Campañas sospechosas y escándalos
Las campañas de Greenpeace son un verdadero ejemplo de marketing y rara vez se consigue descubrir lo que se esconde tras ellas. Uno que lo ha intentado es el periodista islandés Magnus Gudmunsson. Su documental Survival in the Hight North (Supervivencia en el alto norte) muestra las dramáticas condiciones de vida de los cazadores de Groenlandia tras las campañas de Greenpeace. Gracias a las presiones de la organización para prohibir la importación de piel de foca en Europa, los pueblos cazadores se han visto sumidos en la miseria, en la dependencia de la Seguridad Social y en la degradación por la bebida. Igualmente ha ocurrido con los inuit (esquimales) canadienses. La imposibilidad de comerciar con la piel de foca, por las presiones de Greenpeace, está llevando a la desintegración social de este pueblo. Hoy por hoy los inuits recogen una de las tasas de suicidios más elevadas del mundo. Gudmunsson fue demandado por Greenpeace Noruega, por difamación. En mayo de 1992 los tribunales dieron la razón a Gudmunsson. A raíz de ello, el presidente de Greenpeace Noruega, Björn Oekern, renunció a su cargo. Además auto-denunció a la organización por sus métodos recaudatorios llegando a denominarla una organización “eco-fascista”. Greenpeace Noruega pasó de tener 15.000 socios a solamente 35. Hoy por hoy la filial está a punto de ser cerrada.
Otro periodista, el danés Leif Blaedel, demostró que una película de propaganda de Greenpeace estaba falseada. La organización ecologista había contratado a individuos para que mataran salvajemente focas y así poder filmar la película-denuncia. Igualmente, la película Goodbye Joey! fue retirada a instancias de los tribunales de Dirranbadi (Australia) ya que se usaron tomas falsas. En este caso Greenpeace había contratado unos cazadores para que maltrataran canguros y así poder realizar la película. En este caso los cazadores fueron multados. Sin embargo, la película se ha exhibido en muchos países de todo el mundo como un reportaje real. Miles de espectadores, totalmente ajenos al fraude, se han emocionado con el reportaje y han simpatizado con la organización ecologista.
Las males artes publicitarias se han convertido en una constante en la historia de la organización. Es conocida la violenta campaña que Greenpeace realizó contra Islandia, a finales de la guerra fría, para que prohibiera el paso por sus aguas de submarinos de la OTAN. El motivo de la campaña era que la radiofrecuencia de los sistemas de comunicación submarina dañaba a las ballenas. Greenpeace inició un espectacular boicot contra Islandia y estuvo a punto de hundir su prestigio internacional. Sin embargo, de la organización ecologista no salió ni un sólo ataque a la Unión Soviética y a sus submarinos, que también frecuentaban las estratégicas aguas islandesas. La propia Unión Soviética, comenzando por Gorbachov, manifestó un sospechoso interés por la ecología (teniendo en cuenta que la URSS fue uno de los países más contaminantes del planeta). Los ataques de los grupos ecologistas contra los países capitalistas, favorecían sus intereses políticos. Tras la caída del muro de Berlín se han podido conocer la financiación de la URSS a varios partidos ecologistas, especialmente al Partido Verde Alemán.
Otro país que Greenpeace tiene en el punto de mira es Argentina. Recientemente la organización ha promovido una campaña denunciando que el glaciar Upsala está desapareciendo por culpa del «calentamiento» del planeta. Dicho fenómeno, en realidad, ya había sido detectado, y controlado, por los científicos del World Monitoring Service, y no por Greenpeace. El fenómeno del Upsala se debe a causas dinámicas y no a un derretimiento por sobrecalentamiento. De hecho, cualquier geólogo sabe que los glaciares se descongelan principalmente por presiones geólogicas y no por calentamiento. La prueba más evidente es que en la zona de los Campos de los hielos, donde se encuentra el Upsala, otros glaciares como el Perito Moreno se mantienen estables. O, más sorprendente, en la zona chilena, el glaciar Pío XI va aumentando de tamaño. Sin embargo, Greenpeace nunca ha citado estos datos en sus informes.
Otra campaña sonada fue la iniciada contra el biólogo marino Richard Lambersten de la Universidad de Florida, en 1986. Lambersten realizaba investigaciones con tejidos de ballenas. Greenpeace consideró que sus investigaciones no eran científicas y estaban al servicio de los balleneros. Se inició así un cruel acoso contra el biólogo. Por fin, la organización ecologista consiguió que la Universidad de Florida despidiera al científico. En realidad Lamberten sólo realizaba investigaciones para identificar las enfermedades de las ballenas y descubrir posibles curas. La organización nunca ha querido reconocer algo tan sencillo como que hay que pescar ballenas para poder salvarlas.
En el año 2004 estalló en América otro escándalo. Greenpeace había iniciado una campaña en 2002 para salvar al jaguar, el felino más grande de América. Consiguió recaudar cientos de miles de dólares para este proyecto. Se proyectó atrapar a los animales y colocarles un dispositivo para controlarlos por satélite. A los donantes norteamericanos se les ofrecía la posibilidad de conferir su nombre al felino que fuera “salvado”. Al cabo de dos años todavía no se había cazado ningún jaguar, entre otras cosas porque en la zona en que se buscaban nunca habían habitado estos felinos. Milagrosamente, en el 2004, se comunicó a los impacientes donantes que por fin se había cazado uno y se le había colocado el dispositivo. Los donantes ya podían seguir las andanzas selváticas del felino desde el ordenador de su casa a través del satélite. Pero pronto se descubrió el engaño. Un vaquero de la zona denunció que Greenpeace le había prometido mil dólares al mes si “paseaba” a caballo el dispositivo. Así el satélite podía detectar los movimientos. Unos meses antes el localizador había sido colocado en un ternero que, por cierto, no se movía mucho y causaba desilusión entre los apasionados donantes. Por eso había recurrido al vaquero. Éste denunciaba el caso simplemente porque Greenpeace -al cabo de ocho meses- aún no le había pagado un solo dólar.