EL PSOE, AYER
El siglo XIX español fue cualquier cosa menos tranquilo. Las ideas de la Revolución Francesa entraron en nuestro país cuando el vecino tuvo a bien invadirnos y también, es sabido, de la mano de algunos, muchos o pocos, españoles, los llamados afrancesados. Así, pasada nuestra gloriosa Guerra de Independencia, el antagonismo entre la España tradicional y la mentalidad revolucionaria importada del otro lado de los Pirineos hubo de aflorar y se produjo la colisión. No podía ser de otro modo: no eran meras divergencias políticas, sino dos cosmovisiones opuestas y, por tanto, destinadas a enfrentarse. La Guerra Realista de 1820 a 1823, la de los agraviados o malcontents de 1827 y las Guerras Carlistas no fueron otra cosa que el choque entre dos formas de entender el hombre y el mundo en que vivimos. A la sazón, los liberales también estaban enfrentados entre ellos, divididos como estaban entre moderados y progresistas; podríamos decir que más o menos como ahora el PSOE y el PP.
Así las cosas, en 1879 Pablo Iglesias Posse fundó en Madrid el Partido Socialista Obrero Español. Esta organización fue, desde sus inicios, profundamente revolucionaria, tanto ideológica como metodológicamente, dispuesta a llegar al poder utilizando la violencia en caso de ser necesario. Su mismo fundador, el señor Iglesias, amenazó en el Congreso en 1910 con llegar al «atentado personal» antes que permitir la vuelta a la presidencia del conservador Antonio Maura. Los socialistas y «su» sindicato, la UGT, apoyaron y fomentaron, por supuesto, la huelga revolucionaria de 19171 impulsada por los acontecimientos de Rusia, con la caída del Zar, en connivencia con los anarquistas. Los miembros del comité socialista de Madrid fueron detenidos, entre ellos Besteiro y el infame Largo Caballero, el Lenin español. En 1923, en medio de un periodo de caos intolerable, se sublevó contra el gobierno el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera. Recibió el apoyo del rey y ¿saben de quién más? Del PSOE, por supuesto, y de los nacionalistas catalanes. De la mano del militar, los socialistas prácticamente anularon al Partido Comunista de España, escindido del propio PSOE, y la UGT se convirtió en el sindicato absolutamente dominante, pues la Dictadura persiguió al sindicalismo anarquista.
En enero de 1930 se produjo el Pacto de San Sebastián, en el que distintas fuerzas republicanas acordaron una estrategia para hacer caer al rey y proclamar la república. Aunque el PSOE como tal no estuvo en esa reunión —sí que estuvo, a título personal, el socialista Indalecio Prieto—, obviamente sí que se sumó al Pacto, si bien unos meses después. Ya durante la II República, se produjo uno de los hechos que mejor definen la concepción del poder del PSOE, a saber: que sólo la izquierda está legitimada para ostentarlo. La victoria en las elecciones de 1933 de la CEDA (derecha) y de Lerroux no sentó nada bien a los socialistas, que se pusieron manos a la obra para hacer caer al gobierno mediante una revolución que finalmente estalló en 1934, sobre todo, en Asturias, y en menor medida en Cataluña de la mano de ERC. Según las fuentes, los muertos van de pasado el millar a pasados los cuatro mil. Tanto da para la cuestión aquí tratada. La cuestión es que fue un intento de golpe en toda regla y, para más inri, contra la propia República que los socialistas de hoy con tanto entusiasmo hacen suya. Al mando del PSOE estaba por entonces el revolucionario Francisco Largo Caballero. A su vez, se rebeló también la Generalitat de Cataluña encabeza por Lluís Companys (ERC), el cual proclamó «el Estado catalán dentro de la República Federal Española». El invento duró diez horas —poco, pero bastante más que los ocho segundos de república puigdemontiana– y dejó cuarenta y seis muertos y más de un centenar de heridos.
Ya en 1936, instituido el Frente Popular, el PSOE fue también responsable del robo electoral. Lo que viene siendo un pucherazo de toda la vida, vamos. Realmente sólo un alma cándida o un absoluto ignorante puede creerse el cuento de que la II República era realmente una democracia. El PSOE, diríamos incluso que las izquierdas en general, no consentirían jamás un gobierno derechista. Lo dejó bastante claro Largo Caballero: «Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos2».
Y, una vez en el gobierno, ¿qué fue lo primero que hizo el Frente Popular? Conceder la amnistía a los condenados por la Revolución de 1934, faltaría más. Entre ellos, evidentemente, Lluís Companys. Sí, el mismo que ordenó fusilar a los que en julio de 1936 se alzaron contra la II República en Cataluña. Él no tuvo piedad. El clima social y político de la España de entonces era muy, muy tenso3, y la cosa, obviamente, no acabaría bien. El 13 de julio de 1936 miembros de La Motorizada, una suerte de grupo armado que escoltaba a Indalecio Prieto, asesinaron al líder de la oposición, José Calvo Sotelo. Y el azar quiso que se escapara de una muerte segura el dirigente de la CEDA José María Gil Robles, a quien también trataron de asesinar. Y de ahí, ya lo saben, a la Guerra Civil.
No es la idea de este escrito sostener que el PSOE fuera el único partido u organización política violenta de esa época, ni mucho menos, pero sí dejar claro que la idea que intentan vendernos los socialistas de hoy en día, según la cual el PSOE ha sido siempre un partido demócrata y pacífico son una enorme falsedad, como también es absolutamente falsa la supuesta democracia de la II República. ¡Pero si fueron los mismos socialistas los que se alzaron contra ella! El PSOE fue, desde el principio, un partido dispuesto a utilizar la violencia revolucionaria para hacerse con el poder e imponer su modelo de sociedad. Así lo defendió, como en tantas ocasiones, Largo Caballero, como por ejemplo en este discurso ante las juventudes del PSOE: «Aprovecho la circunstancia de estar representados aquí los delegados de las Juventudes Socialistas para decir que yo, que mantengo el criterio de que hay que apoderarse del Poder político revolucionariamente, y que es tonto hacerse la ilusión de que vamos a poder adueñarnos de él de otra forma, tengo que manifestar que la revolución no se hace con gritos de viva el Socialismo, viva el comunismo y viva el anarquismo. Se hace violentamente, luchando en la calle con el enemigo. Y éste no sale dando gritos, sino que cuando lucha lo hace preparado para ello. Cuando llegue este momento habrá que afrontar la lucha decisivamente (…)». O como defendió en otro discurso, esta vez en Don Benito, en noviembre de 1933: «Tardaremos más o menos, pero no ocultamos que vamos hacia la revolución social. ¿Cómo? (Una voz del público: Como en Rusia). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacia la revolución social. Y yo digo que la burguesía no aceptará una expropiación legal. Habrá que expropiarla por la violencia. ¿Cómo vamos a esperar de una clase burguesa que se opone a unas simples leyes sociales que vaya a consentir que se la expropie? Mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas, habrá que obtenerlo por la violencia4».
Y Punto.
Lo Rondinaire
- A este respecto, se recomienda la obra ‘1917. El Estado catalán y el soviet español’, de Roberto Villa García. Ed. Planeta. ↩
- Alicante, 27 de enero de 1936. ↩
- «Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio último un resumen numérico arroja los siguientes datos: iglesias totalmente destruidas, 160; asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos e intentos de asalto, 251; muertos, 269; heridos de diferente gravedad, 1.287; agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215; atracos consumados, 138; tentativas de atracos, 23; centros políticos y particulares destrozados, 69; ídem asaltados, 312; huelgas generales, 113; huelgas parciales, 228; periódicos totalmente destruidos, 10; asaltos a periódicos e intentos de asaltos y destrozos, 33; bombas y petardos que estallan, 146; recogidos sin estallar, 78».
José María Gil Robles (CEDA), 16 de junio de 1936. ↩
- El Socialista, 9 de noviembre de 1933, pág. 6. ↩