Pablo Castellano Cardalliaguet afirma que “El liberalismo consiste en privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”. Privatizar las ganancias significa que los aciertos repercuten sobre quien los genera, mientras que los errores lo hacen sobre toda la sociedad cuando se socializan las pérdidas.
En el sentido económico todos hemos conocido ejemplos de empresas cuyos beneficios han repercutido sobre sus directivos y accionistas, mientras que sus pérdidas han sido asumidas de forma directa o indirecta por el Estado, es decir, por todos nosotros. Probablemente muchos estén pensando en la banca, pero hay muchas más, si no recordemos las copiosas ayudas a las eléctricas o al sector del automóvil, entre otros; de hecho, detrás de la propia existencia de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) se encuentra una forma oculta de socializar las pérdidas de determinadas empresas consideradas como “de interés”. La socialización de las pérdidas, como vemos, es injusta pues, si en las épocas de beneficios son los accionistas y los directivos quienes los reciben, en las épocas de pérdidas deberían de ser esos mismos accionistas y directivos quienes las asuman.
Del mismo modo que en la economía, en la política partitocrática también existen pérdidas y ganancias, entendidas las ganancias como éxitos sociales y aumento en los votos recibidos y las pérdidas como daños a la sociedad, desgaste de un partido, de sus líderes y, finalmente, pérdida de votos. Así, en este caso, hablamos de pérdidas sociales o políticas que, aun no siendo económicas, pueden afectar indirectamente de forma grave a la sociedad y a su economía.
Nuestra clase política reciente ha mostrado una gran habilidad para privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Todos hemos conocido partidos que han obviado a la oposición cuando las cosas les iban aceptablemente bien, pero han buscado la alianza con los demás cuando el barco se hunde, intentando compartir con ellos la responsabilidad del fracaso bajo excusas del tipo de que “hay que tener sentido de estado”, “todos debemos remar en la misma dirección” o “hay que ser leales en asuntos tan graves”. Desde la transición hasta hoy, ha habido muchos intentos de socializar las pérdidas políticas para que no afecten al partido en el poder; así surgieron, entre otros, los pactos de la Moncloa, con los que Suárez intentó minimizar el coste político de la transición para su partido, o los pactos entre el PP, el PSOE y C,s que permitieron aplicar aquel artículo 115 light en Cataluña tras el golpe de estado del 1 de octubre de 2017, repartiendo la responsabilidad del empoderamiento nacionalista y de la debilidad gubernamental entre todos los partidos firmantes porque, si lo miramos bien, todos los presidentes del Gobierno desde la transición habían sido corresponsables de esa situación. Como podemos ver, esa socialización de las pérdidas en materia política a veces se justifica, en cierto modo, por el hecho de que los culpables de lo ocurrido son muchos y de muy diversos colores políticos.
Actualmente España se encuentra inmersa en una pandemia que aquí ha resultado magnificada por un tremendo cúmulo de errores, incoherencias y decisiones absurdas cometidos por los partidos que se encuentran gobernando. Se ha retrasado muchísimo, por intereses de partido, la adopción de medidas de protección, las que se han adoptado eran a veces inadecuadas, se han falseado los datos de afectados y fallecidos, se ha minimizado interesadamente la magnitud de la amenaza, se ha malgastado dinero en materiales sanitarios sin la mínima calidad necesaria y en ayudas para combatir el COVID-19 en Marruecos, se han recortado derechos constitucionales mediante un estado de alarma, se ha utilizado la situación para encubrir reformas ajenas a la situación que vivimos, se ha empleado la fuerza pública para impedir derechos legítimos de ciertos grupos (como la asistencia a misa de los católicos) y no de otros (como el rezo de los musulmanes, custodiados por la fuerza pública), se ha utilizado a los medios de comunicación para dar la apariencia de un ambiente idílico de gente que canta y aplaude en los balcones, ocultando las graves carencias de medios de los homenajeados y se han utilizado todos los resortes del Estado para censurar y acallar las críticas. Todos estos errores se han cometido por decisión exclusiva y unilateral del gobierno. Pero ahora, tras haber tomado el grueso de las decisiones, es cuando Pedro Sánchez, sabedor del desgaste que le van a suponer sus errores, así como de la tremenda crisis económica que se avecina y que va a ser agravada por aquellos, empieza a hablar de pactos con todos los partidos, de sentido de estado, de lealtad y de todas esas cosas que, de nuevo, nos hacen ver que se pretende socializar las pérdidas de esta catástrofe. Cometerían un grave error político los demás partidos si caen en la trampa de ese pacto, pero harían algo mucho más grave: darían la espalda a los ciudadanos ante la enorme pérdida de vidas humanas de la que es responsable el Gobierno.