De lo cutre a lo macabro
Algunas «obras de arte» no dejan de ser la presentación de la «cutrez cotidiana» del artista, trasplantada a una galería o a un museo y con un precio de venta. En algunas exposiciones el público ha podido contemplar como obra artística unas lechugas plantadas, sin más. La diferencia entre el agricultor y el «artista» reside en la capacidad de tomar el pelo de este último y en encontrar un público capaz de sorprenderse por ello. En la misma Tate Gallery puede contemplarse la obra de Tracy Emin titulada My Bed (Mi cama). Esta obra consiste en exponer una cama deshecha con ropa revuelta, botellas de bebidas alcohólicas vacías, ropa interior sucia tirada por el suelo y, sobre una mesita de noche, preservativos usados y compresas. Mientras, una grabación va relatando con su propia voz los abortos practicados por la artista. Así, el espectador entra de lleno en la miseria del propio artista.
Lo macabro parece ser uno de los denominadores comunes del arte moderno. El polémico Damiens Hirst combina en sus obras lo cutre, lo cotidiano y lo sanguinolento. Su mérito como artista consiste en exponer cabezas de cerdos y terneros metidos en botes con formol. Otras veces ofrece animales enteros o descuartizados mostrando sus entrañas. Una de las obras de Hirst más conocidas es Madre e hijo divididos (1993) consistente en una vaca y un ternero partidos por la mitad expuestos en unos continentes transparentes suspendidos en una solución de formaldehído. Como señala el comentarista de arte Manuel Calderón: «Eso ya está en la calle; no hace falta ir a un museo. Si quieres ver una vaca diseccionada te vas a un matadero, no a una exposición».
Como no podía ser menos, toda esta tendencia del arte moderno sólo puede acabar exaltando lo macabro y lo repugnante. El austriaco Hermann Nitsch es en la actualidad uno de los más afamados pintores accionistas. Sus cuadros son lienzos «pintados» con sangre de animales sacrificados. Cuando pinta todo se convierte en un espectáculo donde se sacrifican animales, se les destripa y, a veces, se invita a los espectadores a revolcarse en un lienzo con una masa de tripas, carne y sangre. En la exposición antes mencionada, Sensation, uno de los participantes, Marc Quinn, estuvo cinco meses sacándose sangre para conseguir cinco litros. Necesitaba esa sangre para rellenar un molde de su propio busto. El resultado fue una figura rojiza solidificada gracias a que se exhibía dentro de un congelador.
El caso más escandaloso es el de Anthony-Noel Kelly un aristócrata que había sorprendido al público y a la crítica por su capacidad de esculpir la anatomía humana. Sin embargo, se descubrió que este macabro artista lograba esa perfección gracias a los moldes que usaba. Éstos no eran otros que cadáveres robados. En su estudio se reúnen 40 piezas que incluyen torsos, cabezas, piernas e, incluso, una parte de un cerebro. Kelly ha sido acusado y condenado a nueve meses de cárcel por robar cuerpos que, posteriormente al tratamiento artístico, eran enterrados en su finca familiar a las afueras de Londres. En el juicio salió a la luz su afición por la muerte cuando relató que al fallecer su abuela no perdió el tiempo e hizo un molde con sus manos. Sin llegar a estos extremos, pero rozando también el escándalo, tenemos las fotografías tomadas por Sue Fox, en 1996, en el depósito de cadáveres de Manchester. Se trata de fotografías de cadáveres de verdad que fueron expuestas provocando multitud de críticas. Esta necrofilia fílmica había sido puesta de moda por Andrés Serrano al exponer en 1992 fotos de cadáveres asesinados obtenidas fraudulentamente. La exposición se denominó La morgue (Apuñalado I). En 1991, Helen Chadwick exponía Riza mi rizo. Se trataba de un rizo de cabello enroscado en intestinos de cerdo. Esta mezcla de lo humano y las vísceras de animal ha sido frecuentemente muchas veces ensayado como instrumento de perturbación en el espectador.
La atracción por lo mórbido fue penetrando en el espíritu de los artistas poco a poco. Ya en 1930 Michel Leiris anotaba en su diario: “En la actualidad es imposible hacer algo feo o repulsivo. Hasta la mierda es bonita”. Podríamos encontrar una explicación freudiana cuando el psicoanalista afirmaba que “los excrementos no repelen a los niños”. Ello nos llevaría a acusar a una parte del arte contemporáneo de infantilismo. Desde Miró con su cuadro titulado Hombre y mujer ante una pila de excrementos (1935) hasta el cuadro de Gilbert and George titulado Escupitajo sobre mierda (1996), encontramos en las defecaciones un tema preocupantemente recurrente.