Afirmaba el griego Sócrates que «cuando el debate está perdido, la calumnia es el arma del perdedor». En nuestro país la clase política, arrastrando en ello a una gran masa social, ha invertido la estrategia socrática utilizando directamente la calumnia para evitar el debate, cuando existe el temor de verse derrotado.

Así, si crees en Dios eres ultracatólico. Si te dices creyente, pero no luchas contra el aborto ni combates la eutanasia, aunque tú afirmas que no los utilizarías, apoyas el matrimonio gay porque «es cosa de ellos», no vas a misa más que en bodas, bautizos y comuniones, pero las pocas veces que vas comulgas y vives como si Dios no existiera, entonces eres «de los suyos» e incluso te toman como ejemplo de un supuesto sector eclesiástico que «se ha puesto al día». Pero si eres un católico de verdad, coherente y que intenta vivir su fe de forma privada y pública y servir a Dios adecuándote al magisterio de la Iglesia, entonces eres ultracatólico.

Si amas a la tierra que te vio nacer y al país del que forma parte, en nuestro caso España, eres un ultra en materia política. Te basta con acercar tus planteamientos a los postulados liberales para dejar de serlo y, cuanto más cercanos a las ideas nacionalistas o de izquierda los sitúes, mejor será para lograr obtener tu falso título social de «persona normal». Pero si tienes planteamientos patrióticos y tradicionalistas, entonces eres ultra y, además, facha.

Si dejas que el estado adoctrine a tus hijos para convertirlos en buenos siervos de sus nuevos y esclavizantes dueños políticos y les instruyan en dejarse llevar por los instintos más bajos, entonces eres «guay». Pero si luchas por estar presente en la educación de tus hijos, tomar tú las decisiones en esa materia, construir una familia organizada y convertir a tus hijos en hombres de bien, entonces eres ultra y, además, facha y, además también, heteropatriarcal.

Pero esta apariencia de firmeza insultante esconde en los ofensores una gran dosis de debilidad acomplejada y de carencia de recursos intelectuales suficientes para debatir porque, no nos engañemos, se ha instruido a nuestra sociedad en el uso de todos estos vocablos injustos e irreales que simulan imputar a otros posiciones extremistas inexistentes, con la única finalidad de conseguir que los siervos del pensamiento único levanten su dedo acusador apuntando hacia un semejante sin permitir a este exponer sus razonamientos porque, en caso contrario, igual resulta que les convence y ese simple acto echa por tierra toda una larga labor revolucionaria al servicio del nuevo orden mundial.

 

C.R. Gómez 

C. R. Gómez