EDITORIAL

 

Desde luego la tragedia de muertes que está dejando la epidemia y la crisis económica que se está desencadenando por la paralización de la actividad constituye una encrucijada histórica decisiva para el pueblo español, amenazado además por una tiranía totalitaria en ciernes, que está dando ya sus primeros pasos con decisión. La dialéctica espartaquista de quienes en este momento desgobiernan la nación habla de aprovechar el momento. Nosotros, en cambio, pensamos que esta catástrofe puede servir, eso sí, como revulsivo, como medio para que despierte y se haga activamente presente en la vida nacional la parte más sana de nuestro pueblo. Todo esto es algo que puede servir como apercibimiento de que como pueblo no vamos por buen camino.

El sistema político que se puso en marcha hace 40 años hace aguas por todas partes. Las instituciones no son auténticamente representativas. Se han convertido en el privilegio de unos pocos, que sin embargo acaban pesando demasiado sobre el resto de la sociedad que se ve condenada a mantenerlos de por vida, ¡y vaya vida que se pegan, por cierto! La calamidad que sufrimos, al mismo tiempo, está siendo indisimuladamente aprovechada por los revolucionarios marxistas radicales que se han apoderado de los resortes del poder para reforzar, consolidar y completar su dominio totalitario sobre toda la sociedad.

Al mismo tiempo, vivimos un momento histórico, para ‘hacer Patria’, en el buen sentido de esta expresión. Para reconstruir la Patria. Es la sociedad civil la que está despertando, dando la cara en este momento de peligro, frente a la actitud bochornosa de las sedicentes autoridades. Ejército, sanitarios, vecinos, voluntarios, gente ‘no partisana’, ajena en principio a los esquemas ideológicos impostados desde el poder político, mediático y mundialista, son quienes de hecho están socorriendo a los enfermos y a las personas más vulnerables.

Desde esa misma sociedad civil, a través de un nutrido tejido asociativo, hay que generar alternativas para la reconstrucción de la comunidad nacional, en sus diversos ámbitos y agrupaciones intermedias de base social, respetando y tutelando sus fueros o espacios de libertades sociales propios, de modo que el Estado destinado a regir los destinos de la comunidad nacional responda a un anhelo efectivo de unidad y se fundamente en cimientos sociales sólidos, firmes, de abajo a arriba y no a la inversa.

En cuanto a la iniciativa de una ley que defina un nuevo marco para la actividad económica en España, nos parece no sólo interesante, sino desde luego muy oportuna y necesaria. Es difícil pronunciarse incondicionalmente a favor de un modelo económico. En todo caso, partimos de que la actividad económica debe estar regulada conforme a un orden de justica, a través de un marco jurídico apropiado. La economía de mercado no es un orden espontáneo, sino que su vigencia efectiva, y el ejercicio pacífico de los derechos y libertades que de ella se derivan dependen esencialmente de un marco jurídico cuya vigencia efectiva se haga respetar por parte de los poderes públicos. En la coyuntura que estamos viviendo, pensamos que es nuestro deber oponernos con igual energía tanto al intento de someter a la nación al régimen socialista de planificación central muñido por la nueva ‘nomenklatura morada’, como a la tiranía omnímoda de ese neocapitalismo global que no respeta ley ni Estado alguno. Entre los posibles puntos de partida proponemos uno muy unido al pensamiento de los auténticos padres fundadores de Europa: la economía social de mercado. Partiendo de este esquema, en su formulación primigenia, no en las sucesivas deformaciones y mixtificaciones que sucesivamente ha sufrido, pensamos que podemos construir un modelo económico acorde con la dignidad de la persona y de la nación española a la altura del siglo XXI