Yo nunca he sido muy crédula en esto del cambio climático, pues en varias ocasiones coincidió, que cuando el tema estaba en plena efervescencia y se hablaba del calentamiento global, de temperaturas anormales para una determinada época del año…, venían a mi cabeza refranes populares de toda la vida, que daban en el clavo y explicaban de forma clara y concisa la situación meteorológica en la que nos encontrábamos.

Sin embargo he de confesar, que últimamente, vengo observando un hecho curioso y que está haciéndome dudar, de si efectivamente, de forma suave pero constante, se está produciendo el tan temido cambio climático.

Como consecuencia lógica de este cambio, nuestros hábitos y costumbres se ven afectados, pero de momento, no lo he observado tanto en las personas como lo he podido apreciar en el mundo animal. ¡Es curiosísimo! Cuando el calor del estío aprieta, las playas, si, si, las playas, pasan a estar llenas de vacas lecheras. Antes podías ver, que se yo, una aislada, con su “amo”; que so pena de hacer el ridículo, presumía todo eufórico del ejemplar que lo acompañaba. Pero lo de hoy, lo que se llega a ver hoy en día, es realmente llamativo. Parejas y manadas de auténticas vacas lecheras; no importa la edad. Si son viejas y arrugadas presumen de sus ubres de igual manera, que las jóvenes becerras; recorren el litoral de un extremo al otro. Gracias a Dios carecen de cencerro, si no, sería una auténtica locura; me rio yo del repicar de los campanarios. Son tantas, que si lo llevasen, no sabríamos si llamaban alerta, fuego o simplemente estampida.

Me llama la atención, que señoras vacas, hechas y derechas, expongan a las altas temperaturas a sus terneras, ya formaditas, pero todavía inmaduras. Pobres…Cómo ha de estar el “interior” para llegar a tales “extremos”.

Perdonen ustedes esta introducción, tal vez me haya ido un poco por los Cerros de Úbeda, pues de lo que yo realmente quería hablar, no es tanto del cambio climático y de la numerosa proliferación de vacas lecheras en las playas. No, yo quería hacer una reflexión sin más, quería compartir con gente de bien una idea.

¡Cuán numerosas son las paradojas que conforman nuestro tiempo!

No voy a ser tremendista y no voy a empezar a recitar lo que ustedes, al igual que yo, conocen de sobra. Como he dicho, por no ser tremendista y caer en el pesimismo y por otro lado, y éste desde el punto de vista práctico, porque la lista sería infinita, lo que llevaría a ser “impublicable” mi artículo y por lo tanto mi deseo de compartir una idea, inútil.

La paradoja a la que quiero referirme y veo de plena actualidad, es la contradicción absurda que existe por un lado, entre el ansia, hasta cierto punto loable, de que nos protejamos frente a la pandemia del coronavirus, obligando a cubrir boca y nariz con la mascarilla y por otro lado, se deje al descubierto partes íntimas del cuerpo que muestran, ya no sólo una ausencia total de pudor, si no del más absoluto sentido del ridículo. No me negaran ustedes que no es esperpéntico ver en “orillamar” un rostro cubierto y por otro lado, el busto desnudo y prácticamente el resto del cuerpo en cueros.

Sinceramente, estoy describiendo un “mal sueño” o ¿es que nuestra sociedad ha retrocedido tanto en el tiempo, que volvemos a las costumbres más primitivas y ancestrales (presentes todavía hoy en algunos pueblos amazónicos) donde tal vez un seno al aire no decía nada, pero un brazo descubierto lo expresaba todo?

Es una paradoja ridícula proteger nuestra salud física y desproteger nuestra intimidad. Tan absurdo como llenar nuestra casa de alarmas y por otro lado divulgar a los cuatro vientos, sin ningún tipo de control, toda nuestra vida cotidiana: lo que comemos y bebemos, lo que nos ponemos y donde lo adquirimos, donde viajamos y con quienes…Proteger a nuestros hijos de enfermedades, con la correspondiente administración de vacunas y por otro lado poner sin más en sus “jóvenes manos”, un dispositivo como el móvil.

Paradojas que invitan al libre albedrío, explicando a medias la lección.

Soy de letras, pero me suena que el tema de senos y cosenos formaban parte de la misma lección.

 

Teresa Garisoain Otero

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