Antropofagia, pansexualismo, sadomasoquismo y suicidio

 

El boom de la performance en los 90, ha entrado en una fase que muchos definen como anárquica y auto-destructiva. Se aleja así de los primeros ensayos de hace décadas, que hoy nos parecen ingenuos y torpes. Uno de los grupos de performance más radicales, auto-titulado No-Grupo, ha puesto de moda las «performance-cenas». Se trata de presentar al público figuras humanas comestibles incitando al espectador a una simulación simbólica de canibalismo. Lorena Wolffer, en su acción titulada Territorio Mexicano, aparece desnuda y atada a una mesa. Sobre ella hay una bolsa de suero llena de sangre que gotea sobre su vientre durante cerca de cuatro horas. La artista describe su performance como «una autotortura en la cual mi cuerpo funge metafóricamente como el territorio nacional». El norteamericano Vito Acconti, dando un giro de tuerca hacia lo mórbido, diseñó la famosa acción titulada Seed Bed (Cama semental). La acción, celebrada en una galería neoyorkina consistió en construir una tarima bajo la cual se masturbaba mientras dialogaba con su miembro viril. El público paseaba sobre la tarima y aunque no podía ver la escena, escuchaba los sonidos de la acción retransmitidos por altavoces.

Sin lugar a dudas, el accionismo más radical, e influyente, lo encontramos en el Grupo de Acción Vienés. Artistas como Günter Brus, Hermann Nitsch o Rudolf Schwarzkogler crearon escuela y su secuela llega hasta nuestros días. En sus acciones, Günter Brus llegaba a realizar cortes con cuchillas sobre su cuerpo. Rainer, otro vienés, reproducía los gestos de un enfermo mental. Nitsch llegó a cubrir el cuerpo de un hombre desnudo con las entrañas de un cordero destripado. Pero el más radical fue Schwarzkogler, creador de lo que él mismo denominaba “desnudos artísticos”. En sus acciones llegó a automutilarse en público, provocando heridas que llegaron -según versiones- a acabar con su vida. Algún biógrafo señala que simplemente se suicidó porque era un enfermo mental. Su famosa auto-castración, realizada en una acción titulada Al natural, dicen que fue un fraude. Modeló con arcilla un pene que seccionó (como si fuera el propio) ante un público absolutamente descompuesto. Esta acción le valió un prestigio que dura hasta nuestros días.

Al poco decenas de artistas imitaban las alocadas originalidades de los vieneses. En 1972 Stuart Brisley ideó la acción titulada And for Today. Nothing. Se celebró en la Gallery House de Londres y consistió en reposar durante varias horas en una bañera llena de vísceras. Dennis Oppenheim tomó el sol durante cinco horas mientras que mantenía un libro sobre su pecho. Tituló la acción: Postura para leer para quemaduras de segundo grado. Otra performancer, Marina Abramovic, permitió en una galería de Nápoles que el público utilizara durante horas instrumentos sadomasoquistas sobre su cuerpo. A las tres horas, sus atormentadores, que ya le habían inflingido cortes con hojas de afeitar en el cuerpo, se pelearon entre sí y ahí acabó todo. No menos inquietantes han sido performances como Accidente de automóvil de Jim Dine o La violación de Ana Mendieta, donde la representación, tanto de un accidente de coche como la de una violación, se acercan peligrosamente a la realidad. O, incluso, en Pieza de disparo, Chris Burden realiza una representación en la que el artista pide a un amigo que le dispare con un arma de fuego real en el brazo izquierdo. La brasileña Laura Limas, en su Sin título, transgrede sin reparo su cuerpo. Su trabajo consiste en articular objetos con los brazos y las piernas, pues considera que el propio cuerpo es una masa moldeable según la propia voluntad. Una vez más se constata la inversión y la trasgresión. Los objetos no deben adecuarse y moldearse al ser humano, como por ejemplo la ropa, sino que es el cuerpo el que debe adaptarse a las cosas.

Este narcisismo que representa la performance (no hay más arte que el artista, su cuerpo o su acción), tiende implacablemente a la autodestrucción. Al negar la realidad, y con ella la obra de arte, la existencia del artista pierde también sentido. De ahí que en las performances (al menos en las más radicales) el artista debe ser simbólicamente aniquilado. En la acción titulada Epizoo, el público se convierte en un jugador, al estilo las play-station, que puede tele-torturar al artista, en este caso Marcel.lí Antúnez, uno de los fundadores de la reconocida internacionalmente La Fura dels Baus. Éste accionista, situado desnudo sobre una plataforma rotatoria, va equipado con un casco y un cinturón, en los que residen unos mecanismos que, conectados a un sofisticado sistema, permiten al público retorcerle la nariz, las orejas o las nalgas. El grado de masoquismo del público permite mayor o menor daño físico sobre el artista. Se establece así una extraña relación de sadomasoquismo entre el público y el artista, donde -simbólicamente- el público puede matar al artista. Manteniendo la metáfora, podemos decir que el público puede participar en la liquidación del arte a través de la aniquilación del artista. La participación democrática del público en materias artísticas ha tomado su camino más disolvente.

Javier Barraycoa