Por el Prof. Javier Barraycoa
La “Guerra civil verde”
Que nadie piense que el ecologismo es un movimiento compacto. Como en las buenas familias, al ecologismo le han salido ovejas negras que han sido convenientemente silenciadas. El control de un ecologismo “ortodoxo” ha sido férreo y la disidencia relegada al ostracismo. Dos casos son dignos de mención. Por un lado el del famoso ecologista James Lovelock, autor de La teoría Gaia, Las eras de Gaia y Gaia una nueva mirada a la vida de la Tierra. Tras haber conseguido varios doctorados honoris causa por diversas Universidades y prestigio mundial, ahora ha caído en el olvido. Su pecado ha sido argumentar que la energía más limpia y que puede contribuir mejor a la conservación del Planeta es la energía nuclear. Actualmente está afiliado a la asociación internacional con sede en Francia: Ecologistas en Pro de la Energía Nuclear. No ha sido el único. Patrick Moore, cofundador de Greenpeace, abandonó la organización tras abrazar la solución de la energía nuclear. Además, Patrick Moore -para gran escándalo de los viejos compañeros de filas- se ha posicionado a favor de los cultivos genéticamente modificados, como una de las mejores soluciones contra la desnutrición. Otro de los medioambientalistas más reconocidos mundialmente, Bruno Comby, ha escrito Environmentalists for Nuclear Energy, un alegato a favor de la energía nuclear.
Otro caso lo encontramos en Bjorn Lomborg, autor de El ecologista escéptico. Este antiguo militante de Greenpeace, y profesor universitario, se dispuso a consolidar científicamente las tesis del ecologismo radical. Tras varios años de riguroso estudio, comprobó que la mayoría de tesis defendidas no soportaban la demostración científica. El fruto de este estudio es la obra que hemos señalado. Quizá algún día sea un libro fundamental para repensar el ecologismo. Otra de las obras “heréticas” para el movimiento ecologista es Estado de miedo de Michael Crichton. El campo de discusión es el calentamiento global. Crichton aporta argumentos científicos para negar el fenómeno. Pero lo más interesante es la denuncia que realiza de la revista Science y su entrega a la corrección política. Ningún articulista puede publicar en esa revista si niega el calentamiento global. Por eso, muchos de los que alientan la teoría del calentamiento global son profesores retirados que ya no tienen que someterse a la estricta censura de la corrección política.
Durante decenios los movimientos ecologistas reclamaron nuevas energías renovables. La solución ideal pasaba por desarrollar la energía eólica. Las campañas y presiones se multiplicaron hasta conseguir que las grandes eléctricas y los Estados iniciaran una política energética “verde”. En Estados Unidos aparecieron campos como el de Alton Pass (California) con unas cinco mil turbinas eólicas. Cuando el sueño ecológico estaba a punto de cumplirse, se desencadenó la guerra civil. El Centro de Diversidad Biológica demandó a la compañía eléctrica por “haber matado decenas de miles de aves”. Las aspas de las turbinas serían las causantes de la masacre. Cuando las empresas fabricaron turbinas más grandes, que dejaban más espacio ente las aspas, entonces se quejaron de que estropeaban el paisaje. Los miembros de la familia Kennedy, siendo señaladamanete ecologistas, se han destacado por su oposición a la energía eólica bajo argumento estético. En las montañas de West Virginia, el argumento que esgrimieron los grupos ecologistas disidentes era que las aspas mataban a los murciélagos. Ante las demandas, los abogados de la empresa aducieron que no se podía olvidar que los murciélagos poseen un buen sistema de “sónar”. Era imposible pensar que los murciélagos no pudieran detectar las grandes torres eólicas. Sea como sea, el mundo de la ecología nos seguirá sorprendiendo por su capacidad de disconformidad perenne.