llegara  a sus costas en 1722 bautizándola como Paasch Eylan o isla de Pascua.

González de Ahedo fue el primero en cartografiar la isla tomando posesión de la misma en nombre del rey Carlos III, bautizándola a su vez como Isla de San Carlos en honor al propio monarca. En la documentación elaborada por este marino y su tripulación, aparecen los primeros dibujos conocidos de los moáis así como una información muy detallada descriptiva de los nativos y sus costumbres.

La expedición que partió del puerto de El Callao y estaba compuesta por el navío San Lorenzo, de 70 cañones,  capitaneado por el propio González Ahedo, y por la fragata Santa Rosalía, de 26 cañones y capitaneada por Antonio Domonte y Ortiz de Zúñiga, con una tripulación total de unos 700 hombres, transportando víveres para seis meses.

Según los datos de navegación, tras superar los 280º del meridiano de Tenerife continuaron el viaje manteniéndose en los 27º de latitud sur para finalmente avistar a la isla de Pascua, que ellos identificaron erróneamente con la isla de Davis, ya que aunque llevaban unas 50 cartas marinas de diferentes países, la longitud en la que se situaba dicha isla era muy incierta.
A unas cuantas leguas de la costa, confundieron los moáis con árboles muy gruesos plantados de forma regular y simétrica como formando un paseo. Además, pudieron apreciar que la isla se encontraba cubierta de vegetación, que llegaba hasta el mismo borde del mar dando impresión de ser muy fértil. Aunque Ahedo no lo sabía, esta era la segunda vez que un europeo había visto la Isla de Pascua, ya que como posteriormente averiguaron, había sido encontrada de forma fortuita por Jakob Roggeveen 48 años antes.

La primera señal de que la isla podía estar habitada fueron tres grandes humaredas que distinguieron a distancia de una legua de la costa norte de la isla, a medida que se aproximaban. Poco después, a las 2 de la tarde distinguieron a un numeroso grupo de personas que caminaban apresuradamente sobre una loma próxima a la costa. Al principio, debido al colorido de los vestidos de los indígenas creyeron que podían tratarse de tropas extranjeras, pero al acercarse más pudieron comprobar que eran nativos desarmados.

El primer objetivo fue localizar un fondeadero adecuado para lo que Ahedo ordenó la partida de dos botes, uno de cada buque. El lugar elegido fue una ensenada de la parte noreste de la isla, distaba milla y media de tierra, con treinta y seis brazas de agua bien resguardada del viento y de fondo arenoso, bautizada como Ensenada de González y que se corresponde con la actual Hanga Ho’onu o Bahía de la Tortuga.

La isla divisada estaba habitada, así lo recoge en su diario el piloto Agüera de la fragata Santa Rosalia…

“El jueves 15: a las 5 de la mañana levantamos la capa mareando con toda fuerza de vela del O.NO, con el orizonte nebuloso, el que a las 7 aclaró, y descubrimos tierra por la proa estando realmente satisfechos, desmarqueé la mediana al N.O, continuamos en su demanda. No obstante hallarnos de 8 a 10 leguas de distancia se conoze no ser montuosa., y de mediana altura sin arboledas. La extensión que ocupa en el orozonte es de 45 grados, esto es desde el N.NO hasta O.NO, en cuio intermedio, se distinguía unaensenada con una particular señal en el centro, que eran dos tetas o picachos elevados al resto de la costa; a las 10 estando como a 5 ó 6 leguas de tierra, me demorava lo más septemtrional de la Ysla al N.NO 5 grados NO. A medio día observe el sol en los 27 grados 13 minutos de latitud, hallándome por mi cálculo en los 267-02 de longitud; á esta hora hize demarcación a la punta S de la Ysla y me demorava al O.NO 5 grados O., y la del N. al N 5 grados NO; esta relevazión se hizo como de 3 leguas de la costa, la que reconozimos tener mayor parte de su terreno cubierto de ramazón verde, sobresaliendo una especie de árboles gruesos a imitación de Pirámides en la Playa, y quasi colocados en simetría, los que están así mismo sembrados y esparcidos por la campiña interior, la que nos pareció fértil sin haver observado en toda ella quebrada, derrumbadero, ni pedregal alguno, manifestando diferentes cañadas, y llanuras, estando estas como la superficie de los montes, lomas cubiertas de verde hasta la orilla del mar; indicando lo pingue del Pais.Luego que llegamos a la inmediación de la punta dicha del S. comenzó el Comandante a ceñir el viento barajando la costa para el N. A distancia de una legua de tierra, en la que reconozimos la  ensenada antes mencionada, de la cual nos hicieron grandes humaradas en tres distintos parajes de ella, de la que inferimos estar avitada; pero sin haver podido distinguir persona alguna, ni reconocer población, casa, bugio, ni choza, en la playa, ni en sus inmediaziones. A las 2 de la tarde estando abante en la punta del N. Y como dos millas distante de tierra, descubrimos una cuadrilla de gente, compuesta de 28 individuos que caminavan aceleradamente por encima de la cumbre de una loma alta, en donde se unieron y sentaron manteniéndose de este modo interin pasamos a su vistacuasi a tiro de cañón: reconozimos algunos vestidos de ropajes de poncho ó mantas de colores: a primera vista no crehimos erantropas europeas, pero haviendonos aproximado como a distancia de una milla quedamos satisfechos de ser naturales, todos desarmados y algunos desnudos con penachos en la cabeza”.

