Cuando se está cuestionando la liberación, evangelización y civilización de América a través de actos vandálicos contra diversas estatuas de los conquistadores españoles erigidas en varias ciudades de los EEUU, como hace dos noches la de Juan Ponce de León que fue salvajemente pintada en el marco de las protestas desencadenadas por la muerte por parte de un policía de George Floyd, constatamos, una vez más, la osadía de los ignorantes que hábilmente manipulados llevan a cabo estas acciones y engrosan movimientos como el llamado Black Lives Matter. Así vendrá bien recordar las palabras que San Juan Pablo II pronunció en el discurso a los participantes en el Simposio Internacional sobre la Historia de la Evangelización de América el jueves 14 de mayo de 1992:
Como Sucesor de Pedro, deseo proclamar hoy delante de ustedes que la historia está dirigida por Dios. Por ello, los diversos «eventos» pueden convertirse en «oportunidades salvíficas» (kairós), cuando en el curso de los siglos Dios se hace presente de un modo especial. Ante los nuevos horizontes que se abrieron el 12 de octubre de 1492, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador (Cf. Mt 28, 19), sintió el deber perentorio de implantar la Cruz de Cristo en las nuevas tierras y de predicar el Mensaje evangélico a sus moradores. Esto, lejos de ser una opción aventurada o un cálculo de conveniencia, fue la razón del comienzo y desarrollo de la Evangelización del Nuevo Mundo.
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Los indios eran, por consiguiente, verdaderos dueños de sus bienes al igual que los cristianos, y no podían ser desposeídos de los mismos por su incultura. La situación lamentable de muchos indios —añadía Vitoria— se debía en gran parte a su falta de educación y formación humana. Por ello, en virtud del derecho de sociedad y de comunicación natural, los hombres y pueblos mejor dotados, tenían el deber de ayudar a los más atrasados y subdesarrollados. Así justificaba Vitoria la intervención de España en América.
Basándose en estos principios cristianos articuló el sabio dominico un verdadero código de derechos humanos. Con ello sentó los fundamentos del moderno derecho de gentes: derecho a la paz y la convivencia, a la solidaridad y la colaboración, a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa. Porque la evangelización era —concluía Vitoria— un medio de promoción humana y suponía el respeto a la libertad, así como la educación de la fe en la libertad.
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