La economía social de mercado es el fruto de la posguerra. Cuando se creó, Alemania estaba en ruinas. La era nazi y la Segunda Guerra Mundial destruyeron el país económica y moralmente. Un momento trágico. Y también un momento en el que fue posible pensar de una manera completamente nueva. Se trata, sin duda, de un modelo exitoso de reconstrucción nacional. Interesante…¿no?

El 18 de junio de 1948, los gobiernos militares de ocupación de las tres potencias aliadas que ocupaban el oeste de Alemania promulgaron una nueva ley de reforma monetaria destinada a reemplazar el reichsmark por una nueva moneda: el deutsche mark. El mismo día, el Consejo Económico de Bizonia, dirigido por ERHARD, tomó una decisión que fue duramente criticada por muchos en aquel momento: eliminó la mayoría de los precios máximos (tasados) y otras restricciones económicas, algunas de las cuales databan de 1936. Es verdad que se contemplaron algunas excepciones con ciertas materias primas como el hierro, el acero o el carbón. John Kenneth GALBRAITH, que en ese momento trabajaba para el Departamento de Estado de los Estados Unidos supervisando la política económica alemana, un economista acreditado del mainstream, criticó duramente estas medidas, vaticinando el inminente estancamiento, si no hundimiento, de la economía alemana. Pero GALBRAITH se equivocaba. El impacto de las políticas de liberalización impulsadas por ERHARD fue muy positivo. De la noche a la mañana, se acabó con la escasez, el nuevo marco alemán desplazó al trueque (que se había convertido en una práctica habitual) y el mercado negro se desvaneció. Las medidas económicas promovidas por ERHARD junto con una reforma fiscal que redujo el impuesto sobre la renta en cerca del 30 por ciento dieron un impulso decisivo el crecimiento económico alemán. De hecho, en los primeros seis meses después de la eliminación de los controles, el PIB creció en un 53 por ciento.

En el planteamiento de los padres fundadores de la Unión Europea, K. ADENAUER, A. DE GASPERI, J. MONNET y R. SCHUMAN, el orden de libre competencia no es simplemente un modelo formal de funcionamiento del sistema económico. La libre formación de precios no es un mero mecanismo o automatismo, sino algo mucho más trascendental y humano: una manifestación de la libertad de las personas en sus iniciativas y actividades:

“La esencia de esta economía de mercado radica principalmente en que el proceso económico, es decir, la producción y la distribución de bienes y de ingresos, no está dirigido por una coacción de la autoridad sino, dentro de un marco impuesto por la política económica, por el sistema de la formación libre de los precios y por la fuerza impulsora de la libre competencia en el rendimiento. La libertad, la responsabilidad y la iniciativa privada, tanto al elegir la profesión como en el empleo o en el consumo, son las fuerzas que impulsan a la economía de mercado a conseguir la máxima producción y conducen a un aumento del bienestar de toda la población. Además, estos principios abren a todos, tanto al productor como al consumidor, la posibilidad de aprovechar las oportunidades económicas que se les presentan, y permiten una distribución de los ingresos acorde con los rendimientos. De este modo, la economía de mercado es el orden económico que une la máxima productividad y el aumento del bienestar con la libertad personal” (L. ERHARD, Estado-providencia: seguridad social al precio de la libertad, artículo publicado en la revista “Versicherungswirtschaft” de enero de 1956).

Lo que se conoce como economía social de mercado u ordoliberalismo es el paradigma planteado por la Escuela de Friburgo, que influyó decisivamente en los padres fundadores de la Unión Europea, singularmente a través de la actividad desarrollada por el Ministro de Economía y después Canciller de la República Federal de Alemania, Ludwig ERHARD (1897-1977), y su equipo de colaboradores más cercanos. El éxito rotundo de este planteamiento de la política económica, reflejado en la espectacular recuperación de la economía alemana en la segunda posguerra europea – el denominado “milagro alemán” -, llegó a tal punto que en el Congreso de Godesberg (1959) el Partido Socialdemócrata Alemán (S.P.D.) – y con él la Internacional Socialista – reformuló su propio esquema de política económica en la línea de una interpretación socialista de la economía social de mercado, abandonando definitivamente los modelos colectivistas y adoptando como lema: “competencia en lo posible, planificación en lo necesario”. Con ello quedaba acreditada la transversalidad de este modelo.

Lo que algunos autores como W. RÖPKE (1899-1966) propusieron con la economía social de mercado no era sino una versión renovada de la Sozialpolitik que varias generaciones de economistas y juristas alemanes habían cultivado desde el Congreso de Eisenach (1872). La economía social de mercado surgió como una suerte de mediación intelectual y empírica entre el liberalismo individualista y el socialismo colectivista – Dritten Weg o “tercera vía” -, corolario de la cual sería lo que RÖPKE llamó humanismo económico, es decir, una nueva concepción de la economía sometida a imperativos éticos y jurídicos e integrada en una vasta acción política configuradora de un ordenación económica basada en la libertad. Desde esta perspectiva, el ordoliberalismo supuso una profunda renovación del pensamiento liberal, pues contribuyó a que éste abandonase los tópicos del siglo XIX (paleoliberalismo o laissez faire químicamente puro), poniéndolo en condiciones de afrontar los nuevos desafíos históricos y en particular la necesidad de hallar un nuevo principio ordenador de la economía.

