El nacionalismo catalán lleva desde finales del siglo XIX —con excepción hecha de los años de gobierno de Franco— condicionando la vida política española, hasta tal punto que hoy en día el separatista Puigdemont, con sus míseros siete votos en el Parlamento, tiene cogido por los colgantes al felón de Pedro Sánchez. Pero, antes de definirse explícitamente como nacionalismo, se conocía simplemente como catalanismo, con sus diferencias y sus matices, obviamente. Digamos que este último fue el antecedente del otro.

En el libro que reseñamos —publicado por la editorial Almuzara—, Javier Barraycoa, doctor en Filosofía y profesor universitario de Sociología y Ciencias Políticas, carlista y militante activo contra el secesionismo, bucea en los orígenes del catalanismo presentando una tesis original sobre los mismos, al tiempo que desmonta algunos mitos, en especial uno: el que presenta al nacionalismo catalán como un hijo del carlismo o su evolución lógica.

Nada más lejos de la realidad. Aun reconociendo que, efectivamente, hubo carlistas que acabaron engrosando las filas del catalanismo, Barraycoa demuestra —sí, demuestra— que no sólo no existe tal filiación, sino que ambos, carlismo y catalanismo, fueron rivales políticos, más allá de alguna colaboración puntual. Pero la cosa no queda ahí. El autor defiende —en la que es la tesis principal del libro— que el catalanismo/nacionalismo catalán incipiente cuenta con el apoyo de Madrid, en un intento de debilitar al carlismo y afianzar el Régimen de la Restauración. O sea, que fueron los gobiernos liberales los que dieron alas al catalanismo con la idea de que los católicos se alejaran del tradicionalismo y abrazaran, en mayor o menor medida, el liberalismo, y lo hicieron con la colaboración inestimable de una parte importante de la jerarquía eclesiástica catalana. Tiempo después, con el catalanismo ya consolidado, éste se les acabaría tornando en contra.

Barraycoa muestra con acierto cómo, a parte de este apoyo interesado de los liberales capitalinos, el catalanismo contó con un clima político y filosófico internacional favorable a su crecimiento, además de producirse la pérdida de los territorios de ultramar en el conocido como Desastre del 98, momento en que se produce su salto cualitativo definitivo. El profesor defiende también que la supuesta divergencia entre las corrientes liberal-republicana y conservadora del catalanismo no es tal, sino que, en realidad, ambas son hijas del liberalismo, asumido éste en mayor o menor grado por sus principales teóricos. Es esta una verdad incuestionable.

Por el libro pululan personajes de sobra conocidos como Prat de la Riba, Rovira i Virgili o Torras i Bages y otros menos conocidos pero con vidas paradigmáticas que nos muestran las idas y venidas políticas de muchos personajes de la época, dando consistencia a la argumentación que aleja al carlismo del catalanismo. Se arroja luz también sobre el papel fundamental que jugaron los prelados de Cataluña afectos a la Restauración, que ejercieron como peones del Régimen al menos hasta que éste se alarmó por determinadas reivindicaciones catalanistas. La relación entre el catolicismo y el catalanismo, además, recorre las páginas del libro de principio a fin, pues es vital para conocer la génesis y el desarrollo del catalanismo.

El libro es sólido, está muy bien argumentado y tiene profusión de datos y citas que ayudan a darle consistencia sin llegar a hacerse pesado. El lenguaje es claro, es una obra de fácil lectura. Un libro imprescindible para quienes quieran tener una visión más amplia de nuestra realidad política —también de la actual—, pues muestra realidades complejas e intereses cruzados que muchas veces quedan opacados al ciudadano de a pie. Es, sin duda, un libro que hay que leer.

 

Lo Rondinaire

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