El Carlismo fue un movimiento muy importante en España en los siglos XIX y XX. Su lema no deja lugar a dudas de sus principios: Dios, Patria, Rey. Hablar del Carlismo es hablar de Tradición, de una concepción católica de España, de unos hombres y mujeres que se alzaron en guerra varias veces contra el liberalismo, contra la modernidad y, en 1939, contra el comunismo y el anarquismo.

Desde que empezó el tan manido «procés» separatista, existe una corriente de opinión que sostiene que el mismo es una suerte de continuación de las guerras carlistas o, como poco, que tiene reminiscencias de dicho movimiento. En dos artículos publicados en prensa digital (‘La cuarta guerra carlista’, de José García Domínguez,el 24/12/2017 en Libertad Digital) y en La Razón (‘Historias de Cataluña’, en la misma fecha que el anterior) se alude a la relación existente entre el Carlismo y el actual «procés» separatista.

Josep Ramon Bosch, ex presidente de Societat Civil Catalana, dice en La Razón:

«El nacionalismo ocupa los territorios que fueron carlistas. Cuanto más carlismo en el pasado más radicalidad hoy. Siempre pongo el ejemplo de Berga, que fue la residencia del Conde de España, donde estuvieron los cuarteles generales del carlismo, donde hubo levantamientos constantes durante el siglo XIX, y ahí, hoy, tiene mayoría absoluta la CUP, y la oposición es Esquerra. Es decir, la radicalidad más extrema. Claro, una ciudad como Berga, cuna del carlismo, que esté en manos de los más radicales del independentismo, deja muy a las claras que España vive una guerra del siglo XIX que no ha terminado. El integrismo religioso y radical se ha transmutado en esta Cataluña rural, tan cerrada, en un nuevo radicalismo, y el Dios, Patria, Fuero y Rey ha pasado a ser Patria, la Estelada y el nuevo líder, y el eje vertebrador de todo esto es la lengua, que unida al victimismo retroalimenta una campaña de formación del espíritu nacional orquestada por la Generalidad y Jordi Pujol de forma maestra».

Bosch establece, a nuestro juicio, una relación directa entre separatismo y Carlismo que no se corresponde con la realidad en tanto que sostiene que «España vive una guerra del siglo XIX que no ha terminado». Esto es, al menos, inexacto. Hay, es cierto, una coincidencia geográfica y sociológica entre ambos, pero no existe esa continuidad del conflicto político-religioso. Es más, es el propio Bosch quien da clave para entender el separatismo cuando dice que «el integrismo religioso se ha transmutado en esta Cataluña rural en un nuevo radicalismo, y el Dios, Patria, Fuero y Rey ha pasado a ser Patria, la estelada y el nuevo líder». Es decir, Dios ha desaparecido de la ecuación, ha sido sustituido por la nación (catalana) en el imaginario separatista. El nacionalismo es una idolatría que altera el orden natural de las cosas, una ideología tóxica, pero lo que no se puede decir es que provenga, políticamente, del Carlismo.

Más explícito todavía es José García Domínguez en Libertad Digital, llamando directamente al separatismo «la cuarta guerra carlista»:

«El problema catalán, que en su raíz última esconde una forma encubierta y sublimada de rechazo de la modernidad…».

Falso. El nacionalismo catalán, como tantos otros, esconde una forma encubierta y sublimada de racismo, xenofobia y, sobre todo, clasismo, pero no de rechazo a la modernidad. De hecho, en su pretendida superioridad moral y narcisismo exacerbado, España es percibida por la mayoría de los «procesistas» como un país atrasado y cerrado, frente a la vanguardista y moderna Cataluña.

«La Cuarta Guerra Carlista, que no otra cosa es la querella que ahora mismo enfrenta a la mitad de los catalanes contra la otra mitad, está resultando, como las tres anteriores, una revuelta agreste e integrista del campo contra la ciudad».

En febrero de 2018, el suplemento cultural de ‘El País’, Quaderns —que se edita en catalán—, publicaba un extenso artículo sobre esta supuesta relación entre carlismo y nacionalismo catalán. Se recogen opiniones a favor y en contra de esta tesis pero, los que la apoyan, insisten más o menos en lo mismo: coincidencia geográfica, oposición entre campo y ciudad e industria y tradición contra progreso.

Más recientemente, en 2019, la escritora y periodista Conxa Rodríguez Vives publicó su libro ‘Los exilios de Ramón Cabrera’, biografía del célebre general carlista. En una entrevista en el digital e-Notícies con motivo de la publicación del libro, la autora insiste en la coincidencia geográfica entre antiguos feudos carlistas y feudos actualmente nacionalistas, defendiendo que esto es algo más que una coincidencia. Remarca también el hecho de que el abuelo del fugado Puigdemont fuera miembro del Requeté.

El historiador Ricardo García Cárcel, en otra entrevista el pasado mes de febrero en el mismo digital, abunda en la idea de que el «procés» tienen «connotaciones carlistas».

El análisis del voto de las sucesivas elecciones puede conducir a pensar, ciertamente, que esto es así, ya que las zonas rurales son dominadas por el nacionalismo y Barcelona y las áreas más pobladas son de dominio, digámoslo así, españolista. Pero el hecho de pensar que el votante nacionalista es esencialmente diferente del españolista porque uno vive en un pueblo y el otro en Barcelona o su área metropolitana, es absurdo. Ambos son esencialmente liberales—en su gran mayoría—, sólo cambia la bandera, el exterior. Las diferencias entre la vida rural y la urbanita ya no son tantas; o, mejor dicho, la diferencia entre el hombre rural y el urbanita es prácticamente nula. Los jóvenes escuchan la misma música en la periferia de Barcelona que un pueblo del interior de Cataluña, visten la misma ropa y comen las mismas hamburguesas. Donde se encontrarán las diferencias sociológicas, y está demostrado, es en el idioma y en el nivel socioeconómico. A grandes rasgos: catalanoparlante y de nivel económico medio-alto, nacionalista catalán. Castellanoparlante y nivel económico medio-bajo, españolista. A grandes rasgos, insistimos. Pero que los nacionalistas se concentren más en la Cataluña interior no significa que sean payeses necesariamente ni que vayan en burro a trabajar.

Para concluir: La relación existente entre el Carlismo y el nacionalismo es geográfica y sociológica, es decir, realmente el nacionalismo es fuerte donde lo fue el Carlismo, pero no se puede establecer una relación de continuidad político-religiosa en tanto que del ‘Dios, Patria, Rey’ no queda nada. Donde el Carlismo tenía a Dios, el nacionalismo tiene a Cataluña. Donde el Carlismo tenía Patria (España), el nacionalismo tiene a una nación que nunca ha sido tal, Cataluña, a la que debe adorar (el nacionalismo es la degeneración del patriotismo). Y donde el Carlismo tenía al Rey (legítimo), el nacionalismo tiene a Puigdemont y esos que llaman «presos políticos», que no son tales. Si acaso, y como mucho, se puede hablar de que los restos degenerados del Carlismos han abrazado el nacionalismo, que es justamente una ideología hija de la modernidad. Es el mundo moderno quien nos ha llevado a esto, no la Tradición. El nacionalismo es sólo una consecuencia, no la raíz del problema.

 

Lo Rondinaire

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