Muy lejos de la sociedad puerilizada, y por lo tanto perpetuamente cachonda, que nos ha tocado en suerte, las cosas de la sexualidad fueron tabú en Europa hasta tiempos sorprendentemente recientes. Por ejemplo, Stefan Zweig contó en sus extraordinarias memorias que la sociedad austriaca de las primeras décadas del siglo XX mantenía el sexo en secreto, como asunto vergonzante, sobre todo para que las mujeres no supieran nada de ello. En el capítulo titulado Eros Matutinus contó una sabrosa anécdota al respecto:
«Una muchacha de buena familia no debía tener ni la más mínima idea de cómo estaba formado el cuerpo de un hombre, no debía saber cómo vienen al mundo los niños, y todo porque la angelita tenía que llegar al matrimonio no sólo con el cuerpo intacto, sino también con el espíritu puro. Decir de una chica que estaba bien educada equivalía en aquellos tiempos a decir que ignoraba la vida; y algunas mujeres de aquella época vivieron toda su vida sumidas en la ignorancia. Todavía hoy me divierte la historia grotesca de una tía mía que, en su noche de bodas, irrumpió en casa de sus padres a la una de la madrugada proclamando que no quería volver a ver al horrible monstruo con el que se había casado porque era un loco y un demonio ya que había intentado desnudarla. A duras penas había podido escapar de tan perversas intenciones».
Por aquellos mismos años inaugurales del nuevo siglo mi entonces adolescente abuela pasó por un mal trago cuando descubrió horrorizada que sangraba por la vagina. Como le sucedió varias veces, se convenció de que tenía algo malo y que moriría en breve. Por supuesto, no se le ocurrió comentarlo con nadie ni acudir a un médico por la vergüenza que le daba que el órgano afectado fuera precisamente ése. Hasta que una compañera del colegio, más informada, le explicó que aquello se llamaba menstruación. Y en algunos colegios religiosos de la España de los años treinta y cuarenta las niñas debían ducharse con el camisón puesto porque hacerlo desnudas se consideraba pecaminoso. El antedicho capítulo Eros Matutinus, por cierto, fue significativamente extirpado de las ediciones españolas de la obra de Zweig en los años cincuenta. ¡Cuánto mal hizo la iglesia con estas bobadas a la sociedad española y a la reputación póstuma del gobernante que la había salvado del exterminio!
Gracias a Dios estos frenesíes sexófobos pasaron a mejor vida y hoy nos provocan estupefacción. Pero sobre nuestros días ha caído la desgracia de que el sexo sigue siendo materia de obsesiones para esos frenéticos que, lamentablemente, parece que no desaparecerán mientras siga habiendo vida humana, si bien ahora han cambiado de naturaleza.
Los asuntos entrepierniles, que hasta hace poco interesaban solamente a los propietarios de cada entrepierna, ocupan hoy el centro de la atención política. Cuanto más desquiciados, más oportunidades tienen de aparecer en los titulares, de ser tratados en sesudos debates, de ser celebrados y homenajeados, de recibir subvenciones y de ser impuestos a todo el mundo sin límite de edad.
Uno de los ejemplos más desasosegantes es el cauto pero constante avance hacia la aceptación social de la pederastia, paso previo a su legalización. Salvo imprevisible cambio de rumbo, no tardaremos muchos años en verlo. La preparación del terreno puede observarse en muchos ámbitos, desde el más alto al más bajo. Respecto a las alturas, no hay más que tomar nota de las recomendaciones de educación sexual emanadas de la Organización Mundial de la Salud y la Unicef. En su documento «Estándares de Educación sexual. Marco de trabajo para políticos, autoridades educativas y sanitarias y especialistas», de 2010, se recomienda aportar información sobre la masturbación a los niños de cero a seis años. Desde los seis hasta los nueve, a los asuntos masturbatorios hay que añadir información sobre la eyaculación, el sexo en los medios de comunicación e internet y las relaciones sexuales con penetración. Y entre los nueve y los doce, toca informar sobre la primera experiencia sexual y — no podía faltar — sobre las diferencias entre la identidad de género y el sexo biológico. Todo esto forma parte de la Agenda de Educación 2030, ésa que para el Partido Popular es el evangelio.
Entre esto y otras muchas iniciativas destructoras promovidas desde hace décadas, como las relativas al aborto y la sustitución de poblaciones, es urgente comenzar a comprender que la ONU es la mayor organización criminal del mundo. Y que nuestros frenéticos oclócratas son a la vez culpables y víctimas de su propia inmadurez.