En los años 30, Luis Buñuel, en una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, presentó como original obra de arte un burro muerto. Al tercer día el animal empezó a descomponerse y a heder pero el público acudía igualmente a contemplarlo. Hoy este tipo de extravagancias ya no son una excepción sino que más bien parecen ser la norma, y la condición de éxito, en muchas exposiciones artísticas. Quizá la única diferencia, respecto a la época de Buñuel, reside en que la capacidad del público actual para escandalizarse está algo más que saturada. Ello lleva a que aquellos que quieren obtener el reconocimiento del público busquen afanosamente motivos de escándalo cada vez más fuertes en sus obras.

Tradicionalmente el artista buscaba un asombro que extasiara al espectador y le llevara a la contemplación de “lo bello”. El artista contemporáneo, sin embargo, pretende sorprender escandalizando y parece que el camino para conseguirlo es generando obras feas, morbosas y transgresoras. Un rápido repaso al pensamiento clásico nos descubriría lo alejado que está el arte actual de lo que muchos pensadores acotaron como arte. En el mundo clásico, el arte se define a través de conceptos como armonía (equilibrio en el que las partes se subordinan al todo); cosmos (orden bello); canon (búsqueda de las leyes del arte para que la obra sea reconocida socialmente); genio en cuanto artesano (dominador de una técnica); luz y esplendor (manifestación de la belleza espiritual); sublimidad (representación material de la belleza divina); eternidad y buen hacer (tanto en los materiales usados como en los contenidos). Por el contrario, el arte de nuestros días ha tomado la senda de una auto-definición basada en: la ausencia de belleza y armonía (las obras de arte ya no han de ser necesariamente bellas); la reducción del arte a la intencionalidad del artista (es obra de arte lo que el artista quiere que sea obra de arte), por tanto, el rechazo del canon; la originalidad como único principio rector (entendiéndose por originalidad la ausencia de principios rectores en el arte) o la autodisolución (concretada en lo efímero de la obra de arte por definición).

Algo ya debía pasar con el arte en el siglo XIX, cuando Hegel afirmó que: “El arte ya no proporciona satisfacción de las necesidades espirituales. El arte ha perdido para nosotros su verdad y su vida”. Mucho más recientemente, Jean Baudrillard, en su obra El complot del arte, parecía escribir el epitafio del arte: “La mayor parte del arte contemporáneo se dedica exactamente a esto: apropiarse de la banalidad, el despojo y la mediocridad como valor y como ideología”. Esta identificación del arte actual con la basura es sorprendente pues, en boca de René Köning, la revolución que inauguró el arte moderno, “fue de hecho una auténtica revolución cultural que barrió con una gran cantidad de basura del pasado”. Barrer basura con basura, curiosa situación de la cual parece que no podemos salir. ¿Qué queda del arte?, podemos preguntarnos, cuando las noticias que nos llegan de él estás simplemente referidas a escándalos mórbidos cada vez más frecuentes.

Javier Barraycoa