Nos cuenta la Sagrada Biblia cómo Moisés, cuando descendió del monte Sinaí, se encontró con que el pueblo judío había construido un falso ídolo al que adoraban, consistente en un becerro de oro, que hubo de ser destruido por el profeta.

Recientemente ha fallecido el exfutbolista argentino Diego Armando Maradona. Maradona acabó siendo un hombre muy adinerado que admiraba a los regímenes comunistas y bolivarianos dando la impresión de desear para otros la pobreza, lo que no ansiaba para sí mismo; según los medios de comunicación era un padre irresponsable, maltratador de su esposa (o, por lo menos, de una de ellas) y violento; era un pedófilo que se fotografió con dos niñas menores desnudas y mantuvo «contactos» con bastantes más en Cuba, siendo demandado en materia de paternidad por parte del hijo de una de estas chicas; tenía un serio problema con el consumo excesivo de alcohol y drogas tóxicas y, finalmente, era absolutamente ateo. Pero ¡eso sí! jugaba bien al fútbol, sabía meter goles y por eso la prensa y ciertos forofos le han elevado de categoría hasta convertirle en un semidiós.

Yo creo que deberíamos de replantearnos qué personas constituyen para nosotros un modelo a seguir y, sobre todo, a quien enseñamos a nuestros hijos a idolatrar. Antiguamente se consideraba ídolos a quienes hacían cosas importantes por los demás; así, entraban dentro de este selecto grupo los santos y los héroes de La Patria. Actualmente hemos elevado a la categoría de ejemplares a quienes alcanzan metas personales elevadas, normalmente económicas y de reconocimiento social, aun cuando esto repercuta exclusivamente en nuestros nuevos paradigmas humanos; con ello hemos convertido en ejemplares a futbolistas, actores, cantantes o simples influencers.

Mal camina una sociedad que olvida a quienes se esfuerzan por todos y admira a quienes sólo se afanan por sí mismos para obtener poder, fama y dinero. Quizá también seamos un pueblo de dura cerviz, nos hayamos corrompido como el pueblo de Israel y necesitemos un nuevo Moisés que venga a destruir nuestros falsos ídolos de oro.

 

C.R. Gómez 

C. R. Gómez