De este modo, se pone de manifiesto que la economía de mercado es social por su propia naturaleza. A pesar de un cierto parentesco intelectual, hay un elemento que marca la diferencia entre este espíritu nuevo de la economía de mercado – en particular de la economía social de mercado – y el pensamiento liberal clásico. Tal elemento diferenciador consiste en que para el primero no sólo es determinante el automatismo técnico del equilibrio en el mercado, sino también una serie de principios intelectuales y morales. Si el orden económico consistiera solamente en el equilibrio entre oferta y demanda, resultante de la libre formación de precios en el mercado, entonces no sería conceptualmente válido para constituir la base de todo un orden social. La escasa comprensión de los neoliberales austríacos no ya únicamente de la política social, sino de la visión humanista del ordoliberalismo se puso de manifiesto, antes incluso de la ruptura en el seno de la Mont Pèlerin Society con ocasión de la Asamblea de Turín (1961), en la condena formulada por von MISES contra las «middle-of-the-road policies», a las que acusaba de constituir una forma suavizada de socialismo – «intervencionism»- que a medio plazo conduciría igualmente al estatismo.

La economía social de mercado entiende el mercado como una realidad social, es decir, como el resultado no de un orden espontáneo sino de un orden regulado que rige la actividad económica, respetado por todos los agentes que en él operan y tutelado por los poderes públicos. No se trata de que el individualismo económico conduzca indirectamente al bien común, sino de que la economía de mercado puede perseguir directamente, si el ordenamiento jurídico la preserva de su propia corrupción, ese mismo bien común.

En este contexto, la regla general de la actividad económica es la libre iniciativa empresarial. Donde el mercado puede proveer a las necesidades sociales, debe ser él quien las atienda y en ningún caso deberá deferirse esta función a otras instancias. Donde no sea posible promover un mercado para atender a esas necesidades, entonces los poderes públicos deberán intervenir, es decir, deberá recabarse la colaboración de toda la sociedad y no de uno u otro agente potencialmente interesado. Lo que no resulta correcto, desde esta perspectiva, es distorsionar el funcionamiento de los mecanismos de mercado con la excusa de atender determinadas necesidades en las que no es posible promover una efectiva concurrencia.

La economía social de mercado parte de la necesaria complementariedad entre lo personal y lo estatal, entre la libertad y el ordenamiento, entre mercado competitivo y regulación político-económica. No entiende estos aspectos de la vida económica como dialécticamente opuestos, sino como sinérgicamente convergentes. Se trata de que cada persona trabaje, produzca y ofrezca servicios en función de las demandas y necesidades sociales, con iniciativa y responsabilidad personal, sin que nadie se lo impida, y recibiendo las contraprestaciones correspondientes a la calidad del propio trabajo; que desarrolle sus iniciativas empresariales y ejerza el derecho de asociación mediante sistemas de cooperación; y al mismo tiempo, que el Estado actúe de acuerdo con sus funciones imprescindibles de complementación subsidiaria, arbitraje y custodia del orden de competencia. Todo ello no sólo es la mejor forma de alcanzar directamente el fin de la justicia social, sino que es parte de esa misma justicia social:

“En consecuencia, hemos de encontrar la regla de oro que determine la relación adecuada entre la actividad económica del Estado y la de los individuos privados. ¿Quién ha de asumir en el futuro la responsabilidad de la política económica?, o planteado con más precisión: ¿dónde están para un gobierno los límites que todavía hacen justicia al espíritu de una economía de mercado? ¿Hemos de mantenernos dentro de esos límites o hemos de llegar hasta el punto de que las decisiones libres de los ciudadanos ya no configuren el desarrollo económico, dentro de sus propios ámbitos – sea como productores o como consumidores, patronos o empleados -? Llegados a tal punto, tan sólo quedará la alternativa de que el Estado someta a su reglamento la vida de los ciudadanos. Esto constituye, por tanto, una nueva especie de economía de planificación central o estatalizada, en la que los hombres, bajo las apariencias externas de una economía de mercado y de sus leyes mecánicas pierden de nuevo su libertad. Debe ser, pues, subrayado siempre de nuevo que la tarea más propia y noble del Estado consiste en crear un marco ordenador, dentro del cual el ciudadano ha de poderse mover libremente. (…). Ciertamente, el legislador puede decretar la obligatoriedad de determinadas formas de conducta, pero en último término no puede suprimir las convicciones del hombre. Vista desde esta perspectiva, la economía de mercado no es tan solo un principio mecánico, sino más bien la expresión de un orden de vida fundamentado en convicciones, en la moralidad, en la libertad y en el Derecho. (…)” (L. ERHARD, El orden político-económico como garantía de la libertad e iniciativa empresarial, contribución en la publicación (Festschrift) en honor de Ludwig von MISES con ocasión de su 90 aniversario, ed. de K. HOHMANN).