En su lecho de muerte el 7 de septiembre de 1741, El gran Blas de Lezo y Olivarrieta tras su heroica actuación en Cartagena de Indias fue abandonado a su suerte por las autoridades y el Rey. Pero a pesar de sus penurias y de la traición sus últimas palabras demuestran su amor a su familia y a España.
“…Me muero, Josefa -dijo exhalando un suspiro-. Muy seguramente el Rey me otorgará el título nobiliario que le he pedido…Pero no te olvides de cobrar mis sueldos…Mira, cómprate un billete de lotería de ésas cuyos números salen marcados en las ranas y los peces… -Y, poco más adelante, continuó -: No ha venido nadie ¿No es cierto? Entiérrame con mi crucifijo de plata, que él me hará compañía… Ah, y con mis patas de palo… Dile a mis hijos que morí como un buen vasco, armado y defendiendo la integridad de España y del Imperio… Gracias por todo lo que me has dado, mujer…. Ah pero te ruego que no me traigas plañideras a que giman y den alaridos sobre mi cadáver…; no lo podría soportar…. –Y luego murmuro casi imperceptiblemente-:¡Fuego!, ¡Fuego…! –Fueron sus últimas palabras, como dando la orden a invisibles cañones de imposibles navíos, y sin que se tuviera certeza de cual imperio defendía…”.
Este párrafo se encuentra en el libro “El día que España derrotó a Inglaterra” del colombiano Pablo Victoria