A continuación las dos lanchas armadas, municionadas y con los víveres necesarios, bajo el mando del Teniente Cayetano de Lángara la del San Lorenzo y del Teniente de Navío Emeterio de Heceta la de la Santa Rosalía, partieron con hombres armados y provisiones con la misión de circunnavegar la isla y recogiendo todos los datos posibles de interés tanto desde el punto geográfico, ensenadas, caletas, cabos, calidad del terreno como. etnográficos del posible contacto con los nativos.

Tan pronto como los buques quedaron fondeados, dos indígenas se acercaron nadando y fueron ayudados para que subieran a bordo. Los nativos en ningún momento se mostraron recelosos o asustados por la presencia española. Aunque no se pudo comprender su lengua, la estancia de los nativos en los barcos transcurrió dentro de un clima de cordialidad. Como solía hacerse se les regaló ropa, situación que según los diarios de los marinos les produjo gran regocijo y alegría. Al anochecer, los nativos volvieron a nado a la costa, si bien al día siguiente se acercó a las naves un grupo de unos 200 nativos que solicitaban más ropas a los españoles. Los únicos adornos y abalorios que portaban eran collares de conchas y caracoles, y algunos, como signo de autoridad, llevaban penachos de plumas o hierbas secas y casi todos llevaban el cuerpo totalmente pintado y usaban taparrabos.

En cuanto al grupo de hombres que circunnavegaron la isla recibieron la visita de dos canoas, con dos hombres cada una de ellas, que les entregaron diversos víveres, como plátanos y gallinas. Por su parte los españoles les regalaron diversas prendas de ropa, pues parece ser que era lo que más llamaba la atención de los nativos.

González de Ahedo recibió información detallada de todo lo sucedido a las lanchas que circunnavegaron la isla. El piloto Hervé en su diario escribe que le salieron al encuentro dos …canoitas pequeñas con dos hombres a cada una de ellas regalando a los tripulantes de la lancha de la Santa Rosalía … plátanos, camotes, gallinas, y los nuestros les dieron sombreros, chamarretas, etc.; y con esto se fueron gustosos a tierra.

Durante la noche que pasaron en la caleta hoy conocida como Vinapu observaron que los indígenas sacaban tierra de una cueva próxima con la que se pintaban el cuerpo. Allí intercambiaron regalos con un centenar de individuos, y al amanecer se adentraron hacia el interior de la isla guiados por los nativos. Fueron invitados a visitar una gran casa, que quizá fuese un templo, y durante la marcha pudieron observar diversos cultivos de platanares y tierra cultivada de caña dulce, camote, yuca, ñame, calabaza blanca y mates de los que en elCallao sirven para lastrar. También apreciaron que los nativos masticaban una raíz con la que luego se restregaban el cuerpo, que se trataba de cúrcuma longa, para pintarse el cuerpo de amarillo, conocida por todos los pascuenses como púa y utilizada actualmente en las fiestas de la isla.

La casa la describen así: les invitaron a visitar una casa que tenía 27 pasos de largo, de alto en el medio 21/2 varas y 1 1/4 en las cabezas.. y en medio había una puerta del alto de una vara y estaba construida con seis palos de largo de 4 varas y un xeme de ancho.

Algunos nativos usaban mantas parecidas a ponchos confeccionadas con fibras de morera, que los pascuenses llamaban mahute. En cuanto a su aspecto físico los diarios de los expedicionarios recogieron que algunos pascuenses tenían los lóbulos de las orejas muy dilatados con un gran agujero del que pendían aros de diversos tamaños confeccionados con hojas de caña seca.

En las anotaciones del Comandante González se dice que algunos isleños… usan tener muy largas las orejas y abiertas por la loba inferior, colocando en el hueco un aro de hojas de caña seca de varios tamaños….

La mayoría de los pascuenses iban pintados todo el cuerpo y utilizaban un taparrabos, denominado hamí, como única prenda de vestir y también se le vio una especie de mantas, que los españoles confundieron con ponchos confeccionados con fibras de la morera papirífera

En cuanto a la comunicación y aunque los intérpretes de la expedición les hablaron en diferentes lenguas no consiguieron establecer una comunicación verbal fluida con los nativos. A pesar de todo, mediante dibujos y gestos, se elaboró un diccionario rapanui-español, con 88 palabras más los 10 primeros números.

Los nativos vivían en su mayor parte en cuevas naturales o artificiales, si bien los individuos de cierta autoridad vivían en chozas con forma de barca invertida, llamadas por los pascuenses hare vaka. Los expedicionarios estimaron la población en unos 1.000 habitantes, aunque algunos marinos hablaron de unos 3.000. Algo que llamó la atención a los expedicionarios fue el no encontrar personas que aparentasen más de 50 años. Según algunos, los isleños indicaron que los recursos de la isla no permitían mantener a más de 900 habitantes, por lo que una vez alcanzado este número, si nacía un bebé, se mataba al que pasase de 60 años, y si no lo había, se mataba al bebé. Si este dato fuese correcto, explicaría, además del hecho de no encontrar ancianos en la isla, la extrema confianza con la que los nativos se acercaron a los españoles desde el primer momento.
Los recién llegados supieron posteriormente que el holandés Jakob Roggeveen cuando arribó a la isla ordenó disparar contra los nativos que se acercasen matando a al menos una docena. Según las observaciones españolas, es probable que no quedase ningún individuo que hubiese vivido aquella experiencia en 1722.

Por lo que se refiere a la fauna y la flora de la isla, los españoles no quedaron impresionados pues era sencilla y nada exuberante. Tan solo podían apreciarse aves marinas comunes que anidaban en los islotes próximos, gallinas, y algunos ratones. Por otra parte según cuenta uno de los marinos no había árbol de producir una tabla del ancho de 6 pulgadas. El terreno fue descrito como mayormente árido y de vegetación baja.

Los moáis, que durante la aproximación a la isla y en la lejanía habían sido confundidos con árboles gruesos, llamaron poderosamente la atención de los expedicionarios. El piloto de la Santa Rosalía, Francisco Agüera, los describió así:
“ Ydolos que adoran estos Naturales, son de piedra, tan elevados y corpulentos que parecen columnas muy gruesas según después averigué, examiné y tomé su dimensión, son de una pieza”. Agüera dejó descrito que en la parte superior del canasto o «sombrero»del moái, los indígenas habían labrado concavidades en las que depositaban los huesos de los fallecidos, así pues el «sombrero» moái hacía las funciones de osario en la cultura rapanui.

Por otra parte, quedaron maravillados al imaginar la enorme dificultad que habría supuesto el tallar, transportar y emplazar en equilibrio cada uno de los moáis, teniendo en cuenta lo rudimentario de las herramientas de las que disponían los indígenas: el diámetro del canasto es mucho mayor que el de la cabeza en que asienta, y su circunferencia baja, sobresale mucho de la frente de la estatua, causando admiración esta postura sin desplomarse.

Aunque se interesaron vivamente por el tema, los nativos no pudieron dar una explicación del método de construcción de los moáis, y es muy probable que ninguno de ellos lo conociese. Según las mediciones de Agüera, el moái más alto de la isla, actualmente destruido y conocido como moái Paro, medía cincuenta y dos pies, y seis pulgadas de Castilla, incluído el canasto, lo que equivaldría a unos 14,5 metros.

La descripción completa y precisa de un moái dada por el piloto Agüera, tras desembarcar en la ensenada, es la siguiente:
“En la configuración del rostro solo se manifiesta una escabazón tosca para los ojos: las manizes estan medianamente sacadas, y la voca alcanza de una a otra oreja figurando una pequeña mortaja o escabación en la piedra, el cuello tiene alguna similitud; carece de brazos y piernas; prozediendo desde el para avajo en forma de un canto mal desbastado. El diámetro del canasto es mucho amyor que el de la cabeza en que se asienta, y su circunferencia baja,sobresale mucho de la frente de la estatua, causando admiración esta postura sin desplomarse”.

En cuanto al trabajo cartográfico, los equipos enviados inicialmente por Ahedo circunnavegaron la isla con dos lanchas durante 5 días, investigando y cartografiando en detalle y profundidad toda la costa, así como nombrando los accidentes geográficos más relevantes. De todos aquellos nombres, el único que se conserva actualmente en las cartas de navegación es el de Punta Rosalía, en honor de una de las naves de la expedición.

Como colofón el último trabajo cartográfico de la isla, fue ejecutado por un destacamento armado constituido por unos 250 hombres bajo el mando del teniente de navío Alberto Olaondo, que el 20 de noviembre ascendieron por orden de Ahedo al cerro hoy conocido como Ma’unga Pui y bautizado por los españoles como Cerro Olaondo, con la misión de hacer una serie de demarcaciones que tomando como referencia aquel punto dominante facilitara que los planos de la isla fueran completados.
En la cartografía que se hizo de la isla de San Carlos queda situada en los 27º 6′ de latitud sur y en los 109º17’40» de longitud oeste. Se trazaron dos planos, uno de la isla completa y otro de la Ensenada de González, donde habían fondeado el San Lorenzo y la Santa Rosalía. En los mapas se hacen múltiples reseñas relacionadas con los diferentes accidentes geográficos, la vegetación, los nativos y los datos de batimetría obtenidos de los sondeos de la Ensenada de González. Además aparecen los primeros dibujos conocidos de los moáis.

El trabajo del equipo de Ahedo tuvo el fruto de dejar elaborados los primeros planos que se hicieron de la isla de Pascua. Posteriormente, serían utilizados por otros exploradores europeos que visitaron la isla,como James Cook en 1774, o Jean-François de La Pérouse en 1786, quien bautizó la ensenada como Baie des Espagnols en honor a los navegantes españoles.
El 21 de noviembre dejaron la isla y navegaron rumbo oeste, en busca de la isla Nueva o de Luján, sin encontrarla por lo que  decidieron poner de nuevo rumbo a Chile arribando a Chiloé el 14 de diciembre de 1771 desde dónde González de Ahedo envió cartas y documentos a Julián de Arriaga, Secretario de Estado para las Indias y al Virrey Amat informando del éxito de la expedición. Ahedo fue informado por el gobernador de la región, Carlos Berenguer, que el sur  de Chile ya había sido reconocido y no se habían encontrado indicios de presencia de colonos o tropas extranjeros, por lo que Ahedo dio la orden de regresar a El Callao desviándose hacia el oeste y divisando de nuevo la isla de Pascua comprobando así que no había más islas en la zona. Finalmente arribaron al Perú el 29 de marzo de 1771, después de más de cinco meses y medio de navegación por el Pacífico sur. Según los cálculos de los pilotos, la expedición había recorrido en total 4.177 leguas es decir, unos 23.400 kilómetros.

En 1772, González de Ahedo regresó a España continuando en servicio dentro de la Armada y tomando parte en diversas acciones de combate contra Inglaterra durante la Guerra de Independencia Estadounidense, Asimismo fue integrante de la escuadra bajo mando de Luis de Córdoba, tomando parte en el apresamiento del navío inglés Ardent, armado con 74 cañones, y todo el convoy que acompañaba a éste. Una vida fascinante la de este hombre olvidado que sirvió a las órdenes de Blas de Lezo en la defensa de Cartagena de Indias y a las de Luis de Córdoba en el mayor apresamiento de buques ingleses que se conoce, y que  tomó posesión de la Isla de Pascua.

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