En diciembre del año 2018, un agente de la Guardia Urbana de Barcelona disparó a una perra que, según su versión —el dueño defiende una versión contraria—, se le abalanzó cuando su compañero y él mismo trataban de identificar al dueño del animal. La perra murió y provocó la ira de los animalistas. En una concentración de protesta ante el Ayuntamiento de Barcelona, los miembros de la Guardia Urbana tuvieron que refugiarse en el interior del edificio tras el lanzamiento de objetos por parte de un grupo de asistentes. Hace sólo unos meses, el agente estaba pendiente de ir a juicio acusado de maltrato animal, que podría acarrearle inhabilitación y hasta dieciocho meses de cárcel, si bien, según se parece, la causa está ahora en el servicio de mediación, buscando lograr un acuerdo entre el agente y el dueño de la perra.

Hace unos días se produjo en Granadilla (Tenerife) un hecho parecido. Más grave aún, pues aquí sí que no cabe lugar a duda: en el transcurso de una detención, los perros del detenido atacaron a los agentes de policía que, en defensa propia, dispararon a los animales. Quien quiera puede verlo aquí. Mientras se producían los hechos, unos vecinos increpaban a los agentes al grito de «asesinos» e «hijos de puta», entre otras lindezas. Los perros no resultaron muertos, aunque sí heridos, al igual que tres agentes de policía. El partido animalista PACMA trata el asunto en su página web. No se lo pierdan porque no tiene desperdicio. Su portavoz sostiene que, aunque entiende la situación de los policías, «no son las formas». Mantiene que deben elaborarse protocolos de actuación para la policía ante situaciones como esta, de modo que puedan abordarse con sentido común «y no a tiros», añadiendo que hacen falta elementos de control no letales para los animales. O sea, que lo prioritario, según parece, no es la seguridad de las personas sino la de los perros. Ver para creer.

Este es el problema de fondo, y no los animales. Ellos no son el problema. Es una cuestión antropológica, de concepción del ser humano. Lo que es inconcebible es que se ponga a los animales a la misma altura —cuando menos— que las personas, que es justamente lo que hacen los animalistas. Para muestra un botón: la ley recientemente aprobada por el Gobierno de protección a los animales, a los cuales otorga derechos. ¿Pero cómo va a tener derechos un animal si no tiene obligaciones? ¿Cómo va a tener derechos un animal si no sabe lo que son los derechos y no puede ejercerlos? En todo caso será obligación del dueño, si lo hubiere, o de las personas, tratar a los animales adecuadamente, procurándoles atención y lo necesario para su cuidado en el caso de los animales domésticos.

Cualquiera que lea esto puede pensar que quien les escribe es un desalmado insensible al sufrimiento de los animales. Nada más lejos de la realidad. Un servidor es amante de la naturaleza y de los animales, ha tenido mascotas y siempre han estado más que bien cuidadas, pero sin perder de vista que un perro, por poner un ejemplo, no es más importante que una persona. Y menos aún si hablamos de los animales en abstracto, y no ya de la mascota de un particular, cuyo vínculo con uno es mucho más intenso, obviamente. Pero una sociedad que iguala a hombres y bestias es una sociedad que ha perdido la perspectiva y que alberga el desorden en su seno. Una sociedad que condena a aquellos que rezan ante las clínicas abortistas pero que se manifiesta por una perra abatida por un policía es una sociedad podrida. Una sociedad que tiene más mascotas que niños es, simple y llanamente, una sociedad en decadencia, moribunda. Barcelona tiene ya más perros que niños menores de doce años. En España, el número de mascotas supera también al de menores de 14 años. ¿Saben ustedes que existen, por ejemplo, asociaciones de defensa de las palomas? Una de estas sostiene que las palomas son objeto de discriminación, y defiende que hay que «sensibilizar a los vecinos en la eliminación del estereotipo negativo ligado a éstas y otras aves», así como «promover la educación en salud y primeros auxilios a estas aves». Una sociedad que produce este tipo de asociaciones, que no se preocupan más que de gilipolleces, es una sociedad a la deriva. Todo esto es un desorden afectivo de primer orden.

En fin, estas son las cosas del progreso. Joder, cuánto hemos avanzado, es increíble. Somos tan buenos, tan modernos, tan inclusivos y sostenibles que vamos camino de la extinción. No ya de la especie humana, no, sino de la civilización. ¿Quieren saber cómo acabará esto? Pues les dejo aquí una imagen que no puede ser más premonitoria. Disfrútenlo.

Lo Rondinaire

Lo Rondinaire