Periódicamente salen en la prensa e internet las fotos de alguna plebeya con las tetas al aire, y en ocasiones hasta las partes genitales. Y se escandalizan, como si no fuesen ellas mismas quienes han provocado la ocasión de ser fotografiadas de tal guisa. Bastaría con no desnudarse en público para evitar estos espectáculos, que en un mundo de mirones como el actual, tanto interés despiertan.
¿Pero qué podemos esperar de unas plebeyas ociosas, que se han encumbrado hasta las monarquías única y exclusivamente por sus artes amatorias…? Son plebeyas –lo siguen siendo- y se comportan como tales.
La monarquía es un mito, y la única forma de que logre sobrevivir es casándose entre iguales, sin mezclarse con las clases socialmente por debajo. Hoy en día todos sabemos que no hay sangre azul que valga, que los reyes –y reinas- mueren como todo el mundo, y que no hay nadie que sea más que otro, salvo que por sus méritos y capacidad consiga sobresalir por encima de los demás.
¿Y por qué esa manía de llamar princesas, e incluyo reinas, a quienes no lo son? Serán las esposas de los príncipes o reyes respectivos, pero ellas por sí mismas no son princesas, ni lo serán nunca, pues la condición de princesa se adquiere por nacimiento, dentro de una familia real. Como mucho podrán ser nobles, si el Rey correspondiente tiene a bien concederles un título nobiliario, facultad que le permite el ordenamiento jurídico, pero nada más.
Los matrimonios morganáticos van a terminar con todas las monarquías actualmente existentes, y sino, al tiempo. Pretender que una plebeya se comporte como una princesa de sangre real, o incluso como una reina de verdad, es como pedirle peras al olmo.
Y sus maridos no saben comportarse como príncipes de verdad. La pertenencia a la familia real, y más si se va a reinar en un hipotético futuro, o se está reinando ya (o más bien aparentando que se reina), exige sacrificios, entregas y renuncias. No se pueden querer los privilegios pero no las obligaciones, pues ambos van en el mismo lote. Si se admite lo bueno también tiene que aceptarse lo malo.
No se pueden casar por amor, sino por interés, y con princesas de su misma alcurnia. La historia nos demuestra que luego vienen las amantes, amigas y confidentes que suplen esa falta de amor que se da en los matrimonios reales. Pero lo que importa es la conservación de la estirpe y el mayor alejamiento posible del pueblo, entre otras razones para evitar que les perdamos el respeto, al ver que son iguales que nosotros, en ocasiones hasta peores.
¡Lástima que en España no hayamos sabido seguir la tradición! Sólo espero que no tengamos que lamentarlo.
Ramiro GRAU MORANCHO
Abogado y escritor