Las clases de cultura marroquí; una forma encubierta de enseñar religión Islámica.

 

El gobierno progresista de España y Marruecos han convenido, en el marco siempre sinuoso de sus acuerdos bilaterales, desplegar paulatinamente el denominado Programa de Lengua Árabe y Cultura Marroquí (PLACM), financiado por el reino de Mohamed VI, según se constata en los documentos oficiales del Ministerio español de Educación.

Lo inquietante reside, sin embargo, en la opacidad de ciertos detalles: en primer lugar, no es la administración española quien designa a los docentes, ignorándose así tanto la formación académica como la filiación ideológica de quienes tienen la delicada tarea de impartir dicha asignatura.

Esta potestad, tan sensible como crucial, queda reservada en exclusiva al ejecutivo marroquí. Y debemos recordar que Mohamed VI es un dictador.

No es posible avanzar sin detenernos en una segunda reflexión: en los territorios árabes la religión no se circunscribe al ámbito privado, como sucede en la Europa secularizada, sino que impregna cada fibra del cuerpo social y político, configurando así auténticas teocracias en las que lo espiritual y lo terrenal se funden indisolublemente. Cualquier conducta ritual, o forma de relacionarse está relacionado siempre con la religión musulmana.

El tercer punto lo explicaré con ejemplo: un vecino en Rabat va a rezar los viernes porque si no va, y si no tiene una buena excusa de por qué no ha ido, se podrá meter en un buen lío por el qué dirán. De igual manera, un joven me decía que, aunque no hace el Ramadán رمضان no puede fumar un cigarro durante el ayuno, y que tuvo que obligar a su hermana a ponerse el pañuelo para que los vecinos no le criticaran todo el día.

Según un dicho egipcio. La cultura es la religión y la religión es la cultura…

Con esto quiero explicar que, otra característica de la religión musulmana es la enorme presión que ejerce sobre sus súbditos como acabamos de exponer, en este caso, la presión la ejercerán los propios profesores marroquís desde los colegios públicos españoles.

Es precisamente en esta amalgama donde reside la sutileza de esta propuesta educativa de nuestros vecinos. Cuando en el contexto musulmán se enuncia la palabra «cultura» ثقافة , casi siempre se susurra entre sus líneas el eco inevitable de la religión islámica. Allí todo es religión.

Más aún, emerge el espectro de la Taqiyya, esa antigua estrategia del disimulo, tan profundamente arraigada en ciertas prácticas del mundo musulmán, en virtud de la cual se disfraza la enseñanza religiosa bajo ropajes culturales más aceptables ante ojos occidentales.

La implantación de este programa en suelo español no parece en nada inocente ni fortuita. Antes bien, constituye una maniobra estratégica en un tablero mayor que algunos identifican, quizá de manera dramática, como la progresiva islamización europea.
Así, se procura presentar a las jóvenes generaciones españolas la religión islámica revestida de inocua «cultura marroquí». Insisto en subrayarlo: en la médula misma de Marruecos, todo lo cultural es eminentemente religioso, cualquier estudioso de la «cultura árabe» sabe que no hay cultura sin religión, pero en el caso del Islam, cobra su máxima expresión, no hay división alguna entre iglesia y estado como aquí en europa.

Las familias no deben ser ingenuas con la formación de sus hijos, deben saber que la enseñanza del catolicismo se desvanece paulatinamente de las aulas, irónicamente, la instrucción en la fe musulmana se abre paso como un torrente con su alta demografía y con esta nueva iniciativa, una coartada bajo el epígrafe «de cultura» que no lo es.

Nos debemos preguntar por el concepto diplomático de la «reciprocidad» con Marruecos, ¿enseñarían en sus escuelas, cultura y tradiciones españolas, impartido por profesores españoles o sacerdotes? La respuesta sería claramente que no. Lo mismo ocurre con casi todo, un español jamás se podría nacionalizar como marroquí porque está prohibido, salvo que su padre sea marroquí. Pero un marroquí obtiene muy fácilmente el pasaporte y nacionalidad española con todos sus beneficios.

Otro aspecto digno de profunda consideración es la decisión de enseñar árabe clásico en lugar del dialecto marroquí cotidiano amazigh más conocido como دارجة . No se trata de un detalle menor; el árabe clásico es la lengua sagrada del Corán, un idioma venerado y ritual, mas no un vehículo práctico para la comunicación cotidiana. Dicho de forma clara, el árabe clásico es una lengua muerta, no se habla, no sirve en la práctica, sería como estudiar latín para que te entiendan en Alemania.
La elección, por ende, resulta muy esclarecedora: no es el diálogo diario ni la «cultura» lo que interesa fomentar al reino Alauí, sino la aproximación al texto religioso y a las prácticas espirituales islámicas.

En definitiva, bajo la delicada envoltura de la «cultura marroquí», palpita silenciosamente el alma misma del islam.

 

Omar Al Sharif